La Iglesia ortodoxa rusa, y el patriarca Kirill en particular, han tenido un papel clave en la invasión de Ucrania. Hacemos un repaso histórico para entender su liderazgo y el vínculo de la Iglesia con la política exterior del Kremlin
La religión es un factor clave e incluso a veces herramienta de conflicto en cualquier guerra abierta. Como ejemplo, el caso de Ucrania y la Iglesia Ortodoxa rusa, cuyo líder, Kirill, es el gran apoyo del presidente Vladímir Putin en el campo de la fe. Tanto es así que se dice que la Iglesia rusa es el segundo ministerio de exteriores del país, explica la investigadora principal del Real Instituto Elcano Mira Milosevic. Su papel en la política exterior de Rusia está “definido y diseñado por el Kremlin”, lo que se explica en la propia definición del Kremlin, “el mundo ruso que supone una unidad espiritual entre los cristianos ortodoxos”.
El Estado ruso tiene marcado como objetivo mantener el vínculo entre los rusos y los pueblos de religión cristiana ortodoxa del espacio post soviético, según Milosevic. “La religión siempre ha sido una de las señas de la identidad nacional rusa”, añade. Pero subraya que, mientras que la Iglesia cristiana católica es universal con un único Papa, en el mundo ortodoxo prácticamente cada Estado tiene su propia Iglesia. Y Rusia aglutinó las Iglesias de todas las exrepúblicas soviéticas.
Ahí nace el conflicto. En el caso de Ucrania, no fue hasta 2019 que logró desvincular su Iglesia de la Iglesia ortodoxa de Rusia. Aunque, con una complicación añadida, explica la investigadora, porque en Ucrania hay tres iglesias ortodoxas, una que depende del patriarcado de Kiev, otra que depende del patriarcado de Moscú y una tercera en el exilio. “Claramente, el patriarcado de Moscú intenta mantener el control de los creyentes ortodoxos cristianos ortodoxos en Ucrania”, asegura Milosevic.
La historia de la independencia de la Iglesia ucraniana de la rusa se remonta a finales de 1991, cuando Ucrania se independiza de la Unión Soviética. Entonces se formaron dos Iglesias más, la Iglesia ortodoxa ucraniana original y una totalmente nueva, recuerda Javier González Cuesta, periodista de la SER en Moscú. La Iglesia original pidió a Moscú su autonomía, que le fue negada, y se la declaró cismática. Así se mantuvo el statu quo hasta 2018. Cuatro años antes, Rusia se había anexionado ilegalmente Crimea y había desatado la guerra del Donbás. Fue entonces cuando el patriarca de Constantinopla, algo así como el Papa de las iglesias ortodoxas, aunque con algo menos de poder, abrió el debate sobre el reconocimiento de las confesiones ucranianas independientes. Constantinopla terminó por reconocer la autocefalia en septiembre de 2018.
Para los aficionados a la historia como Putin, Bartolomé I argumentó que Moscú se había anexionado la Iglesia ortodoxa ucraniana por la fuerza en 1686 y por lo tanto quedaba inválido el documento que acreditaba su dominio sobre Kiev. Moscú formalizó el cisma y prohibió a los suyos participar en matrimonios, bautizos y otros sacramentos en las iglesias de Constantinopla. Por otro lado, la Iglesia Ortodoxa rusa ha quedado en una posición muy débil en Ucrania. Las autoridades la han acusado de ser un coladero de espías y ha dado a sus 9.000 parroquias un año para romper con Moscú. Según Kiev, la Iglesia Ortodoxa rusa es una continuación ideológica del régimen del Estado agresor.
El ascenso de Kirill
Desde el inicio de la invasión de Ucrania, la Iglesia ha jugado un papel importante, especialmente el patriarca Kirill. Sacerdote e hijo de sacerdote, Kirill apenas tiene trato con la prensa. Javier González Cuesta ha podido saber de la gente próxima a su entorno que es una persona “muy esquiva y hostil”. Además, se le relaciona con el espionaje ruso desde que Putin era prácticamente un becario. La policía suiza fichó al patriarca ruso como agente del KGB soviético cuando vivía en el país helvético en los 70 y luego en los 90, los años de plomo de la crisis postsoviética y la mafia rusa, hizo una fortuna con la importación de tabaco a través de la Iglesia Ortodoxa.
Kirill es uno de los pilares del régimen ruso. Fue un elemento clave en el gran viraje ideológico de Putin cuando éste volvió a presentarse en las elecciones de 2012. El sacerdote hizo una importante campaña por Putin después de que las Pussy Riot protestasen en la catedral del Cristo Salvador de Moscú. Para entonces, Kirill definía a Putin como un milagro que había salvado a Rusia. Pero esta glorificación solo ha ido a más a medida que el mandatario ha endurecido su represión. Diez años después, el patriarca ha calificado la invasión de Ucrania como una guerra sagrada. La Iglesia ortodoxa rusa ha sido clave al alentar la guerra y la persecución interna. Los sacerdotes que han ofrecido misas por Navalni o por los civiles de Ucrania han sido detenidos con el beneplácito de Kirill, e incluso el Papa Francisco ha llegado a advertirle de que no se convierta en el monaguillo de Putin.
La Iglesia Ortodoxa rusa también es importante en la cosmovisión putinista porque es un hilo que une su régimen con el imperio zarista y tiene influencia no solo en Rusia, sino también en los países ortodoxos del entorno. Eso sí, siempre con una visión absolutamente rusocentrista desde el uso del idioma ruso a su panteón de Santos. Es una maquinaria formidable de propaganda. Y además existe la sospecha de que ocultan micrófonos bajo sus sotanas. Algún sacerdote ortodoxo ha acabado siendo descubierto como un agente del FSB, el Servicio Federal de Seguridad.
Una nueva ley atenta contra la libertad religiosa
Mira Milosevic apunta que desde el siglo XVI Ucrania es escenario de tensiones religiosas. El problema ahora es que ese conflicto se ha tornado en una rivalidad geopolítica. “De hecho, es un símbolo más de la rivalidad geopolítica entre los países bálticos y Polonia, que son católicos y Rusia, católica ortodoxa”.
La Iglesia ortodoxa rusa es una entidad prohibida en Ucrania desde el inicio de la invasión y el pasado 20 de agosto se aprobó una ley en Ucrania para perseguir a las organizaciones religiosas que puedan tener vínculos con ese patriarcado de Moscú. Una norma sobre la que Human Rights Watch ha expresado sus dudas. “Nos preocupa que esta ley específica pueda perseguir a congregaciones que simplemente practican su religión o están afiliadas a una Iglesia en concreto, o que por asistir a esa iglesia se puedan tener vínculos con la Iglesia ortodoxa rusa que está prohibida por ley, o que una Iglesia participe en la agresión armada por tener una sede en Ucrania. Para nosotros la afiliación de una persona a una iglesia o a una comunidad no puede ser motivo para su persecución”.
HRW advierte de que la nueva ley establece que cualquier organización religiosa que tenga vínculos con Rusia está involucrada en la invasión y, en consecuencia, debe cortar esos vínculos si no quiere que un tribunal prohíba su actividad. “El problema es que fue en la década de los 90 cuando la Iglesia Ortodoxa ucraniana fue reconocida como una rama autónoma de la rusa, y todavía existen esos vínculos canónicos entre ambas iglesias. Vínculos muy internos de la Iglesia que no se pueden suspender fácilmente en un día”, asegura la investigadora de la organización en Kiev Kseniya Kvita.
La Iglesia Ortodoxa rusa apoya la invasión con fuerza y la Iglesia Ortodoxa ucraniana la condena. Justo después del comienzo de la agresión a gran escala en 2022, la iglesia ucraniana recordó que era independiente de la rusa y tomaron medidas para distanciarse todavía más de ella. Pero todavía existen lazos canónicos internos que no se pueden cortar sin más, explica HRW. “Hace falta tiempo, negociación, diálogo y la participación de la comunidad para hacerlo. Decir simplemente que con la ley esos lazos tienen que ser cortados y, si no es así, esa parroquia o congregación se cerrará, no es correcto”.