II Encuentro por la Laicidad en España. Barcelona 2002
Se dice que el avestruz cierra los ojos ante el cazador que se le acerca, como si para él ya no existiese el peligro cuando éste deja de ser visible. No sería un enemigo del avestruz quien le gritase: abre tus ojos, mira, ahí llega el cazador, huye por aquel lado para escapar de él.
J.G. Fichte, Sobre Maquiavelo (1807)
Ha sido mi viejo compañero de mil causas progresistas y, sin embargo, amigo, Vicenç Molina, quien ha puesto título a mi intervención inicial en este II Encuentro por la Laicidad en España y, por tanto, quien resultará al final responsable del empeño en que me ha comprometido, cuando en el fin de semana del solsticio de verano me enfrento a solas con un papel en blanco que lleva escrito en el encabezamiento “vivir laicamente”[1]. Permitidme, de entrada, compañeras y compañeros, daros la bienvenida a Barcelona en unas fechas que requieren tan alto nivel de militancia para salir de la rutina cotidiana y enfrentarse a la defensa pública de nuestras ideas. Y reiteraros, también, como profesor de esta Casa y miembro de su equipo rectoral, la bienvenida a la Universidad de Barcelona, que ha intentado siempre tras su reinstalación en 1837[2] ser un crisol de la laicidad, desde el rector Antonio Bergnes de las Casas[3] a partir de 1868 –que también fue profesor de esta Escuela– hasta el actual rector Juan Tugores, que es un liberal en el mejor sentido de la palabra liberal[4] [5]. Esta es la universidad que fue alma mater de Odón de Buen, víctima de los enemigos del librepensamiento, los mismos que fueron verdugos de Francisco Ferrer en aquel fatídico octubre de 1909, en el que, sin embargo, el propio de Buen, amigo de Ferrer, podía acabar su discurso inaugural del curso 1909-10, al constatar que atravesamos tiempos difíciles, llamando a la comunidad universitaria a demostrar juntos que poseemos el mejor de los remedios para las crisis sociales: la Ciencia y la Tolerancia[6]
Debo agradeceros, en tercer lugar, haber aceptado la invitación de la Fundación Ferrer a participar en este Encuentro, que sigue la estela del promovido por la Asociación Pi y Margall en Motril el año pasado [7] y que desea ser un eslabón más en la construcción de un movimiento federal fuerte y unido por la laicidad.
La Fundación Ferrer enarbola desde el 31 de diciembre de 1987 la bandera de la laicidad, la tolerancia y el progreso en una Cataluña impregnada de catolicismo hasta la médula, olvidadas o tergiversadas las ideas de cuantos liberales –de nuevo en el mejor sentido de la palabra– hemos dejado en el camino por muerte violenta o por exilio y en donde los curas, en la derecha y en la izquierda, han impuesto formas de pensar caracterizadas por la negación, precisamente, de la libertad de pensamiento. La Cataluña laica, republicana y federal, la de las fraternidades obreras, los círculos esperantistas y espiritistas, las logias masónicas y los ateneos populares, murió en 1939 a manos del fascismo que devolvió el poder a los carlistas locales, a la patronal que no había nunca dudado en utilizar pistoleros o en promover la dictadura de Primo de Rivera y al clero ignorante y aborregado defensor siempre de paraísos futuros, primero en el cielo (unos) o después en la tierra (otros), pero siempre futuros e inalcanzables, coartada mágica de justificación de la imposibilidad de salir de la miseria[8].
He aquí la primera característica de quienes militamos por la laicidad. No hacemos promesas para él *más allá porque sólo nos importa, valga la expresión, el más acá. No somos, por tanto, una religión, pero sí una forma activa y militante de concebir la vida de convivencia. Deberíamos ser una fuerza transversal que cubriera todo el espectro democrático, pero que fuera sensible en cualquier caso a las necesidades de los más débiles. Los laicos, en fin, no participamos directamente en las elecciones, aunque nos preocupa seriamente la formación de electores conscientes y por ello nuestra actuación *política se centra esencialmente en la educación.
– I –
Las relaciones entre los poderes públicos y las religiones arrastran un sinnúmero de malentendidos interesados sobres los que conviene echar una mirada crítica, sin ánimo de ofrecer recetas dogmáticas, sino sólo con la intención de promover un debate desde los valores de la laicidad.
1.- La Iglesia Católica Romana (ICR) ha impuesto al Reino de España la consideración de la primera como sujeto del derecho internacional y no como ordinaria confesión religiosa (ex artículo 16.3 de la Constitución). Es la ICR la que fuerza hasta el extremo sus privilegios, que considera nacidos de un pretendido derecho divino, y rechaza su incardinación en el Estado constitucional, como cualquier otra empresa humana.
Es lógico, por tanto, que en una crisis reciente, que no viene al caso, el Gobierno llamara al Embajador (nuncio) de esa potencia extranjera –la ICR, la Santa Sede o cualquier otra denominación de las que adopta– y no al presidente de la confesión católica (conferencia episcopal), a pesar de la poca compresión pública de este gesto de indudable sentido político y de genuina corrección jurídica.
No es lógico ni conveniente, sin embargo, seguir aceptando este estado de cosas.
2.- Dos realidades muy distintas, la religión dominante y la agricultura, son muy anteriores a la existencia del Estado, que sólo empieza a nacer en la realidad organizativa y en la conciencia social a partir de la guerra del francés y de la Constitución de Cádiz de 1812. Por eso el poder sobre las almas y el poder sobre la tierra han sido durante dos siglos los principales enemigos del Estado y de la creación y desarrollo de un verdadero poder laico al servicio de los ciudadanos libres. Esta dualidad se transformará en división civil entre blancos, apostólicos o serviles, de un lado, y negros, liberales o, finalmente rojos, de otro.
Católicos y terratenientes han sumado sus esfuerzos para que España no dejará de ser un territorio como la Andorra pre-constitucional o como Irán, países gobernados por sus líderes religiosos, con preeminencia de la religión sobre las leyes civiles y con sujeción de los súbditos, privados de la dignidad de ciudadanos.
La ICR ha de ser, definitivamente, nacionalizada mediante la denuncia del concordato –con la supresión de las respectivas embajadas– y la inscripción de la propia ICR en el registro de confesiones. El citado artículo 16.3 de la Constitución no requiere una inmediata reforma, basta con entender que se refiere a una realidad sociológica y que se cumple, perfectamente, sometiendo a la ICR al derecho común de religiones.[9] La pervivencia del concordato es una afrenta a la laicidad y una provocación insostenible contra la diversidad de creencias de la sociedad española.
3.- No me preocupan, especialmente, las invocaciones a Dios que hacen o han hecho algunas constituciones históricas o vigentes, porque la inclusión de Dios en la Constitución puede ser la fórmula de someter la religión al Estado. Las propias Cortes de Cádiz que proclamaron el catolicismo como religión única, aprobaron que el tratamiento de las Cortes sería de “Majestad”, aunque ya no fuera preciso arrodillarse ante ellas. Era el inicio del fin de la alianza entre el Trono y el Altar, como demostraría la historia posterior y la inquina de absolutistas y católicos conservadores a cualquier intento constitucional.
*Este creo que es el camino: someter la religión al Derecho[10], reconocer su existencia para fijar sus *particular* límites y reducirla al ámbito de la privacidad, es decir, a la esfera de las creencias personales, individuales o colectivas. ¿Libertad de culto? Desde luego, aunque formulada en plural como libertad de cultos, un viejo principio liberal odiado por los católicos, al que sólo acuden de vez en cuando si reaccionan contra cualquier tímido intento de recortar sus privilegios, como el de ocupar las calles abusivamente en la semana que corresponde a la primera luna llena de primavera[11].
No hemos conseguido en España todavía una real separación entre las iglesias y el Estado, asignatura pendiente en la que llevamos un retraso secular a la 14ª enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de América de 1868 y a la Ley francesa de 1905. En este último instrumento se reconoce la libertad de conciencia, se declara que “el Estado no reconoce ni paga ni subvenciona ningún culto” y se equiparan todas las confesiones como asociaciones privadas de Derecho común.[12]
4.- Es muy censurable, en mi opinión, la interpretación que hasta ahora se ha hecho del artículo 27.3 de la Constitución, según el cual los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones. En efecto, en ningún lugar se dice que la garantía del derecho descrito implique la inclusión en los itinerarios escolares de una asignatura de religión, impartida por profesores nombrados por las confesiones respectivas y financiados por el Estado. Ésta sólo es la solución que ha interesado a la ICR y que ella ha impuesto. La generalización de este modelo implicaría la contratación de profesores de todas las religiones y, desde luego, de la laicidad como una opción más, lo que comportaría una segregación del espacio público educativo verdaderamente enervante de la unidad de la república[13]. La formación religiosa pertenece a las iglesias y se garantiza el derecho a recibirla mediante la oportunidad de que cada confesión mantenga centros abiertos al público. La formación moral es tarea, en primer lugar, de la república, cuyo compromiso de libertad exige que defienda la autonomía moral de cada ciudadano; y, en segundo lugar, es co-responsabilidad de las religiones y de las demás concepciones ideológicas, en la medida en que respeten el principio fundamental de autonomía, que deriva de la constitucionalización de la libertad como uno de los valores superiores del ordenamiento jurídico, en el artículo 1º.1 de la Carta Magna.
Constituye, pues, una exigencia insoslayable de la laicidad que la religión sea expulsada del sistema educativo financiado con dinero de los contribuyentes, para hallar acomodo en las instituciones propias de cada confesión.
Ahora bien, si persistiera el Estado en la concesión a los intereses particulares de las religiones de esta parcela del espacio público, correspondería en justicia a la laicidad –entendida como opción filosófica– una parte alícuota del mismo, en pie de igualdad con las demás creencias. Pero insisto, creo que a nosotros nos compete, sobre todo, la defensa de la república como un ámbito de igualdad.
5.- Constituye un error muy importante defender lisa y llanamente que las religiones han de desarrollarse libremente sin interferencias del poder político. No es esto lo que nos enseña la historia. En primer lugar, porque la religión , como ya he señalado, ha utilizado a menudo la fuerza de las armas para imponerse sobre determinados territorios con vocación exclusiva y excluyente. Y en segundo lugar, sobre todo, porque han tenido que ser las leyes civiles las que han ido cercenando poco a poco el poder de las religiones [establecimiento del registro civil[14], desamortización de los bienes eclesiásticos, expulsión de ciertas órdenes religiosas, defensa de la libertad de la ciencia contra el monopolio de la teología…] y este cercenamiento ha sido considerado como una necesidad para el progreso. La religión sin control, dueña de almas y cuerpos, es un peligro cierto para la libertad. En particular, las llamadas religiones del Libro encierran esta terrible potencialidad de reducir a las personas a la condición de siervos, porque atribuyen una autoridad agobiante sobre sus fieles a los pastores del rebaño. Tanto la división de la sociedad en rebaños, en comunidades, como el despotismo levítico son elementos contrarios a la ciudadanía libre de la república. No nos engañemos, la libertad ha de imponerse a todos, incluso a aquellos que se empeñan en no ser libres. La educación, por ejemplo, mucho más que un derecho, que lo es, es un deber y por ello las leyes prohíben a los padres que no permitan a sus hijos asistir a la escuela. Si una religión se convierte en obstáculo a esta extensión universal del sistema educativo ha de impedírsele por todos los medios que persista en su empeño. Si una religión o un grupo religioso busca adeptos que ingresen en conventos u otros colectivos cerrados entre menores de edad, la dignidad ciudadana exige evitarlo eficazmente.
Si las libertades civiles –conjugación armónica de derechos y deberes– entran en conflicto con las religiones, es un imperativo democrático preservar la supremacía de la sociedad organizada sobre las comunidades específicas de creyentes. La defensa naïf de la libertad religiosa como una libertad ilimitada es profundamente contraria a la idea misma de la libertad. Sólo puede sobrevivir la libertad mediante la vigilancia sobre los enemigos de la libertad. Por este motivo, las religiones han de ser vigiladas.
– II –
¿Vivir laicamente? inquiere el título de estas páginas. Si la laicidad es –como he escrito en otro lugar[15]– la dimensión espiritual de la ciudadanía republicana, puede resultar útil proseguir la indagación sobre las consecuencias prácticas del modelo de sujeción de las religiones al Derecho descrito en el capítulo precedente y sobre las formas mediante las cuales diversas creencias que afirman cada una ser verdadera y única pueden llegar a compartir armónicamente un mismo espacio.
La laicidad tiene la vocación de ser un valor universal, consustancial a la idea misma de que no existirá paz en el planeta hasta que todos sus habitantes hayan alcanzado la condición de ciudadanos y gocen con plenitud de los derechos humanos. ¿Una visión eurocéntrica? Quizás, sí. Como primero fue Thomas Paine, nacido en el condado de Norfolk en 1737 e hijo de un artesano fabricante de corsés, quien hubo de escribir en 1791 y 1792 su obra Rights of Man[16], dedicándosela a George Washington, para iluminar toda la evolución política posterior, Tiempo hubo, es verdad, en que los españoles aferrados a nuestras caenas considerábamos extranjeros los derechos humanos. Todos los países que se han opuesto a las libertades civiles en nombre de su tradición cultural lo han hecho para preservar el poder de las castas dominantes. No hay, en mi opinión, excusa que valga.
La Fundación Ferrer ha impulsado y forma parte integrante del movimiento laico y progresista. No le añadimos una preposición y un país porque es, por esencia, universal. Trabaja en buena medida, es cierto, en o desde Cataluña, pero está abierto al establecimiento de lazos fraternales con gentes del resto de España, del continente y del mundo. No por casualidad, dos de los primeros miembros del comité de honor de la fundación fueron belgas y uno de ellos es hoy el alcalde de Bruselas. La laicidad está en el núcleo del eje alrededor del cual debería girar la construcción global de un mundo mejor.
La laicidad es, en primer lugar, separación entre las iglesias y el Estado; pero es también, como he tratado de sostener, sometimiento de las religiones al Derecho y vigilancia de las religiones para evitar los peligros que suponen para la república; y es, por último, aunque no menos importante, el ambiente *intelectual propicio para el desarrollo pleno de los ciudadanos libres, incluyendo el respeto a sus creencias, convicciones y cultos. Sólo en la laicidad la religión se hace digna de consideración al convertirse en una verdadera opción libre y dejar de ser una imposición cultural[17].
Laicidad y religión son compatibles sea cual sea el significado que se defienda de laicidad. La laicidad como atributo de una ciudadanía libre es el medio en el que pueden florecer las creencias y convivir entre ellas. La laicidad como humanismo es, de algún modo, una creencia y, por supuesto, está abierta *a compartir su espacio con el de las otras opciones. Son las religiones, sin embargo, las que, a menudo, se oponen a la laicidad en cualesquiera de sus modalidades. Las religiones no han perdido su fundamentación teísta, que las impele a imponerse como creencia única y excluyente y/o a una confusión permanente entre lo religioso y lo secular, que lleva a dictar no criterios morales (o reglas *de conducta individuales) sino verdaderas normas jurídicas imperativas impuestas coactivamente (en la forma de vestir, en los trabajos para el sexo femenino, en la condena del adulterio[18], en la proscripción de la eutanasia compasiva, en la prohibición a los abogados de que asistan a sus clientes en materia de divorcio…)[19].
La tensión entre laicidad y religión halla su origen en el celo de las castas sacerdotales por preservar el imperio divino sobre los seres humanos, en la resistencia de las religiones a aceptar, precisamente, su sujeción al Derecho.
*A pesar de la gran potencialidad de la laicidad para ser el medio acogedor de la libertad de creencias, no puede dejar de notarse la incompatibilidad manifiesta entre la laicidad y las manifestaciones más radicales de la religión. No sólo porque el extremismo religioso tiende a la supresión del pluralismo cuando tiene ocasión de hacerlo, que también, sino, sobre todo, porque en la religión ultraortodoxa se aniquila la libertad de conciencia al ser substituida la autonomía moral de cada individuo por la decisión de un tercero (sacerdote, gurú o hechicero) que decide sobre todo lo divino y lo humano. Esta muerte del hombre a manos de los esbirros de un dios es profundamente anti-humana y, desde luego, radicalmente anti-laica.
Quienes piden hoy respeto por las religiones en nombre de la convivencia democrática –y acusan a los militantes laicos de anticlericales– deberían recordar que las religiones no se han ganado, precisamente, ese respeto en la historia, al haber sido en su gran mayoría un instrumento de dominación. Reivindico, por tanto, el significado y el valor del anticlericalismo –no violento, pero firme–[20] contra todos los clericalismos, contra todas las invasiones de la república por las religiones, desde la imposición de la religión en las escuelas hasta la obligatoriedad del velo islámico, desde la tolerancia hacia la ablación del clítoris hasta la compresión “fraterna” con el terrorismo etarra o la condescendencia con la fatwa contra Salman Rushdie [al fin y al cabo, un blasfemo][21]. No olvidemos que la república –el estado democrático contemporáneo- ha tenido que construirse contra la religión, porque ésta era el principal enemigo del progreso [el liberalismo es pecado]. No olvidemos, tampoco, que las dictaduras han compartido mesa y mantel con las religiones, lo que incluye, entre innumerables ejemplos, el nacional-catolicismo de Franco, el salario estatal de los curas católicos en la Polonia comunista y el régimen talibán afgano.
La teología de la liberación es un oxímoron porque en nombre de cualquier teos/dios se ha mantenido a la gente en la ignorancia y la superstición como siervos de los poderosos. Las armas y el confesionario han sido aliados fieles y permanentes y la excepción (los curas negros en la primera mitad del XIX, los curas rojos en los años sesenta y setenta, por poner dos ejemplos característicamente españoles) a lo sumo viene a confirmar la regla[22]. La liberación no viene de Dios/dios, sino que nace en el ser humano. Incluso cuando la emancipación ha requerido o puede requerir una revolución, el peor enemigo de la misma serán los dioses y, sobre todo, quienes digan hablar en su nombre[23].
Detengámonos por un momento en el Islam. Marbella tiene dos mezquitas importantes financiadas por Arabia Saudí y a nadie le parece mal porque el turismo de los amos del petróleo deja notables dividendos a la ciudad. Premià de Mar, por el contrario, ha vivido recientemente un deleznable movimiento racista contra la construcción de una pequeña mezquita. Quienes se oponen a la mezquita de Premià lo hacen con argumentos típicamente xenófobos [moros a vuestra tierra] y con algunas variantes locales pintorescas [si la mezquita no pareciera por fuera una mezquita sería aceptable, pero es intolerable que resulte visible para todos]. Quienes apoyan la construcción de la mezquita se basan en la legalidad [han comprado un terreno y no hay objeción urbanística] o en la libertad de cultos. Estoy en total desacuerdo con los anti-mezquita, y, por tanto, a favor de que se construya, pero me cuesta trabajo extender un cheque en blanco a los partidarios. No creo que a la sociedad política le deba dejar indiferente la existencia de cualquier mezquita, de cualquier sinagoga o de cualquier templo cristiano. Resultaría suicida cerrar los ojos ante la proliferación de centros religiosos que, potencialmente, pueden atentar contra la convivencia en libertad y contra el ejercicio completo de la ciudadanía. En particular, para mí, no resulta admisible cualquier Islam, sino sólo un Islam incardinado en el Estado de Derecho en todas y cada una de sus manifestaciones.
Como no ha de dejar indiferente a la república qué hacen los católicos romanos, los evangelistas, los ortodoxos o los hebreos, o cualquier otra denominación. Muy en especial, desde luego, nuestra gran asignatura pendiente, como ya he dicho al principio, es la supresión de los privilegios de la ICR.
Sólo los laicos, desde nuestra posición de lucha contra las exorbitancias permitidas o soportadas a la ICR, tenemos la legitimidad de pedir la injerencia democrática de los poderes públicos en la vida de las confesiones religiosas.
Tengo para mí, en suma, que todas las religiones deberían contar con su Voltaire, alguien que desde dentro sea capaz de combatir con autoridad intelectual el fanatismo: casi siempre los bribones guían a los fanáticos y ponen el puñal en sus manos, se parecen al viejo de la montaña, que hacía, según se dice, gozar de las alegrías del paraíso a los imbéciles y les prometía una eternidad de placeres, del que les había hecho concebir la fruición anticipada, con la condición de que asesinaran a las personas que él nombraría[24]. ¿No resuenan con trágica actualidad estas palabras escritas en 1765?
Puede hablarse, probablemente, de religiones laicas, que son aquéllas que se adaptan con más o menos naturalidad a la primacía de la república y a la diversidad de creencias. Para ello, la religión ha de ser ilustrada, es decir, debe dejarse iluminar por la razón y dialogar con ella, lo que necesariamente implicará la aceptación de la duda, la valoración positiva de la religión comparada y la concesión a los fieles de márgenes de autodeterminación ética. Ésta es la religión compatible con la república y con las demás religiones y creencias, incluida la pura militancia en el librepensamiento. Ciertamente, una parte de las religiones del Libro ha dado pasos en este sentido liberalizador, que permiten desde el diálogo ecuménico hasta fórmulas de religiosidad respetuosas de un cierto nivel de libre examen. Pero, a la vez, acechan nuevos peligros que refuerzan el fundamentalismo dogmático claramente orientado al control político religioso de la gente como la creciente influencia de los Legionarios de Cristo o Regnum Chirsti en el gobierno Aznar, la financiación por la Generalitat de Catalunya de las actividades de un fanático como Josep Miró [e-cristians] o la permisividad oficial hacia la política islamizadora de Arabia Saudí en España.
La defensa de la república, mediante el fomento de la laicidad, requiere que la política eclesiástica de las administraciones públicas se oriente decididamente hacia la disminución de la fuerza de los fundamentalistas –llegando, en casos excepcionales, a la prohibición, si menester fuere– y a la alianza con los sectores ilustrados de todas las confesiones. De nuevo, puede sorprender mi propuesta. En nombre de la neutralidad del Estado se defiende la no ingerencia en materia religiosa. Es un espejismo que no tiene en cuenta que la pervivencia de la laicidad y, por tanto, de la república, depende del mantenimiento activo de la sujeción de las religiones al ordenamiento jurídico, lo cual sólo es verdaderamente factible si los agentes principales corresponden a opciones religiosas moderadas.
– III –
¿Vivir laicamente?, me pregunto por última vez, ahora a la luz de la concepción de la laicidad como una opción personal de entendimiento del hombre y de la sociedad desde el humanismo liberal –también, por última vez, en el mejor sentido de este concepto–, es decir, desde la asunción del libre pensamiento como actitud vital, como método de búsqueda de la verdad y como filosofía del presente en contraposición con la metafísica o filosofías del más allá. En este sentido, el laico no sólo se desadscribe de cualquier religión, sino que afirma con rotundidad su opción humanista. El laico, bajo esta acepción que me es cara, no es un cristiano, un hebreo o un musulmán “no practicante” o “no creyente”, sino que pertenece a un universo distinto. No se define por lo que no es, sino que, al contrario, proclama afirmativamente su creencia en el ser humano. Puede ser ateo, agnóstico o incluso vagamente deísta, como don Francisco Pi y Margall o como el rector Bergnes de las Casas, de quien hablaba antes, pero circunscribe el ámbito de sus preocupaciones a la dimensión de la vida humana.
El laico, si es ateo, no convierte su ateísmo en religión, ni mucho menos en religión de Estado, única, verdadera y obligatoria. El ateísmo del marxismo-leninismo de corte soviético era profundamente anti-laico porque suponía la total aniquilación de la autonomía y del libre albedrío de los seres humanos[25]. El desierto moral de Rusia hoy no es el resultado de la caída del muro, sino la consecuencia de que el muro existió durante décadas.
*El laico es un librepensador. Los fieles de una religión no son librepensadores porque renuncian a la investigación sobre su origen, su vida, sus valores y su felicidad para entregarse al sistema establecido y cerrado de creencias de la confesión a la que pertenecen. Religare, suelen explicar algunos católicos más abiertos, unir a los hombres entre ellos, ese es el significado de la religión que la hace más humana, más accesible. Discrepo de esta interpretación suavizadora: la religión puede que una a las personas, pero en el sometimiento a una autoridad externa que habla y actúa en nombre de un dios. La *religión sólo se comprende asociada a la minoría de edad de la humanidad y es incompatible con la libertad.
En palabras de Fernando Savater, el pensamiento laico apuesta por la razón frente a la revelación, por los acuerdos y pactos frente a los dogmas, por la satisfacción del cuerpo frente a la penitencia del alma, por lo relativo y probable frente a lo absoluto y nunca visto[26].
Esperanza Guisán considera, con provocativa razón, que algunos católicos pueden, no sin dificultades, ciertamente, ser buenos ciudadanos, es decir, individuos autodesarrollados, libres y solidarios, pero a la mayoría de ellos les resulta bastante difícil, cuando no imposible[27]. En los católicos, en efecto, se produce una enajenación total de la capacidad de pensar éticamente que es substituida por la autoridad moral de los clérigos. Hoy puede decirse que esto es así en la mayoría de religiones conocidas y que la pérdida de libertad personal –de libertad interior atacada por la manipulación supersticiosa y por mecanismos de carácter sectario, en algunos casos; de libertad exterior, cuando la religión se vale de la policía o de bandas toleradas de fanáticos– se produce en todas las versiones fundamentalistas de los distintos credos.
Se preguntaba Mark Twain, en un libro que sólo se pudo publicar 53 años después de su muerte y que en castellano ha recuperado Mario Muchnik, si la religión cristiana prevalecerá siempre, respondiéndose que no hay razón alguna para pensarlo: antes que ella hubo mil religiones. Todas están muertas. Hubo millones de dioses antes de que se inventara el nuestro. Enjambres enteros de dioses han muerto y han sido olvidados hace mucho tiempo. El nuestro es, de muy lejos, el peor Dios nacido de la imaginación enfermiza del genio humano […] Pienso que la cristiandad y su Dios han de seguir la misma regla. Han de morir cuando les llegue su turno, y hacer lugar a otro Dios y a una religión más estúpida[28].
Para los librepensadores[29], las religiones dogmáticas que sitúan la revelación, Dios, el ritual o las creencias por encima de la experiencia y de las necesidades humanas hacen un flaco favor a la especie. Los mitos y leyendas de las viejas y de las nuevas religiones –que no dejan de tener un interés cultural– se muestran incapaces de superar el más mínimo test de racionalidad científica. La evidencia conduce a considerar que la naturaleza empieza y acaba en ella misma, aunque bien es cierto que sólo la conocemos en una parte pequeña, por lo que lógicamente la humanidad ha de mostrarse abiertamente partidaria del progreso y de la libertad de la ciencia. Las religiones, a menudo, se convierten en obstáculos a esa libertad de la ciencia, para preservar la supremacía de lo teológico sobre lo humano.
El laico librepensador considera que las promesas de salvación inmortal o las amenazas de condenación eterna son elementos profundamente distorsionadores de la libertad de conciencia. En primer lugar, porque enajenan a hombres y mujeres de la realidad presente y de sus preocupaciones, de sus grandezas y miserias, de sus alegrías y tristezas, para envolverles en el sueño o en la pesadilla de ultratumba. La vida merece ser experimentada en su plenitud, porque es nuestro bien más preciado, que no resulta lógico malgastar. En segundo lugar, la enajenación religiosa es una excusa para soportar la situación actual, sea la que sea, sin ímpetu ni ilusión por la reforma o la rectificación de las injusticias. El laico se enfrenta con las cosas como son, sin paliativos, y esto constituye un estímulo para el progreso y una razón para el compromiso social.
Aunque el librepensador puede reconocer las aportaciones positivas de las religiones en la construcción de reglas de conducta individuales y colectivas, no puede olvidar que la moral religiosa hace dependiente a las personas de una autoridad ajena a ellas mismas, por lo que debe afirmar la primacía de la ética como manifestación autónoma del pensamiento humano. La ética no requiere ni una inspiración ni una confirmación de carácter teológico o ideológico, sino que halla sus raíces en las necesidades e intereses humanos.
El laico librepensador sólo es intransigente con el respeto universal de los derechos humanos cuya plasmación en los diversos documentos históricos durante los últimos doscientos años considera como un cuerpo jurídico nacido de la conciencia social de un mundo que se descubre a sí mismo como la patria común de la humanidad. Lógicamente esto implica la progresiva implantación de la democracia participativa y la extensión de la tolerancia que halla como único límite la intolerancia contra los intolerantes.
El laico acepta, sin dificultades, la convivencia con los creyentes de todas las religiones que entiendan el valor de la diversidad y del pluralismo, por cuanto el laico ve en todos los seres humanos a sus hermanos, a sus conciudadanos. Por este motivo, la contribución educativa del movimiento laico y progresista[30] es insubstituible en la construcción de una sociedad democrática. Los movimientos educativos religiosos separan a la gente en comunidades e incluso los que aceptan a personas no adscritas son incapaces de evitar la afloración de la diferencia entre “los nuestros” y “los otros”. En el movimiento laico todos, los humanistas y los creyentes de cualquier religión, son iguales. La laicidad es una escuela de ciudadanía[31].
El laico pide, de forma natural, respeto por los valores y las prácticas que configuran su vida privada y pública. En una sociedad como la española que empieza a aceptar las diferencias religiosas puede darse la paradoja de que en una cena de amigos o en un banquete oficial se trate de ofrecer a cada comensal alimentos permitidos por su religión, mientras que a los laicos, valga la expresión, se les condena a comulgar con ruedas de molino. ¿Es qué va a ser menos raro en este país ser musulmán o judío que laico? Hay una curiosa solidaridad entre las religiones del Libro, quizás porque todas ellas mantienen miles de funcionarios a su servicio. Desde esta perspectiva la creencia en un dios revelado constituiría un signo de respetabilidad del que estaríamos excluidos los laicos. La tolerancia entre los distintos credos –en sí un valor positivo– se torna reticente y cicatera a la hora de admitir a las personas que no tenemos religión. A todos nosotros nos corresponde unir nuestros esfuerzos para reivindicar públicamente la grandeza y la dignidad de ser, simplemente, hombres y mujeres libres.
[1]Para acabarlo de arreglar, mi también amigo Javier OTAOLA escribe: Del mismo modo que uno puede ser científico, pero no puede vivir científicamente, uno puede ser laicista, pero no puede vivir laicamente. Uno no puede definirse como laico del mismo modo que se define cristiano, musulmán o ateo [Laicidad – Una estrategia para la libertad, Bellaterra, Barcelona, 1999, pág. 89]. Difícil tarea, pues, querer explicar cómo se puede vivir laicamente, cuando un autor tan distinguido afirma que es imposible. En realidad, coincido con Otaola en la propuesta de la laicidad como una arquitectura de la paz y de la libertad, por lo que –como le he dicho en algún debate- tenemos un largo camino en el que ser compañeros de viaje. Para mí, la laicidad, además de ser un ámbito de mediación y de convivencia, es una opción filosófica personal.
[2]En 1822 –efímero trienio liberal– y en 1836 –antes incluso de la reinstalación oficial de la universidad– Albert Pujol Gurena, un clérigo exclaustrado y primer rector de la nueva era, se dirige a sus pares en el acto de inauguración del curso: El sabio […] enseña que las verdaderas leyes son las que favorecen la libertad e igualdad, que cuanto más libres son las leyes, más firmeza debe haber en sostenerlas, que los derechos son inseparables de las obligaciones; que es uno el camino de la libertad, y que es desgraciado el que lo abandona, porque es muy difícil volverlo a encontrar [Discurso, Imprenta de Don Antonio Bergnes, Barcelona, 1836, pág. 4].
El discurso finalizaba con estas bellas palabras: Pueblo barcelonés, no serán vanos tus esfuerzos: de la nación reunida en Cortes recibiremos el áncora de la Esperanza; por más que conspiren los elementos, llegaremos a puerto seguro. No es tiempo por desgracia de cerrar aun el templo de Jano; cuando llegue este momento feliz, dirá Barcelona: he peleado y he vencido, pero sin olvidar jamás que Minerva, diosa de la guerra, lo es igualmente de las ciencias [pág. 16].
[3]Rector nombrado por la Junta Provisional Revolucionaria de Barcelona (1868- 1875). Cfr. presentación de Carles CARRERAS VERDAGUER al discurso inaugural del curso académico 1851-52 de la Universidad de Barcelona, publicado por la propia UB en 2001. Vid., también, MOLINA OLIVER, Vicenç: De la raópràctica, Escola d’Empresarials de la UB, 2000, pág. 52.
[4]Cfr. TUGORES, Juan: La Universidad pública del Siglo XXI: Un compromiso con la sociedad, E. de Empresariales UB, 18 de mayo de 1999.
[5]Con ovejas negras, desde luego, como el rector Enrique Luño [(a) c…] Peña que hacía jurar a los nuevos licenciados, en el paraninfo, el dogma de la Inmaculada Concepción y su defensa [Cfr. OLIART, Alberto: Contra el olvido, Tusquets, Barcelona, 1998, pág. 309].
Sobre el mito de la Inmaculada Concepción, en clave laica, que se remonta a los orígenes de Krishna en el hinduismo, resulta delicioso leer a Mark TWAIN: Reflexiones contra la religión, Trama, Madrid, 2001, págs. 24-25.
[6]La enseñanza de la geografía en España, discurso inaugural del curso 1909-10, Universitat de Barcelona, 2001, pág. 45.
[7]Cfr. COURCELLE, Bruno et alii: Laicidad en España, Concejalía de Educación del Ayuntamiento de Motril,
julio de 2001.
[8]Cataluña sigue hoy prisionera de una transversal montserratina que cree que Dios mismo escogió esta tierra como destino de promisión, lo que justificaría desde los excesos conceptuales del nacionalismo (y sus evidentes peligros) como la visita de un líder de la izquierda al colegio de elite de una conocida secta. [Vid. uno de los libros más políticamente incorrectos e intelectualmente provocador que he leído: MALLO, Oriol & MARTI, Alfons: En tierra de fariseos, Viaje a las fuentes del catalanismo católico, Espasa, Madrid, 2000].
En 1977 me dijo el profesor Trias Fargas: ¿Cómo quiere usted que me integre en Convergencia Democrática si en el partido de Pujol hay casi tantos curas como en el PSUC? El PSUC era el partido de los comunistas catalanes y la frase resume con el causticismo propio de Trias el papel del púlpito en nuestra vida política.
[9]Los casi 15 años de socialdemocracia (1982-1996) cambiaron muchas cosas para bien en este país, que se modernizó radicalmente, se invirtió en educación, en sanidad y en infraestructuras y se modificaron muchas estructuras económicas heredadas del nacional-sindicalismo. Pero ni se pudo aprobar el cuarto supuesto de aborto, ni se avanzó en el derecho a obtener una muerte digna, ni se liberó la enseñanza pública de la zarpa clerical. Como la política es aprovechamiento de las coyunturas, quizás pudieran ser, paradójicamente, los conservadores españoles quienes rompieran algunas amarras con el Vaticano.
[10]Hasta los católicos de izquierdas suelen escandalizarse de esta formulación. ¿Someter la religión al Derecho? Dicen, ¿por qué si la religión corresponde al espíritu? La reacción es todavía peor cuando les hablo de reducir la religión al ámbito de la privacidad. ¿Es que cabe prohibir el culto? Parece evidente que mis propuestas no van en el sentido de prohibir la religión, lo que daría lugar inevitablemente a una religión nueva como el culto soviético al Lenin momificado o el culto personal a los jefes del Estado en Albania o Corea del Norte. Someter las religión al Derecho es tratar a la religión como a las demás realidades, como están sujetas al Derecho por poner ejemplos dispares, el Rotary Club, la Unión General de Trabajadores, el Instituto Agrícola Catalán de San Isidro, o desde luego la Fundación Ferrer. No veo razón alguna para que la ICR no pueda comportarse como cualquier otra emanación de la sociedad civil.
[11]O cuando, simplemente, reduje la capilla como director de esta Escuela de Empresariales a un tercio de su tamaño original, ante la negativa de la ICR a negociar su transformación en un oratorio ecuménico. ¡Entonces invocaron contra mí la libertad de cultos! [Lo he explicado en PONT CLEMENTE, J.F.: Memòria d’un sexenni renovador, Escola d’Empresarials, Universitat de Barcelona, 1999, págs. 253-254].
[12]Cfr. LLAMAZARES, Dionisio: Derecho de la libertad de conciencia, Civitas, Madrid, 1997; Vol. I, págs. 95-96.
[13]Entiendo por república la organización política de una comunidad mediante un régimen democrático en el que imperen los principios de libertad, igualdad y fraternidad que constituyen el legado político de la revolución francesa.
[14]El matrimonio debería ser civil para todos sin excepción, sin perjuicio que cada uno lo celebre o lo solemnice a su manera. Los privilegios de la ICR en esta materia siguen siendo inaceptables. La sentencia del Tribunal Supremo de 27 de junio de 2002 ha venido a recortarlos, en parte, al negar automatismo a la ejecución civil de las sentencias canónicas. Este automatismo no nacía del ordenamiento jurídico, y esto es lo importante, sino de una jurisprudencia complaciente con la jurisdicción eclesiástica.
[15]Cfr. PONT CLEMENTE, J.F.: “Laicitat i república” en Espai de Llibertat, 2000, nº 17, págs. 25-26.
[16]PAINE, Thomas: Los derechos del hombre, Orbis, Barcelona, 1985.
[17]Como escribía FICHTE, J.B. a los príncipes europeos en 1793 [Reivindicación de la libertad de pensamiento y otros escritos políticos, Tecnos, Madrid, 1986, pág. 47]: Sólo los que tienen verdadera confianza y verdadero respeto por vosotros os aconsejan difundir la ilustración a vuestro alrededor.
[18]Resultan terribles las noticias sobre lapidaciones por adulterio en diversos países del mundo. En España el asunto siempre fue menos grave, porque aunque el adulterio era delito durante el franquismo, era un delito que cometían hasta los ministros y las marquesas [Ana ROMERO: Carmen, Planeta, Barcelona, 2002, págs. 39-58]. Las religiones del Libro siempre han tenido una especial manía persecutoria hacia lo que ocurre en la privacidad de la alcoba.
[19]Hasta en el divertido, si no fuera patético, procedimiento que deberían seguir los católicos para la obtención de pruebas de semen de varones casados, según leí hace muchos años, aunque no puedo recordar la cita exacta.
[20]Cfr. PONT, J.F.: “Reivindicació de l’anticlericalisme” a Espai de Llibertat, 1997, nº 6, págs. 7-10.
[21]Círculo de Lectores se atrevió a publicar en 1989, en castellano y en catalán, Los versos satánicos, de S. RUSHDIE, en una prueba de como la defensa universal de la causa de la libertad de conciencia requiere la complicidad o la alianza de los grandes grupos de comunicación.
[22]No puedo evitar sentir más simpatía por los curas liberales que frecuentaban las logias masónicas, eran ilustrados y constitucionalistas, que por los curas comunistas, enmarañados, aun de buena fe, en un hegelianismo totalitario profundamente divino, quizás, pero profundamente lejano, también, de la mayoría de edad del hombre.
[23]Cfr. SAVATER, Fernando [“El Cantar de los Cantares”, en EL PAIS, 28 de mayo de 1987]: es imposible ninguna verdadera autonomía política comprada al precio de la fundamental heteronomía religiosa […] la teología de la liberación liberará a sus usuarios de todo, menos de la teología, que es de lo primero que hay que liberarse.
[24]VOLTAIRE: Diccionario filosófico, Temas de Hoy, Madrid, 2000, Tomo II, entrada fanatismo.
[25]Por eso, quizás escribía Adolfo MARSILLACH [Tan lejos, tan cerca, Tusquets, Barcelona, 1998, págs. 343-344]: Soy demasiado escéptico como para recibir consignas sin rechistar. En cuanto a los comunistas, con los que había flirteado algunas veces, bueno… carecen de sentido del humor. Se toman todo tan en serio…, sufren demasiado.
[26]SAVATER, Fernando: “La venganza de la momia”, en EL PAIS, 11 de diciembre de 1990. Con esta cita del profesor vasco acaba el libro de Javier FIGUERO, Si los curas y frailes supieran…, Espasa, Barcelona, 2001, una visión laica de la historia de España.
[27]GUISÁN, Esperanza: Ética sin religión, Alianza, Madrid, 1993, pág. 27.
[28]TWAIN, Mark: op. cit., págs. 39-40.
[29]Cfr.“Humanist manifesto II (1973)”, en LAMONT, Corliss: The philosophy of humanism, Continuum, New York , 1982 (6th edition), págs. 290-300.
[30]Sólo como un ejemplo, vid. el Ideario del MLP editado y difundido por la Fundación Ferrer.
[31]Sobre las experiencias de educación en el tiempo libre con participación de inmigrantes, es muy interesante el monográfico “La immigració a l’esplai”, en Tercer Segona, 2002, nº 6, págs. 9-22, la revista de ESPLAC, una de las entidades fundadoras del MLP.