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Por el vino hacia Dios

En la fiesta del Purim, los judíos se disfrazan y se emborrachan por imperativo religioso.

Lleva celebrándose durante siglos, pero este año la historia que conmemora el festival judío del Purim ha recobrado una sombría actualidad. Este carnaval multitudinario, celebrado durante el pasado fin de semana y el lunes en todo Israel, conmemora la salvación de los judíos de los planes genocidas del gran visir de Persia, el antisemita Hamán, tal como relata el Antiguo Testamento en el Libro de Esther. "Es terrible que 2.600 años después volvamos a encontrarnos en una situación semejante, con un gobernante persa deseando aniquilar a los judíos", afirmó Efraím Rooz, un abogado de 40 años tocado con una kipá, en referencia al presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad.
Pero el Purim es menos una fiesta sombría. Es un día para cambiar de identidad o al menos para disimularla, como hizo la reina Esther, prima de Mordejai, al ocultar su origen hebreo para convencer al rey Assuero de la trama asesina de Hamán. Por eso el lunes, las calles de Jerusalén y de otras poblaciones amuralladas, donde la tradición obliga a celebrar la fiesta un día después, se llenaron de soldados vestidos de Supermán, estudiantes talmúdicos con ropas de rapero, niñas convertidas en princesas y adolescentes mutados en piratas pendencieros.
La música, generalmente reservada al espacio privado en la ciudad santa, tomó las calles del centro de forma atronadora para celebrar la redención del pueblo judío. "Hasta en los momentos más oscuros hay esperanza. Ese es el mensaje del Purim", decía Isaac Alon, un contable vestido de vaquero, mientras bailaba en trance en el centro de Jerusalén con una cogorza superlativa.

A beber hasta caerse
Y es que durante la celebración del Purim, además de dar limosna, llevar comida y regalos a los amigos y acudir a la sinagoga a escuchar el Libro de Esther, es imperativo abusar del vino hasta "ser incapaz de distinguir entre el maldito Hamán y el bendito Mordejai".
Una tradición que genera imágenes insólitas, especialmente en los barrios ultraortodoxos. En Mea Shearim, la compostura y la circunspección de sus sabios del Libro voló el lunes por los aires. Los hombres bailaron agarrados y bebieron a codo partido celebrando la catarsis colectiva del Purim. "El alcohol nos ayuda a expresar mejor nuestra alegría y gratitud hacia Dios", dijo un hombre de barba luenga. Al preguntarle su nombre, respondió: "Hamán". Y al unísono sus amigos le abuchearon e hicieron rodar las carracas como manda la tradición cada vez que se pronuncia en Purim el nombre del maldito Hamán.

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