El obispo Munilla arma la de Dios con unas declaraciones en la SER donde mezcla tocino y velocidad demagógicamente, comparando la crisis de fe a la tragedia humana y real que asola Haití. De puta pena. Por sus actos los conoceréis. Y por sus palabras también. Y estas no translucen una torpeza de comunicación. Más bien delatan una falta absoluta de esa piedad y caridad cristiana que tanto pregonan pero tan poco ejercen, prevaleciendo y anteponiendo vacuas y bstractas consideraciones a la situación de vida o muerte de cientos de miles de almas. De vergüenza ajena. Por la boca muere el pié. Otra metedura de pata de un grandísimo hijo de Dios, pareja a la de su jerifalte vaticano no lo olvidemos, cuando negaba y obviaba muy recientemente en África la utilización del preservativo para evitar esa dolorosa y cruel pandemia del SIDA. Si la fe mueve montañas, algunas veces lo que origina son terremotos. No se retracta y expone, de nuevo: “Trataba de explicar que el mal que sufren esos inocentes no tiene la última palabra porque Dios les promete felicidad eterna.” [¿¡…!?]
“En ese contexto utilice la expresión EXISTEN MALES MAYORES, refiriéndome explícitamente a otro tipo de mal, al pecado de quienes vivimos en los países ricos y somos cómplices de una opulencia insolidaria hacia los pobres”. Esto lo dice un tipo enfundado en ricos ropajes bordados con oro cuando realiza sus ridículos performances litúrgicos. Un nota que representa al Vaticano, una organización mundial que nada en la pobreza, pues todos sabemos que sus potenciales económicos se han invertido en paliar el hambre y la miseria en el mundo, tal como predicó un tal Cristo. ¡JÁ! Se revuelve y acusa a los medios de comunicación en general de “distorsionar y manipular”. De sacar de contexto sus palabras. Son estos desalmados pastores los que pervierten y cambian, los que saben de “distorsionar y manipular” legados, sin duda alguna. Mientras, los inocentes creyentes siguen vendiendo el mejor pastor al mejor postor. Por 30 miserables monedas.