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Libia: ¿Estado fallido o Estado Islámico?

El Estado Islámico necesita terreno para legitimarse. Su objetivo es construir un califato y para conseguirlo en su camino masacran sistemáticamente a hombres, mujeres y niños por el simple hecho de tener otra religión o incluso la misma, pero no su visión apocalíptica del paraíso.

El interés con el que la OTAN intervino para sacarse de encima a Gadafi con la ilusión de que Libia acabaría entregada a las brisas de libertad de las primaveras árabes, se ha revelado inútil e ingenuo. La evidencia dice que es relativamente fácil intervenir para derribar gobiernos, pero en cambio es mucho más difícil reconstruir países. Sacar al dictador tiene un precio que, o no hemos querido, o no hemos sabido pagar, pero su deriva ha supuesto también la de todo un país que se asoma angustiosamente al precipicio.

Con dos gobiernos que reclaman la soberanía por su cuenta y multitud de milicias que la persiguen con las armas mientras se nutren de los beneficios ingentes del petróleo, Libia se ha convertido, junto a Somalia, en una de las escalas mas caóticas del mapa global. Mientras la ONU se ha entregado a un proceso de paz imposible entre las dos partes -incluso promoviendo un embargo de armas que solo ha impedido frenar a los mas radicales-, la fragilidad ha abierto avenidas por donde se han ido colando los guerreros de la yihad.

Lo que en occidente consideramos un estado fallido, sin un gobierno capaz de proteger a su gente, controlar sus fronteras, frenar los brotes de violencia o construir un marco de progreso común, es para las milicias radicales del Estado Islámico un paraíso. Pero con la expansión de la yihad, el fracaso de no encontrar solución a la deriva hacia un estado fallido no debería ser obstáculo ni excusa para mirar hacia otro lado.

Un error común es creer que la estrategia para frenar a Al Qaeda puede utilizarse idéntica contra el Estado Islámico. No se puede aplicar la lógica de una organización a otra que la está eclipsando, y que ha aprendido de sus debilidades.  No sabemos si a este lado del mundo nuestras cancillerías perciben la diferencia, pero son notables y Libia pone de manifiesto el principal rasgo diferencial entre estos dos grupos terroristas. Mientras los discípulos de Bin Laden funcionan en células dispersas con escaso control de territorio, el Estado Islámico necesita terreno para legitimarse. Su objetivo es construir un califato y para conseguirlo en su camino masacran sistemáticamente a hombres, mujeres y niños por el simple hecho de tener otra religión o incluso la misma, pero no su visión apocalíptica del paraíso. La matanza de los cristianos coptos de origen egipcio y los atentados suicidas de estos últimos días son solo un anuncio de que la misma realidad genocida que aplican en las zonas bajo su control en Siria o Irak se ha instalado en Libia.

Un dilema importante

¿Estado fallido o Estado Islámico? El dilema no es menor y no solo por la amenaza directa. Desde Hitler a Ruanda conocemos bien el error de no hacer frente a tiempo a otros genocidios. Las víctimas necesitan la solidaridad pero ya no podemos contentarnos con desplegar únicamente ayuda humanitaria. Hay momentos en los que la historia ha requerido pasar de la indignación a la acción y ahora Libia no puede hacerlo por sí misma.

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