El cristianismo tuvo innumerables mártires por defender que se podía ser un soldado leal sin rendir honores divinos al emperador romano. Lo mismo ocurrió después con el emperador japonés. Y también ahora la Iglesia católica defiende el derecho del cristiano a ser patriota sin rendir honores militares a otras religiones en los países donde es minoría, como los islámicos. Pero cuando se trata de España, todavía algunos intentan mantener la sacrílega y sangrienta identificación entre religión y patriotismo que reinstauró Franco. Todavía añoran el Antiguo Testamento, en el que Yahvé exigía matar hasta las mujeres y los niños de los pueblos que no le adoraban, y cuyas trágicas consecuencias vemos incluso hoy en Israel; no han aprendido nada de un Jesús que mandaba no sacar la espada ni para defenderle.
La excusa de esos manipuladores –que cuando han podido no han tenido escrúpulos en montar los más sangrientos golpes y cruzadas- es ahora que el Gobierno retira algunas reliquias de la dictadura y adapta los usos del estamento militar a la pluralidad ideológica que consagra nuestra Constitución y nuestra realidad social, aunque deja todavía muchas otras contradicciones, lo que, lejos de apaciguar, da fuerzas a esos grupos liberticidas. En una democracia nunca se subordina el Ejército a los intereses de ninguna ideología, lo que divide a los militares, y a los ciudadanos en general, en patriotas de primera y de segunda según apoyen o no a la ideología dominante, lo que, lejos de fortalecer, debilita a la patria y la religión.
Martín Sagrera, religiólogo