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Mientras el país no esté gobernado por estadistas, la decadencia y la frustración colectiva seguirán profundizándose. Los primeros 23 años del milenio se podrían caracterizar por la progresiva disolución de la cohesión de la sociedad, con un Estado cada vez más ineficiente en materia de educación, salud pública y seguridad. Al mismo tiempo se produce el desplazamiento de la democracia representativa por el egocentrismo y la autocracia que desarrollaron y, hasta ahora, parecen desarrollar, los gobernantes. La sensación es que cambia el collar, pero sigue el mismo perro.
Mientras el país no esté gobernado por estadistas, la decadencia y la frustración colectiva seguirán profundizándose. Los primeros 23 años del milenio se podrían caracterizar por la progresiva disolución de la cohesión de la sociedad, con un Estado cada vez más ineficiente en materia de educación, salud pública y seguridad. Al mismo tiempo se produce el desplazamiento de la democracia representativa por el egocentrismo y la autocracia que desarrollaron y, hasta ahora, parecen desarrollar, los gobernantes. La sensación es que cambia el collar, pero sigue el mismo perro.
El discurso politizado del presidente Milei en el colegio donde estudió, confrontativo y grosero, sembrando odios y discordias, y hasta tomando en broma el desvanecimiento de dos alumnos, no mostró a un jefe de Estado hablando con adolescentes sino más bien, a un puntero de cualquier partido haciendo un alegato de barricada. Una conducta en espejo con las adoptadas por Roberto Baradel y la dirigencia que lo acompaña cuando quieren intervenir en las aulas con sus consignas. O cuando dicen que «hacer paro es educar». Un discurso tan tóxico como contradictorio. El mayor aporte que el liberalismo real hizo a la Argentina y a nuestra sociedad es la educación pública, laica y obligatoria. El ideal de que todos los jóvenes tengan la misma educación y las mismas oportunidades. Un logro que, en los últimos cuarenta años, entró en declive.
El presidente hiper liberal explicó ayer a los alumnos del Colegio Cardenal Copello el «secreto de su éxito»: «… es que los jóvenes llevan menos tiempo expuestos al mecanismo de lavado de cerebro que es la educación pública, independientemente que sea de gestión estatal o privada, porque cuando determinan los contenidos, están recontra rojos los contenidos». Y como si lo dicho hubiera sido insuficiente, el máximo responsable de la educación pública en el país agregó que las redes sociales, a su juicio, son la verdadera fuente de conocimientos. Y de iluminación. El habría sido elegido presidente por «… las redes sociales, y muy especialmente YouTube. Entonces, yo voy, me siento en un programa de televisión, hablo y le cito un montón de autores. Ustedes después van, se mete en internet, y entonces todos hablan Hayek, de Mises o de Rothbard». Más claro, echarle agua: la escuela es nociva y las redes y la TV educativas y liberadoras. Por eso, es claro, suspendió el giro del incentivo docente a las provincias.
Justamente, por informarse dentro de un circuito endogámico, Milei no tiene noción de lo que es la educación pública. La concepción pedagógica parece incomprensible para los políticos que quieren reemplazarla por su ideología, a la que piensan absoluta, sea el populismo estatista de Ernesto Laclau o el liberalismo aristocrático de Alberto Benegas Linch. ¿Tan difícil es asumir que la esencia de nuestra legislación y de nuestra cultura más profunda tiene por centro a la persona humana?. Hay que ordenar muchas cuentas, demasiadas. Para el universo financiero que en estas dos décadas ha sido el eje de nuestra economía, con resultados deplorables, lo importante es el déficit fiscal. Para la Argentina es lo urgente. Lo más importante es la crisis social, que no puede esperar.
El Fondo Monetario Internacional, tótem para los libertarios y tabú para la izquierda y para los creyentes del «vivir con lo nuestro», es un organismo internacional experto en equilibrios (y desequilibrios) financieros. Y es el FMI, justamente, el que advirtió la semana anterior a Milei que sus objetivos le caen bien pero que no basta con licuar las jubilaciones, frenar las obras públicas, desfinanciar a las provincias y generar recesión. Y, además, destacó que sin apoyo político (es decir, insultando el Congreso y a los gobernadores) va a fracasar como fracasaron todos los planes de ajuste conocidos desde 1983. Ayer, el vocero Manuel Adorni precisó que el presidente, al convocar a un Pacto Fundacional, estaba invitando a los gobernadores para que sus diputados le aprueben el proyecto ómnibus y el DNU, a libro cerrado, y a que se reúnan el 25 de mayo para refrendar, sumisos y obedientes, las decisiones del cenáculo financiero del Poder Ejecutivo. Serían «los diez Mandamientos». Seis gobernadores patagónicos se reúnen hoy en Puerto Madryn. Y fueron 22 los que apoyaron el planteo frontal del chubutense Ignacio Torres la semana anterior al discurso de Milei. Sometiendo no se construye nada. Es muy difícil imaginar a Javier Milei celebrando un acuerdo, simplemente, porque él entiende a la política como victoria o derrota, y rendición. Es decir, como una imaginaria guerra civil. En nuestro país hace falta otra cosa. El presidente elegido por el voto ciudadano está obligado a acordar respetuosamente con gobernadores y legisladores, que también fueron elegidos por la gente. El pueblo argentino arrastra dos décadas de tensiones e incertidumbre provocadas por los distintos mesianismos. Todos deberían recordar que el apoyo popular es efímero. Como dicen los versos de Humberto Correa en el tango Vieja Viola: «…y la fama es puro cuento». Lo que no es cuento, para nada, son los desastres que deja a su paso el mesianismo, cualquiera sea su formato discursivo.