Una simple observación: respecto a la pregunta nunca contestada de ¿quienes somos, a dónde vamos, de dónde venimos? me gustaría proponer una respuesta:
No venimos, formamos parte del asunto.
No vamos, somos parte del asunto.
Somos lo que hemos aprendido y lo que intentamos cambiar. Somos lo que queremos y lo que no podemos evitar, somos efímeros, somos seres vivos, pensantes, frágiles. Tenemos la opción de intentar vivir libremente, cuestionando nuestra moral y nuestros principios, y asumiendo que nuestra vida está limitada en el tiempo y en el espacio. No es nuestro destino pervivir por siempre, ni pasar a la historia, sino hacer nuestra vida mejor humanizando nuestro trato con los demás. Somos los dueños de nuestra persona, dignidad, ideas, identidad. Creer es no pensar. Pensemos más y creamos menos, y aprendamos a disfrutar del vértigo de la infinita extensión del espacio, del tiempo y de las preguntas sin respuesta. La ciencia ofrece conocimiento y soluciones. Lo ignoto ofrece asombro. Morir es el final, pero la brevedad de la vida la hace aun más valiosa. Seamos humildemente nuestros propios amos, y cometamos nuestros errores sin miedo al más allá, al qué dirán, al pecado. Si necesitas mandamientos, recurre a los derechos humanos. En ellos se encierra lo que hasta ahora hemos aprendido sobre la dignidad humana, pero no son definitivos ni inamovibles, sino que poco a poco podemos aprender a vivir y a morir mejor. Vivir bien es la única experiencia que vale la pena y el dolor gratuíto es el único pecado que deberíamos evitar.
Esto no es un dogma, es una opinión, y no es respetable sino discutible. Respetable son las personas, no las ideas, culturas, idioma ni costumbres. Estas herramientas deben servir al bienestar y progreso de la gente, como las leyes y las organizaciones, que deben estar en perpetua búsqueda del bienestar humano.