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Si hay un acontecimiento que marcó para la posteridad el futuro político, social y cultural de los últimos siglos, fue la aparición en el siglo dieciocho de lo que se conoce como Ilustración, alentada por los contenidos de «La Enciclopedia» de Diderot y D’Alembert y propiciatoria del estallido de las revoluciones francesa y americana.
Además de los citados, uno de los autores que más contribuyeron a la Enciclopedia fue Chevalier de Jaucourt, quien escribió más de cuarenta mil entradas y dedicó su vida y su fortuna a la empresa.
El gran mérito de los autores de la «Enciclopedia» fue el de enfrentarse a la Iglesia y a la Corona, a la cultura oficial y a los inamovibles principios religiosos por los que se movía la vida intelectual y social de la época, para transmitir conocimientos basados en la razón y en la ciencia.
Sin embargo la Ilustración no fue una doctrina filosófica ni un programa reformista sino un movimiento intelectual que registró en su seno tensiones, defectos y contradicciones, y ha dejado para la posteridad una herencia susceptible de múltiples interpretaciones.
Un libro del catedrático de Historia Antoine Lilti recoge su poliédrico legado en «La herencia de la Ilustración. Ambivalencias de la modernidad» (Gedisa).
Para Lilti, Voltaire es un recurso válido para reafirmar el legado de la Ilustración por su simbolismo en la lucha por la tolerancia y contra la injusticia, un legado hoy aún necesario frente a la intransigencia de las religiones, la violencia de la extrema derecha nacionalista y xenófoba y las dudas ante las propuestas de la ciencia.
La Ilustración aspiraba a definir la humanidad en todos sus aspectos. Para ello había que demostrar que la especie humana no estaba sujeta a la divinidad: la ciencia del hombre tendría que ser laica porque la civilización era consecuencia de la historia, no de la religión.
Partiendo de la revolución científica y basándose en la razón, la Ilustración comenzó a elaborar un programa de reforma social, intelectual y moral para transformar la sociedad.
Frente al fanatismo y el oscurantismo, la Ilustración propuso el culto al progreso científico, la libertad de expresión y la superioridad de la razón y el pensamiento crítico, principios que chocaban con los adversarios de la Ilustración, que anteponían la fe a la razón, la tradición al progreso, la familia al individuo.
El libro de Litti no elude las críticas a la Ilustración, como la acusación por sus compromisos con el colonialismo. Sin embargo, ante los prejuicios colonialistas de algunos escritores, autores comprometidos con la Ilustración denunciaron el colonialismo en sus obras, como Montesquieu en las «Cartas persas» o Jonathan Swift en «Los viajes de Gulliver».
Para contrarrestar estas acusaciones, los defensores de la Ilustración afirman que fue un proyecto transnacional y transcultural y que para alcanzar su objetivo buscaba alcanzar el reconocimiento de las necesidades de la humanidad basándose en que no se pueden establecer distinciones entre los pueblos en función de la raza.
Otra de las críticas a la Ilustración basa sus fundamentos en es su eurocentrismo, una actitud que pretendería sustituir el cristianismo por el pensamiento ilustrado, con el fin de afirmar la superioridad moral e intelectual de Europa.
Aunque algunos intelectuales de la Ilustración admitían esta acusación, otros negaban su compromiso con el imperialismo europeo anteponiendo el valor global de sus propuestas, la universalidad de los derechos humanos y el interés por las costumbres y las prácticas de otros pueblos.
Para los ilustrados Europa fue un largo proceso de maduración social, política y cultural, lo que es una civilización, un término que sus detractores acusaban de estar contaminado de eurocentrismo porque proponía una superioridad cultural y política de Europa frente a otros pueblos.
Una extensa meditación sobre «Las ruinas de Palmira», la obra del conde de Volney en la que critica la esclavitud y el colonialismo, le sirve al autor para mitigar las críticas al eurocentrismo y elogiar el futuro propuesto por la Revolución Francesa.
Uno de los temas a los que dedica atención este libro es la importancia de los espacios para establecer las formas de organizar la vida cotidiana privada e íntima, que la Ilustración también propició. La habitación única y polivalente dio paso a interiores que distinguían el dormitorio y el tocador, de las estancias comunes.
Esta evolución, que primero concierne a las élites, se fue extendiendo progresivamente a la mayoría de la población y coincide también con un proceso de socialización al que contribuyeron los salones, cafés, clubes, academias y logias masónicas que fomentaron una sociabilidad que tendría repercusiones en la politización de toda la sociedad.
También fueron importantes las relaciones con la economía a través de la aparición del crédito, cuyo concepto pasó de ser «confianza moral en las personas» a su acepción económica de aplazamiento del pago de un préstamo para el consumo.
Pero si hay un elemento que colaboró a extender las ideas de la Ilustración éste fue el libro. Con la divulgación de las obras de la imprenta la lectura dejó de ser una actividad reservada a las élites y el escritor pasó a ser un hombre sociable frente al erudito solitario y pedante. Más tarde, la mujer ya pudo aparecer con su nombre como autora de obras literarias.
La imprenta fomentó nuevas formas de comunicación a través de libros, folletos, imágenes y periódicos a una audiencia anónima e ilimitada.
Frente a una Ilustración moderada, aliada de la reacción conservadora, hubo una Ilustración radical caracterizada por su hostilidad religiosa, por su materialismo intransigente, por su visión racionalista del mundo, por sus convicciones democráticas y por su rechazo a la desigualdad.
Sería esta Ilustración la que allanaría el camino para las revoluciones y el desarrollo de la modernidad. Spinoza sería el mejor representante de esta Ilustración radical por su crítica a la religión, sus virulentas protestas contra la situación social y política y la reivindicación de una Europa secularizada, igualitaria y democrática.
La hostilidad hacia la religión cristiana partía del rechazo a admitir la condena del hombre a causa del pecado original y su redención por el sacrificio de Cristo, y por eso una de sus tareas fue la de desacreditar las historias de los dos Testamentos. Voltaire fue quien hizo una lectura más crítica de ambos.
El verdadero valor de los autores de la Ilustración fue su voluntad de poner la educación y la cultura al servicio de la emancipación colectiva. Estaban convencidos de que el conocimiento ayudaría a las personas a vivir mejor librándolas de supersticiones y prejuicios y difundiendo el pensamiento crítico lo más ampliamente posible. Tendrían en la imprenta a su mejor aliado. Por eso se oponían a la censura. Voltaire fue quien encarnó con más firmeza estos principios.
Pero los ilustrados eran conscientes de que el pueblo era prisionero de prejuicios, que la opinión estaba manipulada por demagogos y publicistas sin escrúpulos, por charlatanes que vendían creencias irracionales, contra los que era difícil luchar.
Bajo la filosofía y la figura de Sócrates, los últimos capítulos los dedica Antoine Lilti a estudiar la obra de autores que encarnan la Ilustración desde sus orígenes a la actualidad como Diderot, el barón d’Holbach, el marqués de Sade, Foucault… Son hombres de letras comprometidos en la lucha contra los prejuicios y la superstición, investidos de moralidad, que empuñan las armas de la razón en beneficio de progreso común.