En el debate para que la religión confesional salga de la escuela, asunto que comparte el autor de este artículo, aparecen quienes opinan que debe haber una asignatura sobre el fenómeno de lo religioso (creencia e increencia), como es el caso de este artículo, mientras otros consideramos que ese conocimiento debe quedar incluido en materias como la Filosofía, la Ética o la Historia.
Que en esta asignatura se estudie, histórica y científicamente, el ateísmo, el agnosticismo y el panteísmo con todos los contraargumentos y refutaciones con que estas creencias o certidumbres han negado la existencia de uno o varios dioses y la existencia de la inmortalidad del hombre. Y viceversa, por supuesto.
El pasado 16 de septiembre Raquel Ortiz, coordinadora de Valencia Laica, publicó en este diario el artículo “La urgente necesidad de sacar los dogmas religiosos de la escuela”. Como defensor acérrimo del laicismo y contra los dogmas discrepo, no obstante, de la propuesta de Raquel Ortiz. Según ella: “Si esto es una democracia no se puede permitir que los dogmas, ninguno, tengan las escuelas abiertas (…) Una y mil veces lo repetiremos, nada que objetar a que las religiones se practiquen en sus lugares de culto ya que tienen todo su derecho PERO NO EN LA ESCUELA”. Mi propuesta laica es diferente, y cumple con la Constitución. Y sobre todo es más respetuosa con niños y adolescentes, propicia un acervo cultural ampliado y, sin duda, es más útil y pragmática para que los dogmas, supersticiones, ritos, sermones, sacrificios, moralinas, mitologías, boatos, supercherías y milagros de todas las religiones vayan desapareciendo y den por fin paso a un mundo donde la paz, la razón y la auténtica ética, por fin, impere.
No se trata de que, como dice Raquel Ortiz, que la escuela se abra a la multireligiosidad porque “no nos engañemos, esto es lo de siempre pero con más religiones y la mayoritaria está encantada”. Tampoco se trata como el catedrático de física de La Sorbona López Campillo manifiesta, con certeza e ironía, en su libro “Curso de ateísmo” que: “La asignatura de religión implica sin duda la legalización de otras asignaturas alternativas para los hijos de padres no creyentes. La tolerancia constitucional obliga a ello y como lo más alterno que hay a la religión en el sentido de la colocación de las hojas en los tallos de las plantas es el ateísmo, pensamos que se regulará una asignatura de ateísmo que se inscribirá en el currículum académico del alumno”. Y por supuesto hay que esgrimir las decenas de argumentos contra las religiones y las centenares de contradicciones que ellas muestran. Como arguye el eminente biólogo Richard Dawkins: “Cuando una persona delira se le considera un enfermo; cuando el delirio lo sufren millones de personas se considera una religión”.
Impartir como asignatura aparte todas las creencias o ‘anticreencias’ es imposible. Se trata de que haya una asignatura para todos que explique asépticamente en qué consisten y qué proclaman las diez religiones más numerosas del planeta –dado que religiones ha habido y hay más de seis mil- (desde las prehistóricas o étnicas, las antiguas, las orientales y las religiones del libro con sus múltiples divisiones y subdivisiones). Se trata, también, que en esta asignatura se estudie, histórica y científicamente, el ateísmo, el agnosticismo y el panteísmo con todos los contraargumentos y refutaciones con que estas creencias o certidumbres han negado la existencia de uno o varios dioses y la existencia de la inmortalidad del hombre. Y viceversa, por supuesto. Obviamente nos ahorraríamos en la enseñanza de la religión católica a todos sus profesores –escogidos por los obispados pero pagados con los impuestos de todos incluidos los ateos- pues es de sentido común que esta asignatura, para que no sea sesgada o tendenciosa, la impartirían los profesores de Filosofía e Historia. Además desenmascararíamos las falsedades y manipulaciones que sobre grandes sabios se enseñan en los libros de religión. Por ejemplo que Einstein era creyente, cuando muy al contrario escribió en “Mi visión del mundo”: “Un Dios que recompense y castigue y que tenga una voluntad semejante a la nuestra me resulta imposible de imaginar. Tampoco quiero ni puedo pensar que el individuo sobreviva a su muerte corporal: que las almas débiles alimenten esos pensamientos o por un ridículo egoísmo”. Es decir que Einstein abrazaba un peculiar ‘panteísmo’ ante el misterio de la eternidad y matemática de la Vida. Cierto que una vez utilizó ante ello la palabra Dios- pero no era creyente, como en tantos colegios religiosos quieren inculcar. Poco antes de morir en 1955 Einstein escribió al filósofo Erik Gutkind que “la palabra Dios no es para mí más que la expresión y el producto de la debilidad humana (…) una encarnación supersticiosa como lo son todas las religiones y la Biblia”.
He citado a Einstein como podría citar a decenas de genios que no profesaron ninguna religión ni creyeron en Dios; pero son tantas las manipulaciones que desde la religión católica se hace al alumnado que denunciar esto es necesario. No obstante, el objeto de este artículo no es defender ni atacar con argumentos ninguna de las convicciones sobre el más allá, sino plantear unos presupuestos de justicia y ecuanimidad para que con dicha asignatura (“Religiones y laicismo” podría llamarse) se cumpliese a fondo, por fin, con el artículo 14 de la Convención de Derechos del Niño de 1989 que expresa “La LIBERTAD DE PENSAMIENTO, conciencia y religión del menor”. En la asignatura de Filosofía el alumnado no estudia las creencias o increencias religiosas, pero sí las concepciones del ser, la nada, la sociedad, el conocimiento, la ciencia, la verdad… (y todos van comprendiendo, analizando y escogiendo la que más le convence por contradictorias que sean: Wittgenstein o Heidegger, Hume o Kant, Descartes o Leibniz, Hegel o Marx, Platón o Aristóteles, Adorno y Habermas o Lyotard y Vattimo…) Esto es contraste de razonamientos y solo así nuestra especie puede aspirar a la paz del debate intersubjetivo racional. No así con la enseñanza de una sola religión para un alumnado desconocedor de otras alternativas.
No cabe duda que las religiones son un fenómeno universal y cultural de primer orden. Y la función de la escuela pública es enseñar lo universal. En cambio las religiones confesionales no lo son y por ello no deben tener cabida en asignatura aparte en la enseñanza. No nos oponemos a que en la familia o en los lugares de culto de cada religión adoctrinen a los niños según las convicciones de los padres, pero, como bien dice Raquel Ortiz, “la fe es la que se adquiere sin presiones y de manera voluntaria en los lugares de culto”. Esto implica inevitablemente que los niños y adolescentes conozcan desde un lugar neutral -la escuela-, y como justo respeto a ellos y contrapeso, las diferentes ideologías que sostienen las diversas religiones y otras creencias que niegan la trascendencia. Tengo la convicción de que es una estafa educativa ocultar que muchas religiones han provocado tremendas injusticias, guerras, torturas, autos de fe, asesinatos, cruzadas, abusos sexuales (pero todas las religiones monoteístas confesionales no informan de ello en sus libros de texto).
Es irrebatible que ninguna libertad de pensamiento puede obtener un niño si se le imbuye a la fuerza, cuando no tiene el entendimiento y el juicio formado, una sola religión y sus dogmas. Muchos pedagogos y psicólogos han considerado que en cuestiones tan serias –que afectan de raíz a lo emocional silenciando lo racional, la familia no puede negarse a que el Estado ofrezca a niños y adolescentes una asignatura de “Religiones y laicismo” para que amplíen un tema tan importante en el complejo y globalizado mundo de hoy. Es un tema que se estudia desde el punto de vista filosófico, antropológico, sociológico, pedagógico, ético o psicológico… y por expertos no creyentes también). Ya en 1899 el psicólogo E. D. Starbuck publicó el primer tratado de psicología de la religión en el que investigó las coincidencias entre la pubertad, la neurosis, la dementia precox y la conversión religiosa. Freud consideraba las creencias religiosas como proyecciones inconscientes de conflictos internos y que la religión habría nacido del sentimiento de culpa y el miedo a la muerte. En la última década numerosas investigaciones, como la del psicólogo de la Universidad de Chicago Jean Decety demostró que “los niños más altruistas vienen de familias ateas o no religiosas”. Otro hallazgo –que ya habían señalado investigaciones previas- fue que los menores criados en ambientes religiosos eran menos generosos pero más proclives a castigar. En 2013 un amplio estudio del sociólogo de la Universidad de Standford Robb Willer demostró con varios experimentos que la compasión llevaba a las personas no creyentes a ser más generosos, mientras que las creyentes fundamentan su generosidad, fundamentalmente, en sus dogmas, la identidad de grupo o la reputación. Otro psicólogo, Azim Shariff, de la Universidad de Oregón, repasó en la revista Science las investigaciones hechas al respecto del tema y concluyó que los creyentes introyectan una licencia moral por rezar por los demás: “si ya cubro el cupo de generosidad en mi parroquia, eso me exime de tener que ser altruista con desconocidos. Es un fallo mental particularmente interesante: se deshinibe el comportamiento egoísta y por lo tanto se es más propenso a tomar decisiones inmorales”. Expresado popularmente podríamos decir ante el sacramento de la confesión católica: “¡Que me quiten lo bailao!”
Con todas las excepciones a admirar, esa superioridad ética en que la religión católica se publicita como necesaria para mantener la moral y el buen comportamiento, la empatía ante el desfavorecido y la cohesión social, es a la luz de numerosas investigaciones, bastante cuestionable. Jürgen Habermas, el más influyente filósofo actual, plantea no imponer una ley sino proponer una teoría y una ética con aspiración universal. Una defensa de la democracia deliberativa y de los principios de la Ilustración y del Estado de Derecho hacia las bases normativas requeridas para configurar una esfera pública trasnacional. “En nuestra universidad no debería tener cabida una cátedra de teología” escribió Thomas Jefferson. Pero SÍ la historia comparada de las religiones, la historia del ateísmo, del agnosticismo, del panteísmo…y de las religiones sin Dios como el budismo o el jainismo. Todo ello nos llevaría a captar la espiritualidad más propia y profunda aunque estemos seguros que igual que venimos de la nada, volveremos a ella.
Cierto es que los alumnos, plenos de fe, por la gracia de Dios, escogerán a ese Dios católico que nos cargó con un pecado original que nadie ha cometido; que eligió a una persona inexistente –Adán- para crear a la mujer de su costilla; que obligó a quemar a Abraham, primer patriarca de Dios, a su hijo Isaac en la hoguera como sacrificio de redención; y que no tuvo otro remedio para salvarnos que crucificar y matar a su propio hijo Jesús. Estoy convencido que si hay una asignatura como la que propongo todo el mundo se hace católico. ¡No lo duden! Vuelvo a Jefferson: “Sacúdete de encima todos los temores de prejuicios tras los que se agazapan servilmente las mentes débiles. Sienta firmemente a la razón en su sitial y lleva a cada hecho ante su tribunal, a cada opinión. Cuestiónate con valor incluso la existencia de Dios; porque, si hubiera alguno, debería dar su beneplácito a quien rinde tributo a la razón antes que al miedo ciego”.
Por ello, Raquel Ortiz, coordinadora de Valencia Laica, estoy convencido de que la Conferencia Episcopal considerará más peligrosa mi propuesta que la suya. No hay que dejar –solo- a las familias y las parroquias el adoctrinamiento en una religión. Hay psicólogos que piensan que las creencias religiosas –que no el sentir individual místico o espiritual– acabarán en 2060. Raquel, no apuntas bien a la diana. Yo con mi teoría pedagógica de que haya una asignatura, llamémosla “Religiones y laicismos”, Solo contraponiendo los argumentos de religiones e increencias podremos conseguir formar un mundo en paz donde domine la lógica, la razón y el empirismo, en lugar de la tradición, la revelación o el dogma, y se abrirá paso al librepensamiento. Necesariamente, como dijo el gran pedagogo ateo John Dewey, hay que crear grupos de estudio y debate en el sistema educativo entre el alumnado sobre todas estas cuestiones.
Carles Marco