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Doppelganger de Naomi Klein usa la experiencia global con el coronavirus para explicar el por qué del éxito de las teorías de conspiración.
Doppelganger es útil para comprender al catolicismo y cómo se ha visto afectado por las teorías de conspiración.
Religión y vida pública: Los lefebvristas y otros tradicionalistas son el Doppelganger de la Iglesia Católica que amenaza con destruirla sembrando teorías de conspiración.
En el libro más reciente de Naomi Klein, titulado Doppelganger. Un viaje al mundo del espejo, la autora canadiense aborda el éxito de las teorías de conspiración como uno de los temas clave de la vida pública a escala global.
El libro de Klein apunta con mucho cuidado algunos de los vínculos de la nueva derecha identitaria, vinculada a Donald Trump en lo coyuntural de cada a la elección presidencial de 2024 en Estados Unidos, pero en el largo plazo a Steve Bannon, con lo que ocurre en Europa, señaladamente en Italia y Hungría, que ha amainado en Polonia, pero que puede convertirse en una suerte de incendio que consuma a toda Europa en el futuro inmediato.
La situación tiene algunas notas propias, únicas, en América Latina pero son menos de las que muchos quisiéramos creer. Es cierto, en América Latina es difícil sino es que imposible, impulsar el tipo de discurso que sostiene a Trump o a Bannon en Estados Unidos, a Giorgia Meloni en Italia o a Viktor Orban en Hungría, pero esa variedad de populismo está presente.
Es patente en el caso de Brasil, con Jair Bolsonaro que —no en balde— montó el 8 de enero de 2023, una toma de edificios públicos en Brasilia similar en todo a la insurrección orquestada el 6 de enero de 2021 en Washington, DC, por quienes integran ese universo conspiracionista conocido como el Make America Great Again, que ha destruido al antiguo Partido Republicano de Richard Nixon, Ronald Reagan y la familia Bush, y amenaza con destruir a todas las instituciones políticas de ese país.
Además de Brasil, en América Latina están casos como el de Nayib Bukele en El Salvador o el recién inaugurado Javier Milei en Argentina. Todos ellos comparten el desdén por las formas de la democracia tradicional en sus respectivos países.
Exclusión y conspiración
Y lo hacen con un discurso que quien mejor ha logrado analizarlo y desentrañarlo, es la canadiense Naomi Klein. De manera más específica, Klein usa la reciente crisis global por el coronavirus para explicar cómo y por qué las teorías de conspiración resultan tan atractivas para amplios sectores de la población que se convierten en los principales promotores y más entusiastas defensores de esa manera de entender el mundo.
Algo que queda claro en el texto de Klein es que un factor clave es la pobreza, la exclusión, que margina a muchas personas que, ahora mismo -por ejemplo- no logran ver en Estados Unidos los beneficios de la gestión de Joe Biden, a pesar de que -objetivamente- en los números de la macroeconomía estadunidense, es una muy buena gestión.
Muy buena, a menos que uno recorra las calles del centro de Los Ángeles u otros lugares de California donde florecen las así llamadas “tent cities”, es decir, las ciudades de tiendas de campaña, que es un recordatorio permanente del fracaso, incuestionable del modelo económico estadunidense que hace muy difícil apostar por Biden para la elección presidencial de 2024.
Klein recupera, en este sentido, la idea que el propio Bannon usa de MAGA 2.0 o MAGA Plus, es decir un Make America Great Again 2.0 como una base política fácilmente movilizable a partir de temas que Bannon y otros simplifican al absurdo.
La manera en que opera Bannon no es lógica. Uno podría decir incluso que es absurda, pero es muy efectiva y parte del encanto, de la utilidad de la obra de Klein es observa cómo desmonta ese modelo.
No es posible replicar el argumento de Klein. Ya hay en España una traducción de su libro, por lo que—sea en inglés o en español, el lector interesado haría bien en considerarlo como una posible lectura para iniciar el año.
Además de lo que Klein dice acerca del papel de la exclusión como un elemento que explica la popularidad de las teorías de conspiración en la nueva realidad de la vida pública en Estados Unidos, Europa y América Latina, conviene considerar su idea del doppelganger, una figura mítica de la literatura germánica referida al “doble fantasmagórico o sosias malvado de una persona viva”, según dice la Wikipedia en español.
La palabra proviene de doppel, raíz germánica que significa doble y gänger, que se refiere a una persona o realidad andante, que acompaña a otra persona o realidad.
Según la misma Wikipedia en español la forma más antigua recogida por la literatura la ofrece Jean Paul, quien en 1796, hablaba del Doppeltgänger, es decir, “quien camina al lado”.
El término -agrega la misma fuente- se utiliza para designar a cualquier doble de una persona, comúnmente en referencia al «gemelo malvado» o al fenómeno de la bilocación.
Klein no aborda con detalle el caso del catolicismo. Lo que es un hecho es que entre los católicos la clave son esas mismas teorías de conspiración que a partir de temas aparentemente simples, como el rechazo al aborto o el repudio a la homosexualidad, hacen que algunas por personas que se sienten excluidas sean también políticamente movilizables y están dispuestas a votar por quienes -en los hechos- le apuestan a destruir las instituciones democráticas en sus países.
Dar cuenta de la manera en que la exclusión, material o simbólica, sirve como vehículo para la movilización política de católicos y cristianos, es una tarea pendiente para quienes estamos ocupados de estudiar los vínculos entre la práctica religiosa y la vida pública.
Baste señalar por lo pronto que la Iglesia Católica, a pesar de los devastadores efectos de la crisis de abusos sexuales sigue siendo un foco que articula tanto la práctica religiosa como tal, como las respuestas que -desde la práctica religiosa- se da a las realidades de la política.
Las teorías de la modernización y de la secularización decían que la influencia de lo religioso en la vida pública sería cada vez menor, pero es claro que millones de personas no han recibido el memorándum y lo religioso, por la razón que sea, sigue siendo un factor que influye en alguna medida, en la manera en que funcionan las democracias.
El catolicismo no es ajeno a la idea y la práctica de los Doppelganger, como la describe Klein. Desde finales de los sesenta, al menos, el modelo del Doppelganger del que habla Klein ha estado presente en el catolicismo y se usa de manera sistemática contra el papa Francisco, presentándolo de distintas maneras como hereje, como traidor o -por lo menos- como una persona desorientada, incapaz de dirigir su propia Iglesia.
Más católicos que el papa
Al menos desde los 1970, la Iglesia Católica ha sido habitada por una secta que se dice pura, ajena a los supuestos defectos derivados de la renovación traída por el Concilio Vaticano II. Son los que en algunos casos se llaman lefebvristas, es decir, los discípulos del obispo francés Marcel Lefebvre, que —amparado en Pascendi, un libro del papa Pío X, publicado en 1907, que condena lo que él llama el «modernismo»— ha dado forma a lo que es, una iglesia paralela que se ve a sí misma, como reza el refrán, como una realidad «más papista que el papa».
Esa iglesia paralela, que se aferra a la supuesta pureza y alegada perfección de los ritos previos a 1971 porque se celebraban en latín y de espaldas al pueblo y no en español, o francés e inglés y frente al pueblo, ha servido a Bannon y a otros populistas identitarios de extrema derecha como un vehículo para radicalizar a los católicos.
Los lefebvristas y grupos más radicales aún, los que abiertamente hablan de una sede vacante, es decir, que el papa Francisco no es un papa legítimo, amenazan con destruir a la Iglesia Católica usando los símbolos de la misma Iglesia Católica.
Debe considerarse, además, la influencia que ejerce la manera en que se interpretan las supuestas apariciones de la virgen María en Fátima, con un mensaje abiertamente político, contrario al comunismo, que ha dado pie a que, dentro del catolicismo, cualquier interpretación que sea vista como «de izquierda», implique una excomunión de facto.
No es posible pasar revista a las razones por las que los católicos se sienten excluidos. Baste señalar por el momento dos. Una, tradicional en el catolicismo político en los últimos 50 años es el tema del aborto, en cuyo nombre —por ejemplo— los obispos de Nicaragua, liderados por Miguel Obando Bravo y con la venia de Juan Pablo II y de Benedicto XVI estuvieron dispuestos a construir la dictadura de Daniel Ortega, que ahora les oprime.
No pueden decir que Ortega no haya cumplido su parte del trato. Él les dio la legislación irracional, que prohíbe cualquier tipo de aborto, que Obando le pedía a Ortega para bendecirle. En entregas previas de esta serie Religión y vida pública he detallado el caso nicaragüense, como se puede ver en el texto que aparece vinculado inmediatamente antes de este párrafo.
Pero no es sólo un país pequeño y que, en la lógica de algunos, podría ser visto como marginal, como Nicaragua. Es la misma lógica la que explica la manera e que destacados obispos y cardenales de Estados Unidos han bendecido o, por lo menos han desestimado otros temas, y cuando hablan acerca de política le apuestan todo a Donald Trump, como en el caso del ahora destituido obispo de Tyler, Texas, Joseph Strickland, asunto al que se dedicó otra entrega de esta serie, por lo que quien esté interesado puede leer ese texto, que aparece vinculado inmediatamente después de este párrafo.
El otro asunto, paradójicamente, es el del abuso infantil. Es ahí donde quien ha tratado de capitalizar la disposición de un sector del catolicismo latinoamericano a validar teorías de conspiración ha sido Eduardo Verástegui por medio de su más reciente película The Sound of Freedom.
Que Verástegui haga de ese tema uno de los pilares de lo que ahora es una campaña política con pocas posibilidades de hacerlo presidente, pero que le apuesta a restarle tantos votos como sea posible a Xóchitl Gálvez, es otro tema que ya se ha considerado en varios textos de esta misma serie, por lo que el lector interesado puede recurrir a esos artículos, cuya culminación aparece vinculada inmediatamente después de este párrafo.
Las elecciones en México y Estados Unidos en 2024, así como lo que ocurra a partir de febrero en Argentina o la manera en que transcurra la crisis entre la Iglesia Católica y el régimen de Ortega en Nicaragua, así como otros desarrollos de la vida pública en América Latina, darán muchas oportunidades para revisar las ideas de Klein.
Además del texto de Klein vale la pena considerar otro, también reciente de Rachel Maddow, Prequel que narra —entre otros hechos— cómo el catolicismo estadunidense de los treinta fue promotor del fascismo, el nazismo y el antisemitismo.
Para muchos, dada la realidad de la guerra entre Israel y Hamás, es difícil pensar en el antisemitismo como un problema en el que valga la pena detenerse.
Es necesario hacerlo porque muchos de los temas, de las rutinas, que el nacionalsocialismo usó en la Alemania de entreguerras, han sido usados por Donald Trump contra los mexicanos y, de manera más general, contra los latinos y los migrantes.
Envenenar la sangre
Hace menos de dos meses, a principios de octubre, al hablar de los migrantes que llegan a Estados Unidos, Trump habló de los migrantes como de quienes “envenenan la sangre” de Estados Unidos, uno de los temas o de las rutinas favoritas de Adolf Hitler en la Alemania de los treinta.
Tanto así que The Associated Press publicó un análisis del número de ocasiones en que Trump ha usado ese tipo de lenguaje en actos públicos. Ya desde el título, la AP hace ver que a pesar de que él lo niega, es un patrón amplio de su manera de hacer política. Y no es exclusiva de él.
Es una seña de identidad de la nueva derecha populista e identitaria, que le apuesta al resurgimiento de identidades nacionales excluyentes, así como en identidades sexuales, raciales o religiosas, altamente excluyentes, que ya no le apuestan como hacía la derecha globalizadora de los noventa, a que los mercados nos rediman. Le apuestan incluso a imponer formas autoritarias de poder, como lo ha hecho ver repetidamente en fechas recientes Donald Trump.
Y no es un movimiento marginal. Es gobierno en Italia, Países Bajos y Hungría. Amenaza con regresar a serlo en Estados Unidos. Podría serlo en Finlandia y otros países del norte de Europa, aterrorizados por una posible invasión rusa de sus territorios. Estuvo cerca de hacerse del poder en España y si las cosas no le van bien a Lula da Silva, podría volver a serlo en Brasil.
En Argentina, cuando el experimento anarco-capitalista de Javier Milei fracase, es posible que esa variedad del conservadurismo asuma el gobierno, pues es con la que se identifica la vicepresidente de ese país, Victoria Villarruel.