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Una mirada transnacional del catolicismo social: Bruselas‑Lisboa‑Madrid · por Ángel Luis López Villaverde

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Una mirada transnacional del catolicismo social: Bruselas-Lisboa-Madrid

La historia religiosa actual es, sobre todo, una historia cultural y social del factor religioso, e incluye una multiplicidad de manifestaciones que sobrepasan ampliamente las creencias que la sustentan. Y es capaz de aportar perspectivas muy relevantes para entender el mundo contemporáneo desde un marco transnacional. Por ejemplo, por qué dos realidades aparentemente enfrentadas, el mundo obrero y el católico, pudieron tender puentes y sinergias de la mano de una organización, como la JOC, nacida en Bélgica, pero vocación global, y hasta qué punto consiguió su propósito de llevar a Cristo a las fábricas un movimiento devoto de Cristo Rey. Por otra parte, interrelacionar experiencias católicas aparentemente tan diferentes como las vividas en países de amplia tradición democrática y temprana modernización económica, como Bélgica, con las vividas en Portugal y España, con largas experiencias dictatoriales y una modernización más conflictiva, puede resultar un ejercicio relevante si contribuye a desmontar estereotipos y reconstruir claves que, de otro modo, pasarían desapercibidas.

Ángel Luis López Villaverde
Universidad de Castilla-La Mancha

¿Qué interés tiene la mirada transnacional del catolicismo social y de la religiosidad proletaria? ¿Por qué relacionar experiencias católicas tan diversas como las vividas el siglo pasado en Bélgica, Portugal y España? ¿Cómo las bases de legitimación de unas dictaduras de base católica dejaron paso al desenganche religioso?

Estas y otras preguntas fundamentan esta monografía. Para encontrar la respuesta, hicimos una estancia de investigación en Lisboa, estudiando la documentación sobre la Acción Católica del Arquivo Histórico do Patriarcado, la correspondiente a la censura del Arquivo Torre do Tombo y las referencias bibliográficas y periódicas de organizaciones obreras católicas en la Biblioteca Nacional de Portugal. Y de ahí, nos fuimos a consultar en Bruselas los fondos Cardijn de los Archives Générales du Royaume. Culminamos así una labor investigadora de dos décadas sobre el catolicismo español y, más reciente, sobre el belga, desarrollada en varios proyectos de investigación sobre historia religiosa.

Histagra
Comares. Desenterrar el pasado
Claves del contexto

El periodo de entreguerras fue una etapa complicada para la Iglesia católica. Pío XI, que vivió su pontificado (1922-1939) bajo la sombra del fascismo italiano, se enfrentó al desafío espiritual que suponía recristianizar una sociedad de masas en un contexto marcado por profundas tensiones y crisis internacionales, políticas, socioeconómicas.

A la altura de 1924, un sacerdote belga, Joseph Cardijn, celebraba en Charleroi un congreso que daba origen a una organización, la Jeunesse Ouvrière Chrétienne (JOC), dispuesta a recristianizar a las masas obreras llevando a Cristo a las fábricas con un método novedoso, de revisión de vida, y otorgando a sus miembros una función de apostolado entre sus semejantes. Aunque levantó suspicacias entre la jerarquía y el movimiento católico, fue respaldado por Pío XI para extender la JOC en Bélgica pues, a juicio del papa, “la masa obrera sin la Iglesia está perdida, y la Iglesia está perdida sin la clase obrera”. De esa manera, en 1925 (el año en que se instituía la fiesta de Cristo Rey y se iniciaba una efímera coalición católico-socialista en Bélgica, en un contexto de división católica y un emergente peso democristiano) pudo celebrar su primer congreso la JOC.

En 1927, la presión episcopal obligaba al acuerdo entre la JOC y la asociación rival, la ACJB (Action Catholique de la Jeunesse Belge), convirtiendo al movimiento educativo y evangelizador fundado por Cardijn en un puente entre el movimiento pastoral y el obrero, como muro de contención contra la revolución, contra la dictadura y contra el comunismo. La JOC obtenía cierta autonomía dentro de una AC que iniciaba su especialización justo en el año en que atravesaba fronteras y llegaba a Francia.

Joseph Cardijn en el Congreso de la JOCP, abril de 1955 (Fuente: Archives Générales du Royaume. Archives Cardijn (Bruxelles), 2116/4)

En 1931 llegaba la JOC a España. Pero aquí la “C” era de “católica” y no de “cristiana”, a diferencia de su matriz. No era la única diferencia. Salvo la catalana FJCC (Joves Cristians de Catalunya) y la JOC bilbaína, el primer jocismo español no seguía estrictamente el modelo belga. Ese mismo año, en abril, se proclamaba la II República y era preciso adaptar una Acción Católica triunfal, gestada en el modelo de cristiandad, a una AC a la defensiva, en un contexto secularizador y laicista. Un mes después, en mayo, se publicaba Quadragesimo Anno, la encíclica en la que Pío XI abogaba por el corporativismo, como tercera vía entre el capitalismo y el marxismo, y por la idea de proximidad. Encontraría la oportunidad para lo primero en el experimento corporativo portugués y para lo segundo en el apostolado entre semejantes de la JOC.

En 1932 vendrían a coincidir dos hechos muy relevantes. Por una parte, en abril, el arzobispo de Mitilene recibió el encargo del cardenal patriarca de Lisboa, Manuel Gonçalves Cerejeira, de poner en marcha la Acción Católica (ACP), una organización que no había cuajado hasta entonces en Portugal. La jerarquía eclesiástica quería recristianizar un país sometido a un proceso de secularización iniciado en 1911 (con la ley de separación del Estado de las Iglesias) si bien se había ido domesticando en años previos. Aunque el régimen militar instaurado tras el golpe de mayo de 1926 había concedido mayor protagonismo a los católicos, los obispos veían con alarma los acontecimientos que venían de la vecina España, con el despliegue de las leyes secularizadoras, en aplicación de la constitución republicana, por un gobierno de izquierdas, formado por republicanos y socialistas. Por otra parte, en el mes de junio, un católico, António de Oliveira Salazar, que había ido ganando peso en el gobierno portugués, culminaba su carrera política y asumía su presidencia. Se disponía a implantar un modelo corporativo, el Estado Novo, institucionalizado en su Constitución de 1933.

Dos antiguos amigos de la universidad de Coímbra habían escalado a la cumbre del poder político (Salazar) y religioso (Cerejeira) a inicios de los años treinta. En lo sucesivo, primaron los intereses compartidos, desde una supuesta independencia eclesiástica, garantizada en el marco constitucional y en el concordatario. Salazar necesitaba a los católicos para que funcionara su república corporativa como antídoto de la (supuesta) amenaza comunista que provenía del otro lado de la frontera. Y Cerejeira, en sintonía con Pío XI, quería “cristianizar” desde dentro el corporativismo, en defensa de un modelo “asociativo”, acorde con la doctrina social de la Iglesia, alejado del modelo “estatista” propio de los sistemas autoritarios.

Poner en marcha la ACP implicaba la disolución del Centro Católico Português (CCP), la organización católica tutelada por los obispos que había servido de trampolín político a Salazar, que no tenía cabida en un sistema autoritario de partido único, la União Nacional, fundada por él mismo en 1930. Cerejeira sacrificó gustosamente el CCP, en aras de la autonomía eclesiástica, mientras se iba poniendo en marcha una ACP meramente apostólica, en un proceso que duró varios años.

El Cardenal Manuel Cerejeira y António Oliveira Salazar en Lisboa, años 1960. (foto: The Delagoa Bay World)
Conexiones belgas con el catolicismo portugués

En la puesta en marcha de la ACP jugó un papel protagonista Joseph Cardijn, que mostró gran interés por el catolicismo social portugués. En Portugal tuvo las manos libres para poner en marcha la especialización de una Acción Católica adaptada a un modelo alternativo al demoliberal de su país, en un momento en que la crisis del capitalismo estaba alimentando un debate en el seno del catolicismo belga en torno a si convenía abrazar un proyecto corporativo que permitiera a las organizaciones obreras cristianas defenderse de los ataques tanto de los patronos como de los sindicatos de clase. No obstante, el catolicismo belga no tardaría en descartar un corporativismo de carácter equívoco, que podía acabar con el potente y plural movimiento obrero católico belga.

Que fuera Cardijn el elegido para dar su impronta a la ACP confirma la deriva excesivamente apostólica de un movimiento como la JOC, más identificada en el periodo de entreguerras con la acción social católica que con la reivindicación de clase obrera, tal como lo denunció uno de sus fundadores, Fernand Tonnet. Que Cerejeira, alter ego de Salazar, confiara tanto en el canónigo belga desactiva la supuesta carga revolucionaria de un movimiento cuyo mayor atractivo en los inicios del Estado Novo era su acreditada función como antídoto frente al comunismo era su mayor atractivo.

Cardijn se puso manos a la obra contando con el respaldo de Pío XI y de Cerejeira. Tuvo desde el principio la intermediación de los llamados “padres de Lovaina”, como Manuel Rocha y Abel Varzim, que conocieron el catolicismo belga en sus años universitarios (entre 1930 y 1934) y quisieron adaptarlo a un modelo opuesto a la lucha de clases, compatible con el Estado Novo portugués. Cardijn fue recibido en sus diferentes viajes a Portugal con creciente interés. Y Portugal, además de un experimento democristiano alternativo al belga, le ofrecía una ventana de oportunidad para extender la JOC a su imperio colonial y a Brasil. Y no menos importante fue el papel simbólico y movilizador que jugó el santuario de Fátima. Muy diferente resultó su actitud respecto a España, con un contexto laicista republicano y un jocismo débil y alejado de su modelo educativo y obrerista. Aunque no dejó de intentarlo en los años treinta, pues sus viajes a Lisboa solían tener estación de paso en Madrid o Barcelona antes de regresar a Bruselas.

En noviembre de 1933 se aprobaron las bases de la ACP, concebida como un ejército de Dios para recristianizar el país, combatir la influencia comunista, el indiferentismo religioso y la división católica. Para poner en marcha la especialización, se completó el modelo belga. Las cuatro ramas (hombres, mujeres, jóvenes de chicos y de chicas) contaron con cinco organismos (“A” de agraria, “I” de independiente, “O” de obrera y “U” de universitaria). Manuel Rocha quedó al frente de la Juventude Operária Católica y Abel Varzim al frente de la Liga Operária Católica. Sin embargo, la recristianización desde dentro no tardaría en fracasar.

Cardijn durante el Congreso Internacional de la JOC en el estadio de Heysel (Bruselas), en septiembre de 1950 con una imagen de la virgen de Fátima (foto: https://www.josephcardijn.com/en/item/956)
Conexiones a tres bandas

Tras la II Guerra Mundial, las dictaduras de Salazar y de Franco quedaban aisladas internacionalmente y necesitaban fortalecer su perfil católico, como freno del comunismo, para evitar su vinculación a los intereses del Eje, derrotado.

En Portugal, la nueva redacción de las Bases orgánicas (mayo de 1945), del Estatuto de las organizaciones especializadas (julio de 1945) y del Reglamento general de la ACP (mayo de 1946) definieron un nuevo cuadro orgánico, procurando armonizar la especialización organizativa (por edad, sexo, profesión y medio) con la unidad institucional y programática, reforzando los órganos de coordinación y dirección. Un modelo especializado que permitía una suerte de democracia “orgánica” y de nacionalcatolicismo que, aunque menos institucionalizado que en el caso español –pues no era la ideología imperante, y no unía al Estado, sino a la Nación con el catolicismo— ofrecía una herramienta apropiada para la otra dictadura ibérica.

En 1948 llegó por primera vez a España la imagen de la virgen de Fátima peregrina. Y en 1949 hubo dos hechos destacables. El primero fue en el mes de mayo; tras ser informado exhaustivamente de la situación del país, Cardijn fue invitado a impartir unas conferencias en la universidad Pontificia de Comillas, ante un auditorio compuesto de seminaristas y sacerdotes de todas las diócesis españolas y algunos de América Latina. Ahí empezó a interesarse más por España, que ofrecía una ventana de oportunidad para formar consiliarios españoles e hispanoamericanos. No obstante, la juventud obrera católica española estaba dividida entonces en dos organizaciones, JOC y JOAC; esta última más vinculada a la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC). El segundo episodio fue en el mes de mayo, con el nombramiento del dictador español, Francisco Franco, como doctor honoris causa por la universidad de Coímbra, apadrinado por el cardenal Cerejeira.

Hasta ese momento, los contactos entre los católicos sociales españoles y portugueses habían sido limitados. En 1944 habían asistido algunos asistentes –así se llamaban en Portugal los sacerdotes responsables de las organizaciones católicas, que en España se denominaban consiliarios y en Bélgica o Francia, aumôniers— portugueses a los retiros espirituales de Covadonga, organizados por los jesuitas. Pero desde 1953, el santuario de Fátima se convirtió en un lugar frecuente de reunión de organizaciones juveniles de AC españolas y entraron en contacto con las portuguesas.

Viaje de Monseñor Cardijn a España. Visita al cardenal primado, Pla y Deniel (18 de abril de 1955)(Fuente: Archives Générales du Royaume. Archives Cardijn (Bruxelles), 2112/8)

El mes de abril de 1955 fue fundamental para el futuro tanto de la JOC portuguesa como de la española, con Cardijn como nexo. Primero asistió al I Congreso nacional de la JOCP, donde los jóvenes obreros católicos empezaron a distanciarse de un salazarismo que veía con sospecha el papel como “cuerpo representativo” de los jóvenes obreros. Desde Lisboa hizo escala en Madrid y esa visita resultaría clave para la fusión de la JOAC con la JOC. Tras su reunificación, el interés de Cardijn por el jocismo español pasó a ser prioritario.

El Congreso mundial de la JOCI en Roma, en agosto de 1957, supuso una reorientación internacional de la organización. Un año después, en septiembre de 1958, la chilena Dora Torres, presidenta de la JOCI femenina y con estrechos contactos con los dirigentes jocistas españoles, visitó Portugal con el encargo de que colaboraran los jóvenes obreros católicos portugueses con los españoles. Y así se hizo.

En 1960, el I Congreso nacional de la JOC supuso el espaldarazo definitivo de Cardijn a los jocistas españoles. Respaldo que se reforzó en los años siguientes, con la crisis de la Acción Católica española, y que mantuvo hasta su muerte, en 1967. Para entonces, su impulso inicial de llevar a Dios a las fábricas había derivado en la entrada de la lucha obrera en las sacristías. La propia Iglesia experimentó un cambio notable. Las dictaduras respectivas cayeron. El modelo de especialización se transformó en potente dinamitador del nacionalcatolicismo y del corporativismo desde dentro, generando una suerte de transición religiosa que anticipó a la transición política tanto en Portugal como en España.

Cardijn con representantes de las JOC de Cataluña (foto: https://puntviladecans.blogspot.com/2013/12/vaga-la-camy-any-1969-cosa-de-capellans.html)
Desmontando estereotipos

Este es el marco interpretativo de un ensayo que pretende contribuir a quebrar ciertos estereotipos y a forjar nuevos paradigmas. Un tópico largo tiempo cuestionado, aunque no superado, es el supuesto desinterés o recelo entre portugueses y españoles, con un pasado reciente que pareciera darse la espalda. Quien lea estas páginas comprenderá que tal cosa carece de fundamento, pues se entienden bastante mejor sus respectivas historias políticas y religiosas en el siglo XX si se analizan desde una perspectiva transnacional. Al igual que tiene poca explicación que los católicos portugueses hayan ocupado hasta ahora tan escaso protagonismo en estudios comparados o globales sobre el catolicismo occidental, pues, como aquí se fundamenta, el Portugal de los años treinta se convirtió en un laboratorio de una democracia cristiana europea, con perfiles aún por definir. Fue posible por su conexión con el obrerismo católico belga, en el que bebió para adaptarse a una situación excepcional, marcada por el corporativismo del Estado Novo. A partir de ahí, fue capaz de definir una variante de la Acción Católica especializada con repercusiones notables en España. De modo que la conexión belga se completó con las conexiones ibéricas. Unas relaciones que cuestionan el último tópico, que el nacionalcatolicismo fue una cosa española. Para nada. Ambas dictaduras ibéricas, la salazarista –con su prolongación, la marcelista— y la franquista, simultanearon la reconquista religiosa con la nacional. Y en ambas, la reivindicación del “Cristo Rey” acabó perdiendo el pulso respecto al “Cristo obrero”. De cómo las bases de legitimación de unas dictaduras de base católica dejaron paso al desenganche religioso, de sus luchas y esperanzas, también de sus desengaños, va este libro, que dibuja, en definitiva, una historia compartida entre los países ibéricos cuyas sinergias y analogías son sustancialmente más profundas que las habitualmente consideradas.

Ángel Luis López Villaverde, “En Cristo obrero”. La conexión belga con el catolicismo portugués y español durante las dictaduras salazarista y franquista.  (Sílex, 2024)

Fuente: Conversación sobre la historia

Portada: Viaje de Monseñor Cardijn a España. Llegada al aeropuerto de Madrid, tras asistir en Portugal al I Congreso Nacional de la JOCP (18 de abril de 1955)(Fuente: Archives Générales du Royaume. Archives Cardijn (Bruxelles),  2112/4)

Ilustraciones: Ángel Luis López Villaverde y Conversación sobre la historia

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