No debo ser la única madrileña que no entiende este baile de cifras millonarias que moverá la dial de la Juventud. organización de la Jornada Mun
Parece que la discusión está en saber quién paga todo esto en lugar de pensar para qué se paga todo esto. Para que la cabeza de la Iglesia se dirija a los jóvenes no se necesita un escenario lujoso, bastaría con un sencillo púlpito y una buena megafonía. Para que los jóvenes se confiesen no hacen falta 200 confesionarios diseñados por un arquitecto en el Retiro, bastaría con abrir las iglesias de Madrid. ¿Sabemos acaso lo poco que cuesta un tratamiento para que una madre etíope no transmita el virus del VIH a su recién nacido? ¿Lo que supone un paquete alimentario para un refugiado somalí?
No quisiera que estas letras pasaran por una crítica general hacia toda la Iglesia porque sé que hay otra, la comprometida, por ejemplo, con esos niños cuyos padres han fallecido víctimas de una enfermedad que en este mal llamado Primer Mundo tiene tratamiento; pero esa no creo que esté en la celebración de las JMJ.
Es hora de hablar claro y no eludir la responsabilidad, hay mucha inmoralidad en nuestra pasividad.