He preferido dejar pasar unos días antes de escribir sobre Gregorio Peces Barba. He preferido hacerlo así para tener tiempo para volver a leer algunos de sus trabajos y para sumergirme en su último libro, en un libro que, como ocurre tantas veces, había comprado y amontonado a la espera de tener tiempo para leerlo con sosiego. Me hubiera gustado haberlo leído en vida de Gregorio y haber preparado, como habíamos quedado cuando publicó su obra Educación para la ciudadanía, una conversación en profundidad en el programa de radio Revista de Filosofía, que coordino en la UNED con el profesor Francisco José Martínez. No ha podido ser. La muerte ha llegado antes y por ello tengo un sentimiento de frustración por no haber podido discutir personalmente las reflexiones que me suscita su último libro Ética, Poder y Derecho, una obra que viene a resumir, a hacer balance de sus trabajos de más de cincuenta años en torno a la Filosofía del Derecho y del Estado. Un balance que también aparece en la conversación que Peces Barba mantuvo con el profesor José Antonio Pérez Tapias en el ciclo El Intelectual y la memoria organizado por la Facultad de Filosofía de la Universidad de Granada.
En esa conversación larga y distendida recuerda Peces Barba su infancia como hijo de un vencido en la Guerra Civil y rememora la decisión de su padre de elegir el Liceo Francés, un colegio que no fuera de frailes ni de falangistas. Son muchos los momentos en los que elogia el sistema educativo francés, vinculado a los valores de la República laica, que le permitió no quedar atrapado por las condiciones del nacional-catolicismo. Su padre evitó que cantara el Cara al Sol y pudo, sin embargo, cantar La Marsellesa.
El hijo de un vencido en la Guerra Civil, estudiante en el Liceo Francés, amante de la laicidad, inicia su militancia política antifranquista desde el pensamiento democristiano. En esta conversación, al igual que en otras obras del autor como La democracia en España (1995) o La España civil (2005) ha reconocido Peces Barba el papel determinante en su formación política e ideológica de Joaquín Ruiz Jiménez. Estamos en los años sesenta y Ruiz Jiménez va a configurar desde el mundo del humanismo cristiano una de las plataformas más importantes de resistencia frente al franquismo. La perspectiva democristiana se implicará en muchas de las batallas contra el régimen desde una plataforma ideológica plural, como fue la revista Cuadernos para el diálogo, en la que confluirán democristianos, socialistas, comunistas y liberales.
Cuadernos ocupará un espacio muy importante en la lucha contra la dictadura con otras iniciativas como Triunfo y en relación con las grandes personalidades del pensamiento de izquierda: José Luis Aranguren desde el cristianismo heterodoxo; Manuel Sacristán desde el comunismo y Enrique Tierno Galván desde el socialismo.
En aquel mundo en plena ebullición intelectual, en el que proliferan distintas lecturas del marxismo y del cristianismo, son muchos los que intentan articular una nueva lectura del cristianismo desde la perspectiva de un encuentro, de un diálogo, entre cristianismo y marxismo. Pensemos en teólogos como José María Díez Alegría, José María González Ruiz o en políticos como Alfonso Carlos Comín que llegará a formular la tesis de que hay que ser cristianos (en el Partido Comunista) y comunistas (en la Iglesia Católica). Esa posición, cercana a la Teología Política de J. B. Metz o a la Teología de la Liberación latinoamericana, va a influir en el movimiento de Cristianos por el Socialismo, algunos de cuyos miembros más destacados, como Manuel Reyes Mate, acabarán en el Partido Socialista, previa militancia en la Federación de Partidos Socialistas.
No va a ser esta la opción de Peces Barba. En la entrevista con Pérez Tapias aparece su alejamiento a esta combinación entre cristianismo y marxismo que previamente había intentado el Frente de Liberación Popular en España. Peces Barba sigue otro camino. A partir de mitad de los años sesenta se va alejando del mundo democristiano y se va acercando al espacio socialista. En esta evolución influye una figura intelectual esencial para su evolución. Alguien a quien Peces Barba considera un maestro; me refiero al profesor Elías Díaz. Es Elías Díaz el que le alienta en la necesidad de abandonar el iusnaturalismo sin caer por ello en un positivismo irrestricto. Es Elías Díaz también el que le acompañará en el descubrimiento del socialismo liberal que han representando en la cultura política italiana Norberto Bobbio y Renato Treves.
El planteamiento de Elías Díaz, de Bobbio, de Treves, conecta con el esfuerzo por recuperar la tradición del socialismo humanista que en España había encarnado Fernando de los Ríos. Estamos pues ante una apuesta intelectual de gran rigor y complejidad que no es suficientemente conocida en nuestro país; y ello por varias razones que convendría analizar. En primer lugar porque desde el campo de la izquierda de gobierno se ha tendido a identificar liberalismo con liberalismo económico. Desde la socialdemocracia liberal se ha apostado por un proyecto de apertura al poder económico privado, a las virtudes de la economía de mercado, a la lógica del mundo empresarial. Pensemos en la enorme relevancia de las grandes figuras de los gobiernos socialistas de los años ochenta y noventa que son al final capturados por el poder económico privado, por los consejos de administración de las grandes empresas y de los centros financieros.
El socialismo liberal de Fernando de los Ríos o de Norberto Bobbio, el socialismo en el que bebe Gregorio Peces Barba, está abierto a figuras del pensamiento liberal como Francisco Ayala o Juan Marichal, a figuras del mundo republicano como Manuel Azaña y, naturalmente, está vinculado al influjo de la Institución Libre de Enseñanza de Francisco Giner de los Ríos. Es pues un proyecto liberal, muy distinto al que propugna el liberalismo económico y que está emparentado con una de las grandes preocupaciones de Peces Barba, con la apuesta por una España laica. Esta España civil choca frontalmente con el nacionalcatolicismo y con los vencedores de la Guerra Civil y ahí tenemos la segunda razón de su carácter minoritario en España. Es cierto que trata de reaparecer tras la caída de la dictadura. Trata de reaparecer pero no lo logra del todo. En muchos artículos de prensa ha insistido Peces Barba en que si hay una asignatura pendiente en España se cifra en asentar con firmeza, con claridad, con valentía, el principio de laicidad. Como saben los interesados por estos asuntos existe un debate filosófico-político acerca del carácter de nuestra constitución: ¿estamos ante un Estado laico o ante un Estado aconfesional?; ¿qué lugar deben jugar las confesiones religiosas en este Estado?; ¿es tarea del Estado jugar un papel protagonista en el mundo educativo?; ¿hay que apostar por una educación en valores promovida por el Estado democrático?
Muchas de estas cuestiones han sido analizadas por Gregorio Peces Barba en sus escritos. Repare el lector en que un hombre universalmente reconocido por su moderación, por su capacidad para el acuerdo y para el consenso ha encontrado el rechazo, sin embargo, de los sectores más intransigentes del mundo confesional. Si la campaña que sufrió cuando aceptó la tarea de dar apoyo a las víctimas del terrorismo fue encarnizada no ha sido menor la virulencia de muchos sectores católicos integristas que no han perdonado que insistiera en que estaba pendiente una regulación clara de la laicidad en España. Para Peces Barba, los acuerdos con la Santa Sede son formalmente posconsitucionales ( fueron aprobados pocos días después del referéndum de la Constitución del 78) pero son materialmente preconstitucionales y por ello no entendía cómo era posible que tras 14 años del gobierno de Felipe González, y tras los siete años del gobierno de Zapatero, no se hubiera renegociado la validez de estos acuerdos. El último Congreso del PSOE, a instancia de Izquierda Socialista, ha aprobado la necesidad de proceder a la revisión de los mismos.
Esta apuesta de Peces Barba por la laicidad estaba fundada en una lectura crítica del papel de la Conferencia Episcopal Española a lo largo de estos años. Una crítica que le ha valido aparecer como anticatólico furibundo. A los que así piensan hay que decirles que la crítica a la institución eclesiástica la realiza Peces Barba desde una filosofía favorable a la modernidad, a la secularización, a la laicidad, a la tolerancia y en la que el Estado debe tener un papel protagonista en el proceso educativo, si queremos conformar una ciudadanía democrática. Una filosofía que él se encarga de recalcar no es anticristiana.
Todas estas cuestiones disputadas aparecen recogidas y fundamentadas en estas diez lecciones sobre Ética, Derecho y Poder que forman su obra definitiva, en la que trata de sintetizar la reflexión de más de cincuenta años sobre el Estado y el Derecho. De ello hablaremos en un próximo artículo.
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Decíamos en el artículo anterior que así como muchos sectores de la izquierda se dejaron deslumbrar por el liberalismo económico fueron muchos menos los que ahondaron en los temas del laicismo, de la ciudadanía y de la Escuela pública. Fueron pocos los que se embarcaron en esta aventura, pero han sido muy constantes en su esfuerzo por mantener esta apuesta por la laicidad. Entre ellos sobresale la obra de Luis Gómez Llorente, de Victorino Mayoral, del ya fallecido Mariano Pérez Galán, de Manuel de Puelles, y de los miembros de la Fundación Cives y del colectivo Lorenzo Luzuriaga. Todos ellos han encontrado siempre un apoyo muy importante para sus desvelos en la apuesta de Peces Barba por la Educación para la Ciudadanía.
¿Por qué esta apuesta tan razonable ha encontrado tanta oposición en la Conferencia Episcopal Española? Por una razón que Peces Barba ha señalado repetidamente: por la involución que se ha producido en el catolicismo español a lo largo de los últimos años. Una involución que conecta con lo ocurrido a nivel internacional con la hegemonía intelectual del neoconservadurismo. Así como el neoliberal trata de combatir los que considera excesos del Estado del Bienestar y dar un poder irrestricto al mundo empresarial, acabando con las garantías laborales y con los derechos económico-sociales; para el neoconservador el enemigo es el proyecto ilustrado. Es la modernidad ilustrada la que ha conducido a un mundo sin valores, en el que impera la anomia, el vacío espiritual, donde cada uno actúa en función de su propio criterio, sin ningún tipo de principio de referencia, ni de valor moral. Ante ese caos valorativo piensa que sólo volviendo a una fundamentación religiosa de la moral es posible reconstruir la identidad y el sentido de la vida humana.
Una parte no pequeña del pensamiento actual acepta este diagnóstico y considera que nada hay que oponer a ese mundo politeísta, hedonista y relativista. Lo que para los neoconservadores es una apuesta por el caos, para muchos posmodernos es la garantía de la libertad y de la permisividad.
Peces Barba no era neoconservador pero tampoco era posmoderno. No estaba dispuesto a aceptar que la única alternativa sobre la que nos tocara pronunciarnos se redujera a elegir entre cinismo o teología. Por ello luchó una y otra vez por reivindicar el papel de la razón ilustrada para afianzar los derechos humanos, la separación de la Iglesia del Estado y la Escuela pública como un lugar imprescindible para formar a los ciudadanos en el respeto a la verdad científica y en la libertad de pensamiento.
No puedo en este breve análisis dar cuenta de todos los matices que introduce Peces Barba a la hora de plantear muchos de los problemas que suscita esta apuesta por la modernidad, por la secularización, por la sociedad abierta y por la laicidad. Es ineludible, sin embargo, subrayar un problema que ha llenado páginas y páginas en la Filosofía política actual y que han sabido utilizar los sectores neoconservadores para reivindicar una vuelta al Iusnaturalismo. Para los neoconservadores si no existe ningún fundamento sólido, si todo es voluble, si toda opción moral está en función de la voluntad de las mayorías podemos caer en el desatino de aceptar sin más el veredicto de esas mismas mayorías que pueden avalar la mayor aberración, que pueden legitimar por ejemplo la filosofía de un dictador que promueva el exterminio de la raza.
Como el lector imaginará me estoy refiriendo a la famosa crítica al imperio irrestricto de unas masas que pueden llegar a avalar a Hitler, ante lo que nada podríamos hacer ya que toda decisión de la mayoría debe ser respetada. ¿Es el liberalismo parlamentario el responsable último del totalitarismo?; ¿es el positivismo el responsable último del hitlerismo? Recuerda Peces Barba cómo hubo positivistas que quedaron tan horrorizados por los enormes crímenes que se habían cometido que reivindicaron una vuelta al iusnturalismo, pero añade que los grandes perseguidos por el nazismo y por el fascismo fueron autores positivistas. Siendo Kelsen el ejemplo máximo de esta persecución, pero de ninguna manera el único.
Estamos ante uno de los debates intelectuales más relevantes a la hora de pensar en la evolución del siglo XX. Son muchas las reflexiones de Peces Barba en su apuesta por un positivismo corregido. En nuestro mundo actual, en un mundo en el que, por suerte, no vivimos tragedias como las provocadas por el nazismo o por el estalinismo, sigue dándose, sin embargo, un debate acerca de los límites de los parlamentos a la hora de poder legislar. Los autores neoconservadores tratan de limitar su tarea en el ámbito de las cuestiones que afectan al derecho a la vida o las formas de familia. El recurso a la barbarie del siglo XX les ayuda a argumentar a favor de una restricción de los parlamentos a la hora de legislar: hay temas que, a su juicio, no pueden estar sujetos a los dictados de las mayorías parlamentarias. Todo ser humano, capaz de razonar y de argumentar, de conducirse por la recta razón, debe comprender que es imprescindible lograr que el Derecho natural preserve un mundo al que no deben acceder los parlamentos, un coto vedado a los políticos; un mundo pre político que les impida legislar sobre materias especialmente sensibles para la vida humana desde su origen a su final.
Todas estas cuestiones aparecen en estas Diez lecciones de Gregorio Peces Barba. A todos estos temas dedica un saber acumulado durante muchos años. ¿Desde qué talante opera Peces Barba al abordar cuestiones tan complejas? Aquí está lo curioso, lo sorprendente para muchos lectores conservadores que han tratado de estigmatizar su posición achacándole un odio a los católicos que le hacía caer en el sectarismo y en la intransigencia. Hay en Peces Barba una crítica muy rigurosa y penetrante al iusnaturalismo y una rememoración histórica de los ataques de la jerarquía católica a los avances del liberalismo. Pero, fiel a su tradición republicana, hay una apuesta semejante a la de Rousseau digna de mención. Perdone el lector lo largo de la cita pero creo que es de enorme interés para recordar el talante del intelectual que ha desaparecido. En un momento de su vida, Rousseau tiene que contestar al Arzobispo de París que había condenado el Emilio y lo hizo afirmando: Monseñor, soy cristiano y sinceramente cristiano, según la doctrina del Evangelio. Soy cristiano no como un discípulo de los curas sino como un discípulo de Jesucristo. Feliz de haber nacido en la religión más razonable y más santa que existe en la tierra, permanezco invariablemente vinculado al culto de mis padres, como ellos tomo a la Escritura y a la Razón como las únicas reglas de mi creencia. Tras el texto de Rousseau, añade Peces Barba: Es una respuesta a la Iglesia institución y a la juridificación de la fe que muchos podríamos asumir (pag.176).
Esta reivindicación de Rousseau es la que está en muchas de las reflexiones de Peces Barba y le aleja de un planteamiento agnóstico como el de Tierno y le acerca a Fernando de los Ríos. Como De los Ríos defiende un cristianismo erasmista. Un cristianismo que entronca con los valores del socialismo humanista y de la cultura republicana. Es muy posible que la fuerza del neoconservadurismo y la avalancha posmoderna no hayan sabido valorar en su justa medida esta espiritualidad laica que anida en lo mejor del pensamiento ilustrado. En un pensamiento que ha tratado siempre, como señaló con acierto Bobbio, de realizar el aprendizaje de la libertad y de la tolerancia: “Aprendí a respetar las ideas ajenas, a detenerme ante el secreto de las conciencias, a entender antes de discutir, a discutir antes de condenar. Y como estoy en confesiones, añado una más, quizás superflua: detesto con toda mi alma a los fanáticos”
Pienso que estas palabras de Norberto Bobbio que Peces Barba reproduce en su obra reflejan admirablemente el talante del socialismo liberal. Un socialismo que representa una de las tradiciones que es imprescindible preservar en este mundo hegemonizado por el neoliberalismo, el neoconservadurismo y el neoimperialismo. Estamos ante un talante que siempre ha sido minoritario. Lo fue en los años treinta ante el avance de lo que Hobbsbawn ha denominado El siglo de los extremos y lo fue también en las épocas de esplendor del Estado del Bienestar porque imperó el consumo de masas, el utilitarismo y la razón instrumental. Es una tradición ético-política esencial, para hacer frente a los retos de la actual globalización y para dar consistencia al proyecto de una escuela pública que apueste por educar ciudadanos.
¿Se puede ser ciudadano cuando el mundo tecno-económico está rompiendo la cohesión de nuestras sociedades? Evidentemente no se puede y una de las consecuencias más pavorosas del mundo que estamos viviendo es que estamos perdiendo la capacidad de análisis. Tan erróneo fue pensar que la escuela por sí misma podía corregir todas las desigualdades sociales, como asumir que todo el legado liberal se reduce a la defensa del economicismo y del capitalismo depredador. Existe otro liberalismo que hay que preservar; es el liberalismo que enlaza con el laicismo y con el republicanismo, el que defendía Fernando de los Ríos y con el que se identificó Gregorio Peces Barba.