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Sin «tam tam», crisis en la Pascua judía

Mientras los católicos neoyorquinos andan estos días como a cierta distancia del suelo, en un éxtasis colectivo provocado por la primera visita del papa Benedicto XVI a la ciudad desde que se convirtió en Sumo Pontífice, los judíos se preparan para su Pascua.

Y en el caso de los segundos, hay crisis. No grave, probablemente a los ojos del resto, pero crisis para muchos de ellos, que son quienes celebran desde la puesta del sol de ayer sábado y durante ocho días una fiesta con la que conmemoran el éxodo en que su pueblo escapó de la esclavitud en Egipto.
El problema es que Manischewitz, una compañía que ha unificado varias plantas en una única fábrica en Nueva Jersey y que elabora y vende en 40 países de todo el mundo productos alimenticios kosher, aprobados por un rabino, no ha llegado este año a tiempo para surtir al mercado judío de tam tam, una galleta de pan que tradicionalmente se come en la Pascua judía.
Los problemas con el funcionamiento de un nuevo horno pusieron en apuros la producción habitual de la factoría, y Manischewitz decidió sacrificar varios de sus productos. Algunos no son muy populares. Sin embargo, los tam tam –de los que cada año se venden cajas por valor de entre uno y dos millones de dólares– se habían convertido en tradición desde que aparecieron por primera vez en el mercado hace 68 años.
Es cierto que las galletas son una versión en tamaño reducido de los matzos, unas tortas de pan realizadas sin levadura, siguiendo las escrituras del libro del Éxodo, en el que se explica que los judíos no tenían en esa huída tiempo suficiente para hornear totalmente el pan. Pero, al parecer, para muchos no es lo mismo partir un matzo en pequeños trozos que tener un tam tam.
Algunos judíos se han enfrentado al problema con resignación y prometen no ponerse emocionales por la falta de un trozo de pan. Otros dicen que será difícil para ellos superar la nostalgia, probablemente comparable a la que algunos católicos de España podrían sentir si le quitaran la posibilidad de rememorar las comidas de reyes de la infancia con roscón. Y la carencia es tema de conversación entre los judíos, que se ha traducido en decenas de artículos en la prensa destinada a la comunidad y en la general.
El debate, por supuesto, también ha dejado un torrente de entradas y comentarios en blogs y páginas web, donde los amantes de los tam tam, por ejemplo, defienden a ultranza el valor de las galletas frente a quienes las critican, asegurando que comerlas es "como tragarse un trozo de cartón, pero sin el sabor".
Mientras, a algunos comerciantes la falta de tam tam les ha avivado el ingenio. Unos, por ejemplo, sacan de sus almacenes cajas que les sobraron el año pasado.
Otros han decidido importar variaciones. Por ejemplo, en Holyland, un pequeño supermercado kosher en la calle St. Marks, en el East Village, no tendrán tam tam pero, como anuncia una pequeña pizarra, esperan la llegada inminente de tim tam, una variedad que produce una fábrica en Australia. Quizá no sea lo mismo. O quizá sea igual.

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