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Recaredo y su conversión. I

La muerte de Hermenegildo y de Leovigildo (según Isidoro, la del último de forma natural) ponía en manos de Recaredo (586-601) todo el poder del reino. Isidoro decía de él que era piadoso y dado a la paz y no a la guerra como su padre y, que llevó a toda la “gens” gótica a la verdadera fe. Y según Gregorio de Tours, estaba “tocado por la misericordia divina”. Esta fue la causa de la posterior amnesia de Isidoro, respecto a su participación en la lucha contra Hermenegildo. Amnesia que no fue gratuita y, obligó a Recaredo, a unir todas las fuerzas godas arrianas en la fe católica, la más numerosa. Sobre todo, porque había otros muchos problemas políticos que solucionar en el reino y, el monarca, un hombre quizá menos religioso que su hermano Hermenegildo, pero mucho más pragmático, al que las diferencias teológicas, que creaba el conflicto entre arrianismo y catolicismo, le debían importar un pito (al fin y al cabo, todo quedaba dentro del cristianismo) y, rodeado de estados católicos, comprendió la conveniencia política de la conversión (como vemos, la religión ha sido casi siempre, empleada como arma política). Sus antepasados habían sido capaces de relegar a un segundo plano, a dioses como Odín o Wotán, para establecer los pactos convenientes, con el gobierno imperial romano arriano, más fácil era acoplarse a un catolicismo, que compartía las mismas raíces religiosas que el arrianismo, que hasta entonces profesaban; consejo que, según alguna de las fuentes, había recibido de su padre Leovigildo.

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