Las religiones están llenas de buenas intenciones y aún de frases bellas, por ejemplo en el cristianismo: «»Amad a todos incluso a vuestro enemigos» o «Perdonad y seréis perdonados» aunque también dicen: «El que no tenga espada que venda su manto y se compre una (Lc 22:36)» o «No penséis que vine a traer paz a la tierra; no vine a traer paz, sino espada (Mt 10:34)». O, también como ejemplo, el Corán, en la sura 2:228, dice «En justicia, los derechos de las mujeres [con respecto a sus maridos] son iguales que los derechos de estos con respecto a ellas … (y continúa) … Pero los hombres tienen un grado sobre las mujeres». Las religiones, cualquiera, caen fácilmente en contradicciones; sus prácticas encajan mal con sus mandamientos morales.
Sirva esta introducción como muestra del debate sobre la presencia de la religión como materia curricular en los centros de enseñanza sostenidos con fondos públicos y el gasto que conlleva para la administración los profesores que la imparten.
Científicamente no hay razones suficientes para creer que cualquier religión es verdadera, la mayoría de ellas afirman cosas demostradamente falsas o sumamente improbables; así, la acumulación de resultados científicos ha legitimado una sólida presunción de inverosimilitud de las religiones como explicación del mundo. La literatura científica nos permite afirmar que no es Dios quien ha creado al hombre sino el hombre es quien ha creado a Dios.
Se deduce que la ciencia y la religión no son magisterios separados, la religión ha de ser objeto de análisis a través del método científico como cualquier actividad humana. Aunque la ciencia no es la certeza, aplica el tratamiento riguroso de la incertidumbre a través de dicho método científico, obteniendo con paciencia el mejor conocimiento posible de nuestra realidad, las religiones descubren inmediatamente el «motor prodigioso» del acontecimiento, convirtiendo la explicación de lo aparente en algo aún más inexplicable de lo que trataba de explicar inicialmente.
En el siglo XIX la especie humana descubrió que la fe no mueve montañas, las mueve la tecnología. En una sociedad democrática que, gracias a las leyes, ha sabido separar el delito del pecado las religiones y sus vicarios nada tienen que decir en el ámbito del conocimiento; las fes reveladas, ajenas a las pruebas obtenidas gracias a la ciencia, no tienen su sitio en la escuela pública, en sentido estricto, en ningún espacio vinculado a la educación.