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Laicidad mía, ¡qué cruz! · por Juanmaría G. Campal

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Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

Aun cuando no soy muy de reyes y aún menos de magias, salvo de las pasionales y eróticas entendidas como «encanto, hechizo o atractivo de alguien» y siempre ajenas a las escritas por Enediel Shaiah en su «Goecia. Estudio histórico y científico de la Magia pasional y erótica», el pasado sábado sí me invadió la duda con respecto a la eficiencia de la magia como «arte o ciencia oculta con que se pretende producir, valiéndose de ciertos actos o palabras, o con la intervención de seres imaginables, resultados contrarios a las leyes naturales».

Dudé, e incluso llegué a pensar si sería sujeto de reproche divino o llamado a la reconversión al catolicismo, al tardío consultar la versión digital de este diario y ver, lo primero, una gran foto que bajo el titular ‘León homenajea a sus Reyes’ daba noticia del anual rezo del tradicional responso en memoria de los monarcas de León que promueve la denominada Muy Ilustre, Real e Imperial Orden y Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro. Rezo y cofradía a los que, obviamente nada quiere ni debe objetar este escribidor y, más, cuando, por fortuna, gozamos de una libertad ideológica, religiosa y de culto en la que como nunca en nuestra historia cada cual, siempre con recta observancia de las leyes, puede hacer de su capa un sayo o una túnica.

La fotografía muestra un nutrido grupo de personas, unas, las más, con hábito talar, de las que una, el obispo, porta tiara; otras con vestimenta civil; unas, con cetro o vara –el obispo, el maestro de ceremonias y, si no distingo mal el puño del bastón, el alcalde–, algunas con vistosas medallas de las cuales una, el alcalde, también lleva banda de importancia y, otras, las menos, con, repito, vestimenta común o urbana.

Y así, si me topo en la foto con el alcalde –institución estatal y, por ello, no confesional– revestido de medallas, banda y vara, de extra o figurante en acto de la confesión católica, pues recuerdo que no es nueva esta, por provocar, ‘desviación socialista’, y rebusco en ‘Todo lo que era sólido’ (Muñoz Molina, 2013) y compruebo cómo «…como si no hubiera en España otros creyentes que los de la religión católica, como si sólo hubiera creyentes… Es misterioso que una izquierda que venía del laicismo de la II República abrazara con tanta convicción las celebraciones de la Iglesia católica».

Baíleles el agua, alcalde, pero recuerde: no siempre florece el clavel por marchitez de una margarita. ¡Ay laicidad mía! ¡Ah!, y lo sé: escribo en España. ¡Qué cruz! 

¡Salud! Y buena semana hagamos y tengamos.

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