Si bien no soy creyente, voy con respeto a aquellas ceremonias religiosas –como bodas o funerales- a las que mis relaciones, aun conociendo mis opiniones, me invitan. “Pero” he criticado mucho y públicamente a Zapatero cuando –sea cual sea su fe personal- ha encabezado ceremonias religiosas exclusivas, como la celebrada en una catedral católica por las víctimas, muchas de ellas no católicas, de un accidente aéreo, pues estimo que, actuando como presidente, debiera cumplir con la aconfesionalidad del Estado.
Sin embargo, a escala internacional, Zapatero tiene que respetar, como yo lo hago a escala individual, la confesionalidad oficial de algunos países –no sólo los musulmanes-, así como las incongruencias de otros países que se declaran demócratas, pero privilegian indebidamente una o varias creencias. Hizo bien, pues, en asistir el “Desayuno de Oración”. E hizo mejor aún, en aprovechar su protagonismo, leyendo el Deuteronomio, 24, -24, 14-16: “No explotarás al jornalero pobre, ya sea de tus hermanos o de los extranjeros”, con cuyo motivo reclamó el derecho a un empleo digno de los más débiles, que en Estados Unidos son en gran parte los hispanos; exhortó a que, inmigrados o nativos, tengan una integración respetuosa con su cultura, y defendió el legado de España allí. También reclamó más ayuda a los países empobrecidos del mundo, como Haití, y a la convivencia, no sólo tolerancia, entre las culturas -la Alianza en Civilizaciones- y a las distintas formas de vida, como la de los homosexuales, advirtiendo contra el fanatismo religioso, que tantas “cruzadas” ha provocado a partir de ese país que, como bien recordó, fue fundado por peregrinos en búsqueda de una libertad religiosa. La situación era complicada, y nada es perfecto; pero creo que ZP ha desayunado bien.