Entre los recuerdos de la iglesia se encuentran imágenes de sacerdotes ortodoxos, miembros de los denominados rusos blancos que participaron en la Guerra Civil como voluntarios en las filas de Franco.
Caminando por la madrileña Gran Vía de Hortaleza en un día gris, cinco cúpulas llaman la atención por su brillo y exotismo. Cinco domos, con forma de cebolla y forrados de pan de oro, se alzan imponentes sobre un edificio blanco y limpio. Se trata de la iglesia de Santa María de Magdalena, el primer templo ortodoxo de la capital, que rompe la monotonía del barrio residencial del noroeste de Madrid con su estilo bizantino.
Al entrar al templo un intenso olor a incienso acompaña a una respetuosa tranquilidad. Dentro de la iglesia los feligreses esperan de pie, meditabundos, a que comience la ceremonia mientras el párroco, Andrey Kordochkin, dialoga en privado con una mujer con el cabello cubierto por un pañuelo beige.
El profundo silencio se rompe con el repicar del campanario, que marca el inicio de la homilía. La liturgia se recita cantada en eslavo eclesiástico, una forma de ruso adaptado que en las celebraciones ortodoxas rusas, búlgaras, ucranianas y en otras iglesias eslavas fue desplazado por los idiomas nacionales, pero que en este templo tiene cabida "porque es el idioma más fácil de comprender para la mayoría de personas" que siguen las misas, señala Kordochkin. En las ceremonias de los domingos, el castellano es también una de las lenguas utilizadas.
A este lugar de culto, jerárquicamente bajo el Patriarcado de Moscú, acuden fieles de un amplio abanico de nacionalidades, desde rusos e inmigrantes de Europa del Este a estadounidenses y colombianos. Los ciudadanos ucranianos, inmigrantes con gran presencia en la Comunidad de Madrid, son mayoría en la celebración del culto, detalla Kordochkin.
"Las últimas semanas han sido muy difíciles para nosotros porque los ucranianos que tenemos en la parroquia vienen de varias zonas" del país, lamenta. La crisis social en Ucrania, la anexión rusa de Crimea y el conflicto entre Kiev y los prorrusos del este y sur, preocupa dentro de la comunidad. "En nuestra cocina, tuvimos que prohibir el tema de Ucrania porque hay mucha división, incluso en las familias. Mi misión como párroco es que no se convierta en un espejo de lo que se está viendo por televisión", defiende Kordochkin.
Estilo propio
Lejos de la estética de la catedral de San Basilio, situada en la Plaza Roja de Moscú, de ladrillo rojo y multitud de colores, Santa María de Magdalena se asemeja a la arquitectura de los pueblos blancos de Andalucía, según su párroco Andrey Kordochkin.
Las cinco grandes cúpulas áureas, que "representan a Cristo y los cuatro apóstoles" , y su fachada limpia y sobria son motivo de orgullo para el sacerdote. "El blanco y el oro funcionan muy bien en Madrid, donde hay mucha luz y mucho sol", alega Kordochkin, "es una imagen muy bonita", añade con una sonrisa también en sus ojos azules.
La construcción del edificio está terminada, aunque "todavía tenemos deudas ante los constructores, en este sentido la obra no está terminada para mí", reconoce el sacerdote nacido en San Petersburgo. La laboriosa recaudación de fondos, provenientes principalmente de Rusia, incluye donaciones de grandes empresas como la Compañía Estatal Ferroviaria rusa y la española Talgo, con importantes inversiones en el país.
La iglesia, segunda en España tras la levantada en el municipio alicantino de Altea, está dedicada a Santa María de Magdalena. El motivo fue la recuperación de una imagen de la virgen, instalada en la capilla de la embajada rusa en Madrid en los siglos XVIII y XIX, hallada en Argentina y parte del relicario de la basílica. "El templo está dedicado a ella para que podamos sentir nuestra continuidad con nuestros antepasados rusos ortodoxos", responde solemne el párroco.
Entre los recuerdos de la iglesia se encuentran imágenes de sacerdotes ortodoxos, miembros de los denominados rusos blancos que participaron en la Guerra Civil como voluntarios en las filas de Franco. Un reportaje enmarcado recuerda la paradójica historia de Nina Sterligowa, que tras exiliarse en España al morir su padre, miembro del pro zarista Ejército Blanco, en la guerra civil rusa de 1918, tuvo que refugiarse en Colombia junto a su marido, perseguido como comunista por el régimen franquista.
Mantener estos vínculos es uno de los propósitos de Andrey Kordochkin, enviado en 2003 bajo las órdenes del Arzobispo de Corsún y que ya cumplió la tarea de la edificación de un templo para su comunidad, que se veía obligada a celebrar los oficios en una nave industrial, en un local que fue un locutorio y en una frutería.
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