Resulta sorprendente ver cómo en estos primeros días de octubre se cumple, en todas las ciudades de España, el ritual de honrar a los ángeles custodios, patronos protectores de la Policía. Y sorprende porque la Policía es un órgano del Estado, de un Estado que se rige por una Constitución que en su artículo 16.3 se declara aconfesional ?«ninguna confesión tendrá carácter estatal»? y en su artículo 9.1 nos recuerda que todos estamos sujetos a la Constitución. La celebración patronal, aunque con otros patronos y patronas, también es realizada por las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil, pese a que además de lo dicho anteriormente el artículo 8.1 les atribuye la defensa del orden constitucional.
Según la Iglesia católica, los patronos son protectores especiales de un país, ciudad, gremio… Dicen que las peticiones de ayuda o protección a Dios pueden tener cierta ventaja si se realizan por mediación de estos santos en vez de hacerlas directamente a Dios. Los santos pueden interceder por nosotros con cierta influencia para que nuestras peticiones sean escuchadas. Los intermediarios y protectores de la Policía son los ángeles custodios. Aquellos a quienes, cuando éramos pequeños, nos aclamábamos diciendo: «Ángel de la guarda, dulce compañía, no me dejes solo, que soy muy pequeñito y me perdería». Así nos lo dice el mismo Juan XXIII cuando nos aclara que «desde que el alma es creada por Dios para un nuevo ser humano, un ángel, perteneciente a los espíritus celestes, es llamado para permanecer a su lado».
Una vez más, no entraremos en el mundo de las creencias de cada uno. Cada uno puede creer lo dicho anteriormente o no. Creemos en la libertad de conciencia que nos impulsa a respetar las creencias o no creencias de todos los seres humanos. Pero esto no impide que denunciemos una vez más la actuación indebida del Estado participando en actos religiosos que son, creo que por definición, actos esencialmente individuales. No comprendemos la dejación de responsabilidades de aquellos gobernantes que debían cuidar meticulosamente el cumplimiento de la Constitución. En el fondo de este comportamiento no solo está mantener unas tradiciones más o menos discutibles, sino la cobardía de asumir una responsabilidad por temor a la pérdida de algún voto y, sobre todo, a la oposición que puede llegar desde los púlpitos.
Es normal y deseable que las fuerzas de seguridad del Estado, al igual que otras profesiones, tengan un día de celebración, donde se honren los buenos comportamientos con condecoraciones y menciones especiales, pero no hay razón alguna para que eso se haga con misas y actos religiosos. La historia de estas instituciones seguro que pueden proporcionar alguna fecha laica digna de recuerdo y celebración. La gravedad de las celebraciones patronales con actos religiosos viene aumentada porque, en muchos casos, participan también las autoridades civiles. Algunas de ellas no pierden oportunidad para hacer ostentación de su cargo ocupando los primeros bancos de la iglesia.
Sabemos que llegará un día en que estas cosas no ocurrirán. Que, al igual que se hacían tantas otras cosas revestidas con uniformes religiosos y que ya no se hacen, tendremos como natural la separación de los poderes civiles de los religiosos. La historia así lo demuestra. El poder de la Iglesia sobre la sociedad ha ido descendiendo de modo inexorable, y llegará un momento que la Iglesia, con toda su normativa, afectará tan solo a aquellos que voluntariamente participen de esa creencia. Mientras tanto, bueno sería que los encargados de hacer cumplir la Constitución cumplieran, sin temor, su obligación.