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El aumento del voto latino a Donald Trump -el candidato que no quiere más latinos que crucen su frontera y anda dando vueltas al muro y más medidas xenófobas al sur de EE.UU.-, ha sido una de las claves de la rotunda victoria del líder de MAGA –dicen los que saben que lo del Partido Republicano ya no existe… – y del fracaso de los demócratas de Kamala Harris. ¿Cómo es posible que quienes vinieron a cumplir el sueño americano y, en buena parte, las pasaron canutas para llegar, en las peores condiciones, sin papeles… voten a un xenófobo declarado? ¿Y las mujeres latinas, con su doble discriminación por parte de un misógino explícito?
Se están desgranando multitud de análisis sobre la victoria de Trump y, particularmente, el aumento del voto latino a su candidatura, que alcanzó un histórico 45%, y como no puede ser de otra forma, se señala la cesta de la compra: los altísimos precios alcanzados durante el Gobierno de Joe Biden penalizan particularmente a la cada vez más numerosa comunidad latina, de rentas bajas o muy bajas. Sin duda, la economía es un factor decisivo, pero hablemos de dios también y el voto de la iglesia evangélica, ultraconservadora, antiprogresista y profamilia tradicional. La frase más contundente de Trump celebrando su victoria, de hecho, mencionaba a dios y una especie de reencarnación de éste en el presidente electo: «Dios me salvó la vida para que yo salve mi país». No se hable más.
La comunidad latina, efectivamente, cada vez es más numerosa y más evangélica; y más que lo va a ser: siguiendo los preceptos de su fe, son familias que tienen muchos hijos y éstos/as se van haciendo también evangélicos, por lo que esta iglesia supone un destacable volumen de voto al que Trump tenía perfectamente localizado. ¿Alguien cree que Trump se ha vuelto ahora un cristiano desatado, un tipo que no repara en crueldad y comportamientos que los evangélicos llaman «viciosos» (adulterio, fiestas, divorcios, promiscuidad…)? Si se razona, no se sostiene por ningún lado, pero oigan, las últimas elecciones de EE.UU., que han devuelto a la Casa Blanca a un delincuente, van de todo menos de razones y ciencia. También van de dios, de un dios machista, homófobo, ultraconservador y evangélico que ya tenemos en España, por cierto, y cada vez con más fuerza.
Las comunidades evangélicas huyen del boato y el oropel del Vaticano católico, por ejemplo. Sus iglesias son recintos que pasan completamente desapercibidos, con apenas un cartel que los sitúa a pie de calle. Son iglesias acogedoras, sin duda, para quien ha pasado las penurias que tantos latinos/as habrán pasado en sus países, para llegar a EE.UU. y lograr construir un proyecto de vida allí. Son emocionales hasta las venas, gesticulantes, musicales, coloridas, abrazadoras y van directas a la tripa sin pasar por el cerebro. Sus pastores son gente normal, carismática y profundamente seductora, que hablan con todas y todos los miembros de la comunidad, se interesan por su vida, si vuelven, si no vuelven, les dan de comer, ropa y lo que haga falta cuando lo pasan mal. Hacen comunidad y construyen identidad para una población que, aparte del idioma, se siente extranjera y estrecha lazos en esos templos sencillos, pero estruendosamente atractivos.
Trump ha representado en este tiempo y a la perfección los valores que defienden los evangélicos, antiabortistas desaforados, odiadores de rojos y machistas hasta el tuétano. Trump los integra en su comunidad de MAGA, aunque diga que no los/as quiere en EE.UU. Ellos y ellas, sin embargo, no se sienten identificados con el grupo al que Trump rechaza -aunque sean sus conciudadanos/as, aunque hayan pasado idénticas penalidades en la mayoría de los casos-, los que atraviesan el desierto aún no han llegado y los que viven y trabajan en USA ya están allí, son parte de la comunidad trumpista, que es de las suyas, que les apoya y les entiende; para ellos, lo de los muros ya es una cuestión menor. Sin olvidar -porque siempre hay que seguir la pista del dinero- la enorme financiación que los grupos de ultraderecha, ultracatólicos, inyectan en MAGA, incluidos los vinculados a la iglesia evangélica.
En España, Isabel Díaz Ayuso, por ejemplo, nuestra mejor trumpista, ha entendido perfectamente que el mensaje evangélico tiene que ser suyo también, así que las atenciones y los contactos con esta iglesia en Madrid son prioridad del Gobierno autonómico. En las últimas elecciones, Ayuso llevó a una de sus pastoras más conocidas en la capital a un mitin con Alberto Núñez Feijóo, que parecía entusiasmado con el discurso de-pelos-de-punta de la pastora, lleno de bendiciones, divinidad y disparos mortales a la razón y la ciencia. El equipo de la presidenta visita a menudo estos templos, donde, por cierto, se ofrecen sanaciones contra la «inmoralidad sexual», o sea, contra las personas LGTBI+. El trumpismo ya es el fascismo del siglo XXI, ha sido bendecido en el país más poderoso del mundo y, como siempre, dicen que dios está de su parte. Un Estado laico es urgente.