La religión siempre intenta apoyar su implantación en la influencia o el control de la sociedad civil.
Nosotros no somos laicos porque la Iglesia Católica no se resigna a ocupar el espacio que le debe corresponder a quien organiza creencias individuales que deben ser aplicadas en el ámbito de la conciencia personal; siguen pretendiendo que las leyes civiles se adecuen a los códigos internos de la religión católica.
Resistencia de los obispos
La tensión entre la Iglesia Católica y el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero ha sido bien evidente. Hemos visto obispos manifestándose contra el Gobierno en las calles de España y declaraciones que amenazaban con considerar el peligro de la unidad de España como un asunto de movilización religiosa. La aprobación del matrimonio entre personas del mismo sexo ha puesto la cuerda en la máxima resistencia.
Privilegios
Pero lo cierto es que frente a las quejas y movilizaciones de la jerarquía católica española la realidad de los hechos determina que los privilegios de la Iglesia Católica lejos de disminuir han aumentado, como demuestra la reciente culminación de los acuerdos de financiación entre el Estado y la Iglesia Católica, que lejos de ir en la dirección de poner a coto a su protección la sitúa en unos parámetros difícilmente explicables en un modelo confesional de Estado.
Relación perversa
La relación establecida es perversa porque esta vinculación institucional con la Iglesia Católica sitúa a su jerarquía en la creencia que esa protección significa dependencia mutua y les otorga el derecho de trasladar su labor de guía espiritual a la influencia política en la sociedad.
El laicismo es una alternativa idónea para el grado de pluralismo religioso al que tiende nuestra sociedad y que lejos de situarse en connotaciones históricas de agresión es la manifestación de máximo respeto en la separación total de los ámbitos de influencia de la religión y la política.
Justificación del franquismo
Ahora que tan de moda está la reivindicación de memorias históricas sobre la tragedia que ha arrastrado nuestro país a lo largo de su historia ni siquiera se rememora el papel que la Iglesia Católica jugó no solo en la justificación ideológica del franquismo sino como puntal de su implantación política y social.
La memoria debiera ser un motor de la necesidad de una separación respetuosa de los ámbitos de la religión y la política. Y el primer peldaño de ese desarrollo de modernidad imprescindible es que la Iglesia en ejercicio de esa madurez que pregona y de esa independencia de criterio que quiere ejercer consiguiera articular los mecanismos económicos de su propia supervivencia. Además resulta difícilmente asimilable que la dependencia económica quiera invertir el sentido de la influencia desde la que dialécticamente se establece entre el dependiente y quien le finanza, a justo lo contrario: que quien recibe las donaciones pretenda determinar los comportamientos de quien se las favorece.
No debilidad sino firmeza
Ahora que la Iglesia tiene sus dineros debieran considerar la posibilidad de que esas concesiones no han sido signos de debilidad sino de firmeza. Si no fuera así sería difícilmente interpretable que los gestos de autonomía del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero en la elaboración de algunas leyes solo hayan sido estertores de una dirección establecida por nuestra inercia de la historia que el presidente no se ha atrevido a invertir.