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Una mujer vestida con burka pasa mientras los talibanes afganos vigilan a personas y vehículos en un puesto de control, en Kandahar, Afganistán, 18 de marzo de 2024 EFE/EPA/QUDRATULLAH RAZWAN

Las olvidadas · por Elia Barceló

Descargo de responsabilidad

Esta publicación expresa la posición de su autor o del medio del que la recolectamos, sin que suponga que el Observatorio del Laicismo o Europa Laica compartan lo expresado en la misma. Europa Laica expresa sus posiciones a través de sus:

El Observatorio recoge toda la documentación que detecta relacionada con el laicismo, independientemente de la posición o puntos de vista que refleje. Es parte de nuestra labor observar todos los debates y lo que se defiende por las diferentes partes que intervengan en los mismos.

En el país vecino, las mujeres, desde ahora, tendrán derecho a decidir sobre su cuerpo y su vida sin tener que dar explicaciones a nadie ni depender de la voluntad o la arbitrariedad de ningún hombre o mujer, sin que nadie pueda poner trabas a su decisión

Hace muy poco, el 4 de marzo, Francia nos daba una lección de libertad con la noticia de que el derecho al aborto queda anclado en su Constitución. En el país vecino, las mujeres, desde ahora, tendrán derecho a decidir sobre su cuerpo y su vida sin tener que dar explicaciones a nadie ni depender de la voluntad o la arbitrariedad de ningún hombre o mujer -médicos, sanitarios, jueces, farmacéuticos, etc.-, sin que nadie pueda poner trabas a su decisión.

El 8 de marzo se ha celebrado el Día Mundial de la Mujer (antes Día de la Mujer trabajadora, lo que no dejaba de tener su gracia porque es como si celebráramos el día de la mar salada, no de la mar dulce. ¿Alguien conoce a alguna mujer que no sea trabajadora?) Pero ya tenemos costumbre de leer pleonasmos como este y peores: “Cita previa” por poner un ejemplo de algo que se usa cada vez más. ¿Hay alguna cita que no sea previa al momento en el que va a producirse? Pero no es de esto de lo que yo quería hablar.

Todos los años, en la semana anterior al 8 de marzo se llenan los diarios y las redes de menciones a la mujer, exactamente igual que cuando toca el día del oso siberiano, el tigre blanco o el colibrí. Luego, hasta el año siguiente, se abandona el tema, igual que pasa con el Día de los Difuntos o con la Navidad. Se cumple con el expediente y se olvida hasta doce meses más tarde. ¡Y eso que vivimos en un país occidental y primermundista!

Por tanto, no es de extrañar que nos olvidemos de que, en otros países, las mujeres, la mitad de la población -no somos una minoría, somos por lo menos la mitad-, son tratadas peor que los animales. Es precisamente para reparar en lo posible ese olvido, por lo que quiero hablarles de una exposición fotográfica itinerante –“29 miradas”- que hace apenas un mes tuve el honor de clausurar en mi ciudad -Elda (Alicante)- y que me ha impresionado profundamente, tanto en lo humano como en lo artístico, y me gustaría compartir con todas y todos ustedes, las personas que leen estos artículos cada quince días y a quienes estoy muy agradecida por dedicarme su tiempo y sus comentarios.

Se trata de un proyecto en el que han participado 29 fotógrafas y fotógrafos españoles junto con 29 profesionales de otras ramas que han puesto breves textos a las fotografías, tomando como base las 29 prohibiciones que los talibanes decretaron hace ya tres años en Afganistán para cambiar el comportamiento social de las mujeres en su país, convirtiéndolas en objetos de uso, robándoles la dignidad y el futuro. Desgraciadamente, pasado el primer momento de escándalo y enojo general, del rechazo oficial de todos los países que se consideran a sí mismos civilizados, la situación de las mujeres en Afganistán ha caído en el olvido, sepultada por otros horrores más recientes, y ya nadie recuerda ni quiere que le recuerden que la mitad femenina de ese país vive como esclava de la mitad masculina en una sociedad en la que las mujeres tienen prohibidas cosas tan básicas como ir a la escuela o ser atendidas por un médico o salir a la calle solas o asomarse a la ventana. También está prohibido maquillarse, reír, hablar en presencia de un hombre o hacer ruido al caminar. Todo por razones supuestamente religiosas. El borrado de las mujeres se ha consumado de tal forma que cada vez hay más suicidios porque el sufrimiento es excesivo y el futuro para ellas es nulo, ya que no tienen derecho a acceder a la formación, no pueden trabajar, no pueden elegir a su marido y tienen que conformarse con ser vendidas por su padre a cualquiera que pague el precio, sin considerar la edad o el deseo de la hija.

En esta magnífica exposición creada por F Tours/F 8 Estudio, cada artista fotógrafo ha recibido por sorteo una de esas prohibiciones y ha tenido que plasmarla en una sola imagen que habla por sí misma.

Los seres humanos somos eminentemente visuales y muchas veces una foto dice mucho más que el texto que la ha inspirado. También es más potente y fácil de recordar. Quizá por eso, una de las leyes que han impuesto los talibanes, inspirándose en la sharia, es la prohibición de todo tipo de imágenes, pinturas, fotografías y películas que muestren seres vivos. Por eso esta exposición es doblemente rebelde: porque da voz y existencia a las mujeres borradas por un gobierno de criminales, y porque lo hace usando un medio que ellos consideran haram -inaceptable, prohibido- y que, si hubiese sido mostrada en un lugar que estuviera bajo su jurisdicción habría comportado penas de flagelación y de cárcel para los hombres y quizá, en algunos casos, de lapidación para las mujeres por haber ido contra el namus (la virtud) al permitir ser fotografiadas, especialmente por un varón.

Desde tiempos inmemoriales las mujeres han sido oprimidas, aplastadas, humilladas, violadas, menospreciadas, explotadas, canceladas, asesinadas -lapidación, decapitación, envenenamiento, estrangulación, hoguera …- y ahora, en pleno siglo XXI, aún hay muchos lugares donde sigue siendo así: India, Pakistán, Arabia Saudí, Irán, Congo, Nigeria, Somalia… la lista es enorme, y lo escandaloso de Afganistán, lo terrible, es que se trata de un conjunto de leyes y normas creadas para destruir a las mujeres robándoles no solo su presente, sino también su futuro, ya que, si las niñas no pueden ir a la escuela ni recibir una educación, no tendrán futuro.

Las flagelaciones, lapidaciones y otras torturas forman parte de la historia de la humanidad. No hay más que leer la Biblia para saber qué trato se dispensaba a las mujeres hace dos mil años. Lo que resulta incomprensible es que en muchos lugares del planeta no solo no se ha avanzado absolutamente nada, sino que se ha vuelto atrás a una sociedad bestial, sanguinaria y profundamente misógina que debería avergonzarnos a todos los seres humanos civilizados; una sociedad como la afgana del régimen talibán. 

No sé por qué sucede (y llevo mucho tiempo pensándolo). No sé si es porque los hombres temen a las mujeres, o porque los seres humanos tienden a la crueldad, o porque, simplemente, se lo pueden permitir, igual que los nazis podían permitirse masacrar a todos los que habían definido como enemigos del régimen.

Lo importante, para mí, y lo terrorífico, es que no se hace nada internacionalmente para detener ese horror. ¿Por qué? Posiblemente porque las víctimas son mujeres. “Solo” son mujeres. Y eso, por desgracia, no le importa demasiado a nadie.

Recientemente, en Venecia, descubrí una placa de mármol con la siguiente inscripción: “En esta casa, en 1646, nació Elena Lucrezia Cornaro Piscopia, la primera mujer del mundo en doctorarse por una universidad el 25 de junio de 1678.”

No pudo doctorarse en teología, a pesar de los esfuerzos emprendidos por su profesor de filosofía, Carlo Rinaldini, amigo de Galileo Galilei, porque tanto el obispo de Padua como el cardenal Barbarigo defendían la postura de la Iglesia de que una mujer debe callar y no puede impartir clases públicas, apoyándose en San Pablo, el más misógino de los apóstoles. Nosotros, los occidentales del siglo XVII también pensábamos -al menos era la opinión oficial- que las mujeres deben guardar silencio y usar el velo. Supongo que todas las lectoras recordáis, porque no hace mucho tiempo de cuando se usaba, la famosa expresión “calladita estás más guapa”. Eso era solo la forma social y familiar de referirse a esa prohibición de que las mujeres hablaran, especialmente en presencia de varones. La doctora Piscopia, para poder seguir su vocación de aprender, tuvo que renunciar a la posibilidad de casarse y formar una familia y entró como oblata en las benedictinas, donde murió a los 38 años, de tuberculosis.

A pesar de que ella logró lo que deseaba, desde entonces hasta el siglo XX, en Occidente, apenas un puñado de mujeres consiguieron eso que ahora nos parece tan evidente: aprender las primeras letras, formarse en otras lenguas, viajar, estudiar en la universidad, pensar por sí mismas. Esa lucha costó mucho esfuerzo y sufrimiento. Muchas mujeres fueron insultadas, golpeadas, encarceladas, destruidas en su reputación, su honor, su vida… para que nosotras, ahora, podamos disfrutar de una existencia en libertad. No fue un regalo caído del cielo. Hubo que luchar mucho y convencer a muchos hombres y, por desgracia, también a muchas mujeres, de que teníamos derecho, de que es absurdo pensar que la mitad de la población es una minoría y que, además, esa mitad de la población, simplemente por haber nacido hembra, es necesariamente inferior a los varones.

En Afganistán, las mujeres están ahora encerradas en sus casas, con los cristales tapiados, sometidas a los varones, violadas, humilladas, golpeadas, sin esperanza. Por eso, entre ellas, hay grupos de ayuda al suicidio; porque hay algunas que no pueden más y la muerte, que es el borrado definitivo, es preferible a una existencia sin libertad, sin risa, sin música, sin diálogo. Y no se trata de que “es su cultura” como defienden algunos. Hace tres años vivían como vivimos aquí, iban a la universidad, podían comprar y vender, salir solas… eran ingenieras, juezas, atletas… cualquier cosa que eligieran ser.

No podemos hacer mucho, pero al menos no debemos endulzar lo que está pasando en Afganistán, ni decir que todo pasará, con el tiempo. Lo menos que podemos hacer es tenerlas presentes, no borrarlas de nuestra mente, no engañarnos diciendo que habrá un futuro luminoso.

Nosotras, las mujeres de aquí, podemos hablar. ¡Hablemos! Usemos lo que tanto nos ha costado conseguir. Vamos a pasar la voz y la palabra a hombres y mujeres de nuestro país para que todo el mundo sepa lo que está sucediendo a miles de kilómetros a mujeres que hasta hace tres años vivían como nosotras y ahora son esclavas, muertas en vida, rehenes de unos hombres crueles, ignorantes, criminales.

Esta exposición es importante. No la olvidemos. Es la única forma que tenemos desde nuestro país para solidarizarnos con las mujeres afganas. Cultural y artísticamente es una maravilla. Humanamente es una forma de decir que no cerramos los ojos y el corazón ante el sufrimiento de esas mujeres. Pronto estará expuesta en Zaragoza después de haber recorrido otras ciudades, pero también se puede ver desde casa, en cualquier dispositivo, en el siguiente enlace: https://www.29miradas.com/

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