Tiempo atrás y preguntado sobre la pedofilia en la Iglesia, el obispo de Ciudad Real, Antonio Algora, desoía la cuestión e improvisaba comentarios sobre el crecimiento del paro; parecía decirnos que nos ocupáramos del desempleo y no tanto de la pedofilia clerical. Por su parte, el obispo Cañizares, en su empeño por reducir el problema o sortearlo, sostenía que la pederastia no era nada comparada con el aborto. El obispo de Tenerife, Bernardo Álvarez, apuntaba —más que cuestionable argumento— que algunos menores provocan a los sacerdotes. Parece que se intenta huir del asunto y, si acaso, minimizarlo (como también hacían los obispos Martínez Camino y Munilla).
Gil Tamayo, obispo de Ávila, extendía hace meses la responsabilidad de los casos de pederastia a toda la sociedad y desviaba el foco hacia los ambientes familiares; denunciaba asimismo una campaña de criminalización de la Iglesia y sostenía, en su defensa, que en ella estos delitos no prescriben (sin embargo, el cardenal Blázquez declaraba recientemente que no se investigarán casos del pasado). Se diría que declaraciones como estas —y otras, sobre otros temas— son mal recibidas por una buena parte de la sociedad. Comulguen los fieles pero no, caramba, con ruedas de molino o de camión.
En verdad, la pederastia —el propio cardenal Osoro, entre los presuntos encubridores— se ha venido ocultando, tapando, silenciando, en beneficio de la imagen y el estatus de la Iglesia. Además, destapada aquella, cabe decir que se ha tratado por la jerarquía con una desmedida presunción de inocencia, o bien relativizando la magnitud del problema (estos días leíamos que el papa rechazaba la dimisión del ya condenado cardenal francés Barbarin, invocando la presunción de inocencia). Centrados en la Iglesia española —repetidamente señalada desde el Vaticano—, se dice que parece percibir el asunto como un problema incómodo y se sitúa a la defensiva.
Hasta aquí parecería que uno, crítico aquí, va buscando los errores, los fallos, en las actitudes y actuaciones de nuestros obispos en los últimos tiempos; pero lo que hemos de buscar siempre es la verdad completa, circunstancias incluidas. En el caso de la pederastia clerical, no puede decirse que la realidad haya estado llegando tanto de la Iglesia, como de las víctimas que finalmente se han decidido a hablar y de los medios (como El País) que han recogido sus declaraciones. Más allá de destacar falacias y huidas de la verdad por parte de la jerarquía, precisamos buena dosis de pensamiento crítico para conocer la dimensión de los hechos, a pesar del reprobable encubrimiento generalizado durante tantas décadas.
Sin menoscabo de nuestras particulares posiciones de carácter religioso —uno puede sentirse cristiano pero tener legítimamente a la jerarquía por poco confiable—, todos habríamos de cultivar el pensamiento (conceptual, analítico, inferencial, conectivo, sintético, sistémico…) en beneficio de su calidad. En eso consiste básicamente el denominado “pensamiento crítico”, en un pensamiento de calidad; en pensar con suficiente rigor y objetividad por nosotros mismos, en todas las modalidades de la cogitación. Los expertos Richard Paul y Linda Elder subrayan, para el pensador crítico, la necesidad de superar la habitual tendencia al egocentrismo y el sociocentrismo (de la que se han ocupado diversos autores); pero dediquemos un instante a recordar que el pensador a que nos referimos:
- No busca propiamente fallos o errores, sino verdades.
- No se muestra superficial, sino que profundiza en los asuntos.
- No presenta una actitud negativa, sino exploratoria.
- No da por buena la información, sino que la contrasta.
- No se precipita en las inferencias, sino que las lentifica y asegura.
- No cree tener buen juicio, sino que aspira a él.
- No va buscando culpables, sino que analiza causas y consecuencias.
- No deja que piensen por él, sino que desea pensar por sí mismo.
Pero volvamos al sociocentrismo, posible obstaculizador. Parece contar el clero con un público entregado, asintiente, que se atribuye un plus sobre el resto de la sociedad; con unos fieles muy fieles, que optan por preterir los errores y asentir ante los defensivos argumentos escuchados de las autoridades eclesiásticas. En realidad, el sociocentrismo se da en diversos entornos o colectivos, y se hace ciertamente visible en el religioso. Con frecuencia:
- La percepción de las realidades externas se ve sensiblemente distorsionada.
- Despojados de perspectiva, se incuba-cultiva una cierta autorreferencialidad.
- La sensación de estar en lo cierto, de llevar razón, se hace muy visible.
- Se desconfía de los ajenos, e incluso de los discrepantes internos.
- Se deposita en los líderes la consolidación del pensamiento colectivo.
- El interés del colectivo, la salvaguarda del poder alcanzado, se impone a lo demás.
En el entorno religioso y para refuerzo de este último punto, recuérdese la tolerancia del Vaticano con Marcial Maciel durante el papado de Juan Pablo II (canonizado). Como se podría recordar también la carta famosa (2001) del cardenal Castrillón (prefecto de la Congregación del Clero) al obispo francés Pierre Pican. Son muchos los hechos que se van conociendo y que acaso podrían conducir a la conclusión de que la Iglesia va a lo suyo, por encima de la verdad, la justicia, la conducta debida del clero, la aconfesionalidad del estado prevista en la Constitución…
(Curiosamente y si, al respecto, vale un paréntesis digresivo, los salesianos esperan de sus exalumnos que —promesa estatutaria— defiendan “a toda costa” la libertad (igualmente la vida y la verdad) porque los gobiernos, aunque aparentan democracia, se producen autoritariamente. También esperan que se promueva y testimonie el valor de la familia fundada en la indisolubilidad del matrimonio como sacramento. Uno percibe aquí una dosis de clericalismo; pero sigamos con el pensamiento crítico).
El pensador crítico muestra visible disposición a buscar la verdad con objetividad, tolerar la discrepancia, analizar en profundidad, razonar con disciplina, confiar en su raciocinio, estar bien informado y mostrar madurez. Entre sus fortalezas intelectuales, la humildad, la perseverancia, el cuestionamiento, la empatía, la justicia, la entereza, la integridad y la autonomía de conciencia. Parece ciertamente inexcusable que todos desarrollemos el pensamiento crítico bien entendido, y no lo perdamos por pertenecer a grupos de idearios muy específicos a compartir por los miembros.
No, señor obispo de Tenerife, don Bernardo, aunque en algún caso mediara supuesta provocación, eso no parece que justificara el aberrante abuso del clérigo, tenido por ministro de Dios. No, señor Cañizares, la ley no obliga al aborto, ni impide que ustedes lo consideren pecado y lo perdonen en el confesionario.
José Enebral Fernández
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