Pero lo más llamativo de esta polémica ha sido no tanto el contenido como el tono de los debates y declaraciones, que a veces han rayado en lo grosero. Sobre todo en lo relativo a la posible presencia de sacerdotes en los CAE, paradójicamente algo menos conflictivo que su integración en los EMCP. A mi modo de ver, esta polémica encendida muestra lo mucho que nos queda todavía por avanzar en la senda del pluralismo moral.
El pluralismo moral es uno de los pilares de las sociedades liberales, democráticas y modernas. Consiste en aceptar la libre concurrencia de todas las opiniones morales personales y colectivas en el espacio público, con el objeto de deliberar y consensuar los mínimos éticos y jurídicos que deben configurar dicho espacio como un marco de convivencia en paz y libertad.
Dos requisitos formales debe cumplir cualquier posición moral particular para entrar en dicho debate. Uno es no ejercer ninguna forma de violencia para imponer su punto de vista, sino argumentar desde el respeto a los demás. Otro, reconocer a todos los demás como interlocutores válidos en condiciones de simetría moral. Negar al otro la posibilidad de expresar su punto de vista moral cuando cumple las condiciones anteriores, aunque esté fundamentado religiosamente, es un acto de intolerancia. Negárselo, precisamente por estar fundado religiosamente, es un acto de dogmatismo moral. Es el mismo fundamentalismo que ha practicado durante siglos la Iglesia católica oficial al negar a los no creyentes la posibilidad de ser interlocutores y actores de la vida moral, pero ahora de signo contrario.
Los Comités Asistenciales de Ética (CAE) nacieron en los hospitales norteamericanos en los años setenta. Constituyeron un intento de buscar salida a la dificultad para afrontar los problemas morales del acelerado desarrollo de la tecnología médica en marcos de un pluralismo moral extremo: cirujano agnóstico republicano, médico judío demócrata, enfermera protestante, trabajadora social musulmana, paciente afroamericano, etc., etc. El objetivo era tratar de generar espacios deliberativos donde pudieran encontrarse diferentes puntos de vista morales. Por eso, desde entonces, han sido y son espacios multidisciplinares, donde debe haber profesionales sanitarios de todo tipo, juristas, trabajadores sociales y, muy importante, ciudadanos de a pie. En casi todos los países del mundo se acepta además que en dichos Comités haya sacerdotes o pastores de las confesiones religiosas prevalentes en la comunidad atendida por el hospital. La Guía de creación de Comités de Ética de la Unesco así lo reconoce. Muchos CAE de España, de comunidades autónomas de signo político bien diferente, cuentan con sacerdotes entre sus miembros.
Y es que un CAE no es excluyente respecto a los puntos de vista morales diferentes, sino incluyente. Los únicos requisitos que debe cumplir un miembro de un Comité son los que se han señalado más arriba. El criterio para excluir a alguien de un CAE, por tanto, no es si es creyente o no, porque esto forma parte de la libertad de las personas, sino si es intolerante o no. Es la intolerancia la que incapacita para estar en un Comité, no la creencia. Si un capellán de hospital piensa que su punto de vista moral es el verdadero, el único que debe aceptarse y seguirse, entonces no puede pertenecer a un CAE, por mucho que lo diga el Convenio de la Comunidad de Madrid. Pero lo mismo sucede si es un médico, un jurista o… el especialista de bioética.
De todas formas, los CAE nunca emiten dictámenes vinculantes para los profesionales, sino sólo recomendaciones éticas basadas en argumentos. Es la propia calidad de esos argumentos la que en todo caso les da peso y autoridad moral ante los clínicos. Pero nada más. Son los profesionales los que toman las decisiones clínicas junto con los pacientes, o con sus familiares si el paciente es incapaz. Para ello deben barajar juntos muchas razones: científicas, sociales, psicológicas, y también morales. El informe de un Comité sólo pretende ayudar a los profesionales y pacientes a determinar cuáles pueden ser las mejores de estas últimas.
Por eso, los Comités son un auténtico laboratorio de ética cívica, laica y republicana, una herramienta al servicio del pluralismo. Tenemos que cuidarlos y no quemarlos con disputas de dogmatismo partidista que lo único que revelan es una profunda ignorancia intelectual y moral. Paradojas de la vida, el primer CAE lo creó en España, en Cataluña, un sacerdote jesuita, el P. Francesc Abel. Todo un maestro del pluralismo, toda una vida en contra del dogmatismo viniera de donde viniese.