¿Hay que sacar los crucifijos de los locales públicos? Las posturas no pueden estar más enfrentadas al respecto.
Mientras el Gobierno Zapatero considera que los símbolos religiosos son “reliquias del pasado” que ya no tienen cabida en un Estado aconfesional, los obispos proclaman que son “señas de nuestra identidad”. Los socialistas quieren acabar con ellos. La Iglesia se muestra decidida a mantenerlos.
¿Cuál es el papel de los símbolos religiosos en un Estado aconfesional?, se pregunta en un amplio reportaje 21rs, la revista cristiana de hoy. La respuesta de los obispos es tajante. “Un Estado no tiene por qué renunciar a sus señas de identidad y desvestirse de cualquier rito o símbolo religioso que haga referencia a su cultura y a su historia. Un Estado sin identidad propia sería impensable. Los símbolos no dan identidad pero la expresan”, explica el cardenal arzobispo de Sevilla, Carlos Amigo.
Para el arzobispo de Santiago de Compostela, Julián Barrio, por cuya catedral pasan todos los años los Reyes o sus legados y políticos de todos los partidos, “los ritos y los símbolos religiosos no tienen razón de ser como símbolos del Estado, sino como parte de una sociedad con una conciencia religiosa dentro de un Estado que, en su condición de aconfesionalidad o laicidad, ha de respetar todas las creencias”.
De ahí que, según el prelado gallego, “es oportuno tener a los símbolos religiosos como referente, porque impregnan las tradiciones, el modelo de vivir y la cultura”. Porque, “la cohesión social y la paz no se logran retirando la religiosidad característica de una cultura”.
Más aún, lo que preocupa a monseñor Barrio es “que se quiera reducir la religión a la esfera de lo privado y subjetivo”. O como dice el cardenal de Sevilla, Carlos Amigo, “a un verdadero creyente no le molestan los signos religiosos, sino la vejación que pueda hacerse de ellos”.
Además, siguiendo esa misma lógica, ninguno de los dos prelados está de acuerdo en que el Estado, para suplantar a los símbolos religiosos, invente símbolos puramente laicos “como bandera de un laicismo poco menos que perseguidor de todo lo religioso”, como dice el cardenal Amigo.
Los expertos católicos también comparten la postura de sus obispos. Tanto los de la derecha como los de la izquierda. Según el catedrático de derecho Eclesiástico y miembro del Opus Dei, Rafael Navarro-Valls, “la aconfesionalidad del Estado no exige la retirada de cualquier símbolo que ostente un carácter religioso”.
El teólogo progresista gallego Andrés Torres Queiruga explica que “la política nació dentro de la religión” y que “la memoria tiene historia”. Por eso, a su juicio, “hacer tabla rasa de los símbolos religiosos sería crear desierto. Pero mantenerlo todo, sería momificarlo”. De ahí que opte por mantener los ritos y símbolos religiosos “si encarnan memoria fundacional, pero, cuando se devalúen y creen conflicto, conviene suprimirlos o cambiarlos”.
En la esfera gubernamental piensan todo lo contrario. Para el diputado del PSOE y presidente de la Fundación Cives, Victorino Mayoral, “los símbolos religiosos en un Estado aconfesional no tienen razón de ser y deberían suprimirse lo que todavía persisten”.
Por su parte, Dionisio Llamazares, director de la cátedra de Laicidad y Libertades Públicas de la Universidad Carlos III de Madrid dice que “no casa con la laicidad la presencia de símbolos religiosos en actividades públicas o en actos de Estado”. Y cita el ejemplo de la cruz en las sedes de la administración de Justicia y en las aulas de la enseñanza pública: “Una y otra tiene que ser exquisitamente neutrales ideológica y religiosamente y la presencia de esos símbolos desnaturaliza esa neutralidad”.
Tanto Dionisio Llamazares como Victorino Mayoral son partidario de que se supriman los crucifijos, por ejemplo, en las instituciones públicas, “sin que ello provoque enfrentamiento y problemas de convivencia –matiza el profesor Llamazares- y sin crear una nueva religión civil. Porque la sacralización de la vida civil conduce a sacrificar la libertad de conciencia y, para percatarse de ello, basta con echar una ojeada a la historia”.
A pesar de estas dos visiones enfrentadas, el reportaje de 21rs demuestra que “España sigue oliendo a religión por los cuatro costados” y que “los grande eventos sociales rezuman simbología religiosa”. Y concluye: “Dios se resiste a dejar de ser visible”.