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Los judíos en el siglo XIX

Sin lugar a dudas, las revoluciones liberales mejoraron, en principio, la situación de los judíos al proclamar la igualdad ante la ley. En los países donde se establecieron sólidos estados liberales los judíos adquirieron la condición de ciudadanos. En el caso británico la influencia de la Iglesia Anglicana impidió que los judíos adquirieran la ciudadanía plena hasta el año 1866. En Alemania, la discriminación hacia los judíos duró más tiempo aún, provocando que una parte de los judíos decidiera apostatar para poder integrarse de pleno derecho en la sociedad o que emigraran hacia Estados Unidos.

La situación más dura fue la que vivieron los judíos en Rusia donde el antisemitismo era más acusado, es decir, el odio y la actitud discriminatoria hacia los judíos. En el imperio ruso había leyes contra ellos y se toleraron matanzas y persecuciones –los pogromos- de judíos. La persecución fue aún más violenta con la subida al trono de Alejandro III. Esta situación motivó  una emigración masiva de judíos rusos y polacos hacia Estados Unidos.

Por otro lado, en el seno de la comunidad judía occidental surgieron fuertes tensiones en el siglo XIX. La nueva situación de los judíos en los estados liberales planteó el problema de si era posible seguir las tradiciones judías y, a la vez, integrarse en la cultura y la sociedad modernas como ciudadanos de pleno derecho. Una parte de los judíos alemanes sustituyeron la sinagoga por el templo reformado, en el que los actos litúrgicos se asemejaban a los del luteranismo, con predicación y cantos en alemán. Además denunciaron el rito de la circuncisión como una práctica bárbara. Pero los judíos defensores de la tradición reaccionaron de forma inmediata con una reafirmación de la fe judía, que suponía una marginación voluntaria de la sociedad. Los neortodoxos norteamericanos intentaron una tercera vía, intentando conciliar la tradición con la modernidad.

A pesar de los evidentes avances legales en los estados y sociedades liberales occidentales, el antisemitismo no desapareció. Las posiciones políticas e ideológicas más reaccionarias e integristas, así como la mentalidad de una parte de las capas populares, manifestaron una clara aversión hacia los judíos. Uno de los episodios más sonados, a finales del siglo XIX y principios del XX, fue el caso Dreyfus, que conmocionó a Francia.

En este contexto de asimilaciones y dificultades nació el sionismo, un movimiento ideológico y político que proponía un nexo de unión entre el pueblo judío disperso por el mundo y Sión, el símbolo de unión de este pueblo. Recordemos que Sión es el nombre de la fortaleza que defendía Jerusalén. En cierta medida, el sionismo incorporaba muchos aspectos del nacionalismo, ideología que estaba en pleno auge en Occidente en ese momento. El sionismo fue fundado por el ciudadano judío nacido en Budapest, T. Herzl (1860-1904). Sus ideas se recogen con su obra fundamental, El Estado Judío, publicada en 1895. En 1897 fundó el diario “Die Welt”. Reunió en Basilea el primer Congreso Sionista en ese mismo año, donde nació la Organización Sionista Internacional. También creó la Banca Nacional Judía y el Fondo Nacional Judío para la compra de tierras en Palestina.

Herzl pensaba que los judíos asimilados debían luchar contra dicha asimilación porque consideraba que la emancipación, defendida por la Revolución Francesa había conseguido todo lo contrario, es decir, había desarrollado el antisemitismo o, más bien, el antijudaísmo, llegando al paroxismo en Europa Occidental con el famoso caso Dreyfus, ya mencionado, y que sirvió como argumento para fundamentar sus ideas. Pero, en principio, las ideas de Herzl no fueron muy bien aceptadas entre los judíos liberales y asimilacionistas. A pesar de eso, Herzl era tenaz y muy activo. El antisemitismo se convirtió en el incentivo del sionismo en su defensa de que los judíos debían vivir separados del resto del mundo en un territorio que les perteneciera. Dicho territorio debía ser Palestina. Herzl intentó obtener de los países europeos con intereses coloniales o imperiales en la zona una carta de colonización internacional. En su afán no dudó en buscar el apoyo de gobiernos abiertamente antisemitas como Rusia o Alemania. El propio Herzl consideró que las potencias o gobiernos antisemitas podían ser los grandes aliados del sionismo. En 1898 realizó gestiones con el propio káiser Guillermo II para proponerle que se creara en Palestina un Estado judío bajo la protección alemana. En 1903 buscó el apoyo de Plehve, el ministro ruso del Interior e instigador de un terrible pogromo en Kichinev. Dos años antes, había recurrido al sultán del Imperio Turco con el mismo propósito. Las tres gestiones fracasaron, por lo que Herzl optó por una alternativa. En vez de buscar el Estado judío en Palestina pensó en crear un hogar judío en otros lugares: Chipre, Argentina, Uganda, etc.. Tampoco tuvo éxito la alternativa, y regresó a la vieja idea de Palestina pero desde otra perspectiva. Había que fomentar una empresa de colonización territorial al estilo de las que se habían realizado por algunas potencias coloniales europeas.

La muerte de Herzl en el año 1904 debilitó el movimiento sionista. El año 1917 fue clave porque el gobierno británico, a través del Secretario del Foreign Office, Balfour, declaró a Rothschild, a la sazón vicepresidente de la organización de judíos de Gran Bretaña, la disposición favorable de su gobierno a la creación del “Hogar Nacional” para el pueblo judío en Palestina. Se trataba de la conocida como “Declaración Balfour”, que sentó las bases del futuro Estado Judío del año 1948.

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