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Una vez más resuenan las trompetas de eventos históricos que supuestamente definen el nacionalismo español. En la Historia de España, si escribimos con brocha gruesa, se puede hablar de un enfoque mitista (mitológico) en el sentido de generar un relato que se acomode a crear un origen “nacional” que construye un devenir histórico con una evolución lineal, aparentemente coherente, que entronca con unas supuestas “raíces” desde el pasado hasta el presente. Sitúa una identidad antigua de España, en la civilización greco-romana (no en el mundo fenicio- cartaginés, ni tartésico…), don Pelayo, los Reyes Católicos, la lucha contra los “moros” y el concepto de Reconquista por recuperar el reino visigodo de Toledo ( concepto que aparece en tiempos de Modesto Lafuente, en el siglo XIX), el cristianismo como eje vertebrador de la idea de España, la obra civilizadora de España con los indios de América, Carlos V y Felipe II y las victorias de los gloriosos Tercios de Flandes…Por supuesto, todo lo que salió mal, fue culpa de los “enemigos” de España (incluida la II República y sus intentos de reformas).
Una versión actualizada de este pensamiento, con apariencia de ecuanimidad y equidistancia, es el enfoque revisionista (especialmente capitalizado por la derecha y derecha extrema que, además, ya en esta etapa, blanquea el Franquismo y sus “logros”). Con más o menos énfasis en este enfoque participan historiadores de la propia Real Academia, e intelectuales “orgánicos”, novelistas y divulgadores históricos, por no hablar de los medios de comunicación y muchas de las revistas de divulgación histórica o pseudohistórica.
Un tercer enfoque posible es el histórico (que ha de ser crítico y para el tema que nos ocupa, decolonial en el sentido de tener en cuenta los prejuicios y clichés construidos a lo largo del tiempo desde una posición de poder, conquistadora y asimiladora).
No hubo Reconquista y no existía España como nación.
Eso no evita que el historiador/a, como científico social, tenga ideología (en realidad toda Ciencia la tiene) pero es su profesionalidad, el debate académico (dentro y fuera de la Academia), el que va perfilando hipótesis como tesis bien consolidadas. La aspiración de objetividad (nunca alcanzable del todo), depende en muchas ocasiones de las fuentes empleadas, las conclusiones sesgadas o no, la propia formación del historiador/a y la amplitud de miras (que ha de ser global y dispuesta siempre a ser reconsideradas). En Historia no es conveniente “pontificar” aunque sí ser coherentes con las interpretaciones y los datos. En todo caso, también hay “modas” y es el tiempo, y el proceso de debate el que va perfilando las más sólidas, aunque siempre dispuestas a modificarse en un proceso que suele ser lento.
La idea de “España” ha ido cambiando con el tiempo. No es inmutable. Su conceptualización convive con otras tradiciones (que tienen los mismos peligros de ser mitificados, claro está), pero esa idea no es única (“lo español”), y eso también tiene una traslación a la historiografía. En 1988 critiqué públicamente los fastos (con el coste de alguna amistad) de la celebración de Milenario de Catalunya (inexacta por cierto, porque hasta 1258 los catalanes siguieron siendo vasallos de los francos hasta Jaime I). Desde los Reyes Católicos (“reyes de las Hispanias”) los monarcas se consideraban reyes, condes y señores de un abanico amplio de territorios que se habían incorporado a la corona. Hasta el siglo XVIII con los Borbones, no se transformó el sistema de lo que se ha dado en llamar la monarquía compuesta. El proceso de estado-nación se comienza a formar en ese momento.
Hay que evitar visiones homogeneizadoras porque invisibilizan realidades más complejas y diversas. Historiadores/cronistas de tiempos de Felipe II (“el Imperio español”) Florián Ocampo, Jerónimo de Zurita y, ya en el s. XVII, Juan de Mariana escriben sus Historias generales sobre Castilla, Aragón y “otras Españas”.
¿Nos podemos sentir aludidos como “españoles”, hoy en día, identitariamente?, ¿debemos sentir complejo de inferioridad de ese conjunto en la comunidad hispana, con la diversidad de intereses, actores e identidades existentes?.
Es cierto que una cosa es la legitimidad de aspiraciones identitarias y otra muy distinta identificar los problemas actuales con los de otras épocas. El ejemplo lo tuvimos en el discurso del anterior presidente de México López Obrador y la actual presidenta Claudia Sheinbaum, pidiendo “disculpas” a España por la conquista. Para no caer en el presentismo, quizás no se debería tratar de que baste con unas disculpas (¿del rey de España, de la nación española, de los españoles en general?…). Es algo más profundo y complejo. Quizás sería más útil la revisión de la interpretación histórica mitista y revisionista (que pretende dar una “buena imagen” de la labor colonizadora española en América) presente aún hoy en libros de texto escolares, redes sociales, tertulias televisivas, y artículos de prensa. Recuerdo que la campaña internacional 500 Años de Resistencia indígena y popular, en 1992, ante la Celebración del Quinto Centenario del Descubrimiento, hacía énfasis en la pervivencia y lucha del movimiento indígena y popular en el continente americano (frente a la opresión de cada época) y en que no había nada que celebrar. En todo caso reflexionar, debatir críticamente, muchos aspectos derivados de la conquista y colonización española desde aquella “Celebración” que en lo fundamental pretendía “blanquear” la imagen de España en América, resituarla estratégicamente en la llamada “comunidad iberoamericana” y hacer negocios (las grandes empresas de todo tipo y especialmente extractivistas).
No se puede identificar la Historia de España con la de Castilla (protagonista de la Conquista de América), dotada de autoridad para hacerla por el propio Papa romano con las bulas de Alejandro VI en 1493. Y esto es así porque el resto de los pueblos/reinos de la Monarquía, participó de manera marginal y las élites del área catalano-arogonesa se volcaron en el Mediterráneo, donde percibían mayores oportunidades.
Pero es obvio que el sistema de conquista y colonización de América, al menos en el siglo XVI-XVII, fue feroz (como no podía ser de otra manera, tratándose del tipo de conquistadores que fueron durante ese tiempo, unos 200.000 a 250.000 buscadores de fortuna y “gloria”, algún autor habla de 100.000). El Requerimiento leído por los españolesa los amerindios, pretendía hacer vasallos para la Monarquía, pero en la práctica suponía el pretexto (que exigía la Iglesia) para la “guerra justa” si no obedecían. Tenemos noticias ( Ginés de Sepúlveda m. 1573, Matías de Paz m. en 1519) de conquistadores que exigen la obediencia a los españoles conquistadores, argumentando su “barbarie” (los famosos sacrificios humanos), o que debían trabajar para los colonizadores para que pudieran financiar los gastos de su cristianización.
Y eso no es desconocer que las sociedades amerindias más avanzadas en su estructura estatal y centralización, estaban sometidas a una estratificación social, jerárquica, de género, clase y etnia. Pero la realidad de Abya Yala, era algo más que los aztecas o incas. La enorme diversidad de pueblos, lenguas y realidades socioculturales no se pueden invisibilizar por causa de los sacrificios humanos practicados por las élites guerreras y sacerdotales de los pueblos de algunas de las partes de América.
Es evidente que se produjo un cambio total en las condiciones de vida de las poblaciones amerindias y pueblos originarios, en sus estructuras sociales, políticas que fueron sustituidas radicalmente por otras. La mano de obra indígena fue sobreexplotada para construir ciudades, el cultivo de los campos y el trabajo en las minas. No en vano se produjeron rebeliones frecuentes frente a esta “bondadosa colonización” como la del cacique Hatuey (que refleja las matanzas generalizadas como la que le ocurrió a los taínos en el área del Caribe) prácticamente exterminados.
Así mismo, nos quedan los testimonios de los críticos al modelo de conquista explotador en las encomiendas y con las mitas (en el campo y en las minas), como Antonio de Montesinos (1511), Francisco de Toribio de Benavente (m. en 1569), Guamán Poma de Ayala. Francisco de Vitoria, desde la Universidad de Salamanca pedía que, aunque la evangelización era irrenunciable, no se forzara a los indios en su cristianización, formas de vida y costumbres.
También Bartolomé de las Casas (por muy discutible que parezca a algunos, su Brevísima relación de la destrucción de las Indias) proponía desde la perspectiva de que los aborígenes eran seres humanos, así como purgar a los gobernadores corruptos, agrupar a los indios y dotarles de hospitales y escuelas, restituirles los bienes, favorecer las uniones mixtas con garantía legal…(si bien es cierto que esa categoría de humanidad no se la daba a los africanos pues animaba a que sustituyeran a los amerindios en las minas por ellos).
Las Leyes de Burgos de 1512 y las Nuevas Leyes de Indias de 1542 reconocían a los indios como vasallos y la prohibición de ser esclavizados, pero hay que tener en cuenta que la disminución de su población era alarmante y que el modelo colonial español/castellano necesitaba mano de obra ingente. A esas alturas se empezó a pensar en su sustitución por africanos. En todo caso, los colonizadores procuraron burlar la prohibición todo lo posible y las autoridades coloniales no ponían demasiado énfasis en hacerlas cumplir. También la cooptación de los hijos mayores de caciques por los colonos, permitía que se “cristianizaran” (aculturación) para ser devueltos a sus comunidades de mayores y realizaran ese mismo proceso asimilador en sus comunidades. Mientras, la jerarquía de la Iglesia quemaba códices de todo tipo, que atesoraban una parte importante de la memoria y el saber de esos pueblos, y que se ha perdido (el único extenso y completo que se conserva, del siglo XI-XII, está en el Museo de América de Madrid).
Los amerindios de la América colonial española pagaban impuestos, estaban obligado a realizar prestaciones de trabajo personal, tenían prohibido llevar armas y montar a caballo, estaban excluidos de desempeñar cargos eclesiásticos y civiles (la ordenación religiosa estuvo prohibida hasta 1697), su testimonio ante tribunales no valía lo mismo que la de un español (se necesitaban dos testimonios de indios frente al de un español). Sin embargo, cuando se concedieron exenciones por la corona de tipo fiscal o de mitas e incluso de desempeñar cargos en la administración local para los que procedían de las élites, se trataba de quebrar sus vínculos y su identidad, tras largos procesos de probanza de sus orígenes.
Aunque en el Virreinato de Nueva España había hasta diez idiomas, la política lingüística de castellanización de la lengua fue absoluta. La búsqueda de la homogeneización en nombre de la religión fue un disparate y estuvo fuera de la realidad de aquel continente.
El mestizaje fue reflejo del modelo colonial. Los 200.000-250.000 conquistadores, sobre todo en el primer tramo de la conquista, no contaban más que de una mujer por cada diez hombres. Las mujeres castellanas eran apreciadas para legitimar la descendencia. Las uniones con mujeres amerindias fueron frecuentes y en muchos casos forzadas. En gran medida no tenían posteriormente reconocimiento de los conquistadores en nombre de la “limpieza de sangre”. Ese mestizaje no siempre implicaba el reconocimiento matrimonial (Cortés y doña Marina, conocida como Malintzin) o la descendencia. En el mestizaje influyeron el género, la etnicidad, la clase social y la propia legislación tuvo irremediablemente (y no por convencimiento) que adaptarse a la diversidad. Con la importación masiva de esclavos negros (se calcula unos 500.000 africanos hasta mediados del siglo XVII), esa diversidad se hizo aún mayor, pero estaba muy lejos de reflejar una sociedad igualitaria. Los “cuadros de castas” muestran las enormes y desiguales formas de mestizaje y clasificación. Por cierto, que la abolición de la esclavitud en España se realizó en 1870 pero el lobby pro-esclavista demoró 16 años su aplicación práctica con lo que España y el Vaticano fueron los últimos estados europeos en hacerlo.
Sobre la Leyenda Negra, no hay mucho más que decir, que lo que la historiografía ha desvelado como guerra de propaganda de los enemigos del imperio español, como apunta el libro María Elvira Roca Barea (Siruela) con su trabajo doctoral publicado como Imperiofobia y la Leyenda Negra. Hay que entenderla en el contexto de un imperio hegemónico que hace la guerra en media Europa y unas posesiones de ultramar deseadas por los demás reinos europeos. Esta propaganda utiliza las guerras en Flandes e Italia, la Inquisición, la intolerancia religiosa. Coincido en algunas cosas con la autora, en otras me hubiera gustado matizar (resalta algunas y obvia otras), y algunas claramente en desacuerdo, no tanto por los datos (a veces discutibles), como por la interpretación y conclusiones, más o menos veladas. Pero eso, no hace “bueno” ese papel de la Monarquía Hispánica como potencia dominante durante el siglo XVI y XVII, que usa la violencia dentro y fuera de sus fronteras. No creo que esa Leyenda nos deba condicionar ninguna interpretación o análisis actual. De lo que no cabe ninguna duda es que la Monarquía Hispánica perdió su capacidad de crear su relato de la conquista y de hacer la contra-propaganda contra sus enemigos en Europa. ¿En qué estaban pensando los dirigentes del imperio español…?.
El proceso hacia el Capitalismo, a pesar de la monetarización intensa (la más importante de su tiempo en América y Europa), que suponían la llegada de las flotas de Indias y el galeón de Manila, se hizo más lento porque el flujo monetario de América partía para financiar las deudas de la Monarquía Hispánica y sus guerras, mientras las élites construían palacios y los clérigos catedrales (el oro de América y la sangre del indio y del africano). En el siglo XVI-XVII, el expolio en metales preciosos fue intensivo. Sólo Pizarro consiguió 4 toneladas y media de oro. Entre 1503 y 1660 llegaron a España 185.000 kg de oro. Sólo en áreas mexicanas entre el 1741 y 1800 se enviaron 67 toneladas de oro. Respecto a la plata (s. XVI-XVII) se enviaron 16,88 mill de kg de plata, originando, por cierto, lo que la historiografía denomina la revolución de los precios que tanto daño hizo a la economía española (“el imperio rico tiene una metrópoli pobre”, escribía Eduardo Galeano).
Pero el proceso estaba en marcha, aunque más lento que en el norte de Europa. Por poner un ejemplo, ese capitalismo comercial se va anunciando en los astilleros cántabros y vascos (el primer viaje de pescadores vascos a América está documentado en 1517 y a Terranova y la península del Labrador en 1537) exportando pescado; las serrerías del norte; los “ingenios” azucareros en América; la elaboración y venta de chocolates en España (que surtía a toda Europa); o los primeros talleres siderometalúrgicos en Vizcaya (que ya existían desde el siglo XI y XII) y ferrerías de montaña en los siglos XVI-XVII. De Catalunya y Valencia se podrían recordar también iniciativas parecidas en torno al textil y productos de lujo provenientes del Mediterráneo, o el papel importante de canales de navegación interior como el Canal de Castilla, junto a la exportación de la lana castellana (hasta que Flandes e Inglaterra tomaron después la iniciativa) por recodar algunos elementos de ese proceso económico.
Cuando el puerto de Cádiz perdió el monopolio que habían tenido para los intercambios con las colonias (como había ocurrido en Sevilla), el Imperio colonial español no tuvo más remedio que aprobar el libre comercio con el Reglamento y aranceles reales para el comercio libre de España a Indias en 1778. Eran católicos, si (no calvinistas), pero había un proceso de acumulación, no tan rápido como en Europa que se aprovechó desde el primer momento a través de las deudas contraídas por la Monarquía Hispánica y la filibusterismo. Es evidente que se estaban generando procesos que tenían que acabar en una economía capitalista (que fue mixta, semifeudal y capitalista comercial hasta mediados del siglo XIX, donde comienza la industrialización).
Aunque el término Imperio no es muy adecuado (asentado, como está, por el uso en el tiempo) los tratados con Portugal suponen el primer reparto global del mundo entre potencias. ¿No fue una actitud imperialista?.
La mayor “bondad” o no de la Inquisición española en comparación con los tribunales creados en el resto de Europa es otra de las constantes en el enfoque revisionista. Matar más o menos, no hace mejor institución a la española que perseguía a los acusados de judaizantes, moriscos, luteranos, alumbrados, supersticiones (que, a veces, encubren brujería), proposiciones heréticas, bigamia, solicitantes, ofensas al Santo Oficio, moral sexual y homosexualidad, coito anal, blasfemia y otros casos (costumbres culinarias, poner mala cara cuando se mentaba a la Virgen)… Ya Hernando del Pulgar (m. en 1493) consideraba que las prácticas de la Inquisición eran de extrema crueldad. Esta realidad histórica no se puede -ni se debe- saldar como más benigna que otras. La Monarquía Hispánica persiguió menos a las mujeres acusadas por brujería, entre otras cosas porque ya tenía muchos sectores a quien perseguir.
El peso histórico de la Inquisición no puede juzgarse sólo con los datos de los ejecutados. Aunque la etapa más feroz fue la primera (s.XV a XVII), resulta difícil apuntar cifras. Y eso a pesar de que historiadores consagrados al tema como Henry Kamen, Joseph Pérez, Ricardo García Cárcel o Antonio Elorza hayan escarbado entre la documentación del Archivo Histórico Nacional (AHN), archivos eclesiásticos, locales, etc. Según los autores hay datos incompletos, parciales y, a veces contradictorios, en relación con sus investigaciones más locales y los depositados en el AHN que en teoría debería tener copia de toda la documentación de la Suprema. Los datos se ven condicionados por la menor o mayor eficacia de la autoridad, su presencia efectiva sobre el terreno o la no elaboración de expedientes que se veían abortados en medio del procedimiento o la investigación. Hubo fenómenos de locura, linchamiento, suicidio, torturas y enfermedades en cautiverio, niños encarcelados sin ser acusados formalmente, que dejan un interrogante sobre la calidad de los datos archivados. Sólo se pueden hacer estimaciones razonables.
Desde los 31.912 ejecutados que denuncia Juan Antonio Llorente en 1822, y los 49.092 procesados de los archivos de la Suprema en el AHN (con un 2% de ejecuciones), a los 150.000 procesados y 3000 ejecutados del historiador García Cárcel, incluyendo los datos de los investigadores Contreras y Henningsen entre 1480 y 1700 (siendo muy prudentes). No se pueden poner cifras muy concretas y hay debate historiográfico sobre el asunto, aunque las cifras dependen de quién las utiliza y escoge.
Sabemos que las ejecuciones contra las mujeres acusadas de brujería en Francia, Inglaterra, Alemania o Países Bajos fue mayor, y eso está espléndidamente explicado por Silvia Federici, y su relación con el surgimiento del capitalismo, el calvinismo y luteranismo alemán (especialmente en relación con la persecución de las mujeres como brujas), a las que quieren domesticar, expropiar sus saberes e incluir en una masa trabajadora que se estaba formando en esos países. Federica Spotorno habla de que en tres siglos murieron en el centro de Europa, al calor de las “guerras de religión” entre las que se encontraba la Guerra de los 30 Años, 100.000 mujeres acusadas de brujería. Federici lo ha planteado en la misma línea (II Encuentro promovido por la Campaña Internacional para visibilizar la caza de brujas en el mundo, en 2022).
Además, está la exportación a América de la Inquisición con Tribunales en Lima, México y Cartagena de Indias (no sólo por la emigración de judeoconversos o protestantes, sino por los conocimientos tradicionales que utilizaban los pueblos ancestrales y originarios y que, desde el primer momento son considerados “obra del demonio”. Territorios católicos de la Monarquía como Nápoles y Sicilia, se rebelaron en el siglo XVI ante el intento de exportar el Santo Oficio.
Toda esta complejidad se deja traslucir en la novela de la anterior autora citada Elvira Roca Barea Las brujas y el inquisidor (Espasa) que nos habla del papel de Alonso de Salazar y los intereses extra religiosos en la persecución de la brujería, incluyendo los geopolíticos. Por cierto, muy recomendable la visita a Zugarramurdi y su museo, aunque no fue el único lugar donde se produjeron situaciones asociadas a la caza de brujas en el área vasco-navarra. Ya en 1525 en los valles de Navarra fueron ejecutados entre 30-40 personas. Entre 1609 y 1614 el Tribunal de la Suprema de Logroño encabezado por Valle de Alvarado procesa a 300 con 40 condenas. En el proceso de Logroño el 7-8 de noviembre de 1610 son quemados 6 personas por brujería y 5 “en efigie” (según las fuentes suben a 12 el total) porque ya habían muerto en la cárcel (cosa frecuente debido a las torturas, enfermedades, alimentación). Son conocidas las condiciones de las cárceles de la Inquisición, aunque sabemos que no se distinguían mucho de las creadas en el ámbito secular. El total de Zugarramurdi es de 11-12 sólo en los procesos de 1610.
En el caso de los judaizantes el número de quemados en la hoguera pasa de 2000 y de penitentes de 18.000. La expulsión de éstos judaizantes en, al menos, 80.000. Los dramas personales y familiares, el desarraigo, el hostigamiento social, el apartheid ambiental… Esa fue la realidad de la sociedad de la Monarquía Hispánica durante los siglos XVI a XVIII, por poner datos del período que nos ocupa.
Los Reyes Católicos se negaron a ceder el control de la Inquisición a la Iglesia. Se convirtió en un instrumento de la corona de control social, cultural y político frente a la disidencia de cualquier tipo. Se perseguía asuntos relacionados con prácticas sexuales-morales, judíos, moriscos, alumbrados, protestantes, místicos (Fray Luis de León, Teresa de Jesús)…Convirtiéndose en una máquina acusatoria en la segunda mitad del siglo XVII pues se financiaba en gran medida con las expropiaciones a los acusados (incluso sin acabar de ser juzgados).
El último ajusticiado por la Junta de Fe de la diócesis de Valencia (sustituta de la Inquisición) fue el maestro Cayetano Ripoll delante del Mercado Central de Valencia en 1826. No se abolió formalmente hasta 1834 , cuatrocientos años después.
José Antonio Antón Valero
Catedrático de Historia de secundaria.
Miembro de la asociación solidaria Entrepueblos y de Valencia Laica
16 de septiembre de 2024