¿Cómo no iba a estar dirigida la evolución si el plan divino, desde lo teológico, es perfecto? Darwin llevó la mala noticia a los altares y templos, pero también causó estupor en la ciencia.
Dios ha sido muy útil para el hombre: le ha servido para explicar el sentido de la vida, o soportar la idea de la muerte, pero también para objetivos más terrenales, como conquistar nuevos mundos, o para dividirlos. Hay mil ejemplos más, pero hay uno más primitivo que cualquier otro: dios ha sido para el hombre una herramienta muy útil para sobrevivir a su ambiente.
«En algún contexto determinado, puede que la idea de algo sobrenatural le haya dado al ser humano una vía de escape que aumentó la probabilidad de supervivencia de la especie. Si la idea de Dios está en los genes, entonces es puramente adaptativa». El que habla es Luis Cappozzo, biólogo marino especialista en Darwin, que aclara que la creencia más común alrededor del darwinismo («la supervivencia del más fuerte») es un error. La forma correcta de entenderla es lo que, en última instancia, también puede explicar la idea de Dios en nuestro cerebro: se trata de la supervivencia del «mejor adaptado», no del más fuerte.
Esta idea aparece con la teoría de la evolución; cuando Darwin la hizo pública en El origen de las especies, en 1859, se refería a aquellos que logran adaptarse de la mejor forma al momento y lugar en el que les toca vivir. «Los individuos en el ámbito de una población en un tiempo y espacio dado que dejan un mayor número de descendientes son exitosos, en términos evolutivos. Esto siempre se confundió con el más fuerte», explica Cappozzo.
Lo revolucionario de las ideas de Darwin fue, justamente, lo que seguramente la Iglesia de su época no pudo tolerar. «Los humanos somos producto de un accidente evolutivo. No hay un plan detrás de nuestra especie. Pero ojo, lo que Darwin decía iba en contra incluso del statu quo del mundo científico de su época. No solo el clerical. Era revolucionario para la ciencia también», aclara Cappozzo.
Y el elemento revolucionario de su teoría pasa justamente por plantear que el ser humano no va hacia una «mejora». ¿Cómo no iba a estar dirigida la evolución si el plan divino, desde lo teológico, es perfecto? Darwin llevó la mala noticia a los altares y templos, pero también causó estupor en la ciencia. No pocos eran los científicos que veían en la perfección del ser humano una especie de culto a la biología que lo explicaba.
«No existe la palabra perfecto: en la evolución no hay un objetivo. Los cambios operan en el material hereditario y esas características se fijan o se pierden. Y eso pasó con nosotros, mutamos hasta llegar a ser lo que somos. Pero tranquilamente podríamos no haber sido», sentencia el especialista. Una idea difícil de digerir a mediados del siglo XIX.
Luis Cappozzo | Biólogo marino