Benito Pérez Galdós (1843-1920) llegó a Madrid para matricularse en Derecho, permaneciendo aquí 58 años. Madrid tenía teatros, tertulias, cafés, Ateneo, periódicos y revistas. Desde Episodios nacionales no dejó de escribir novelas, artículos, dramas y ensayos.
Empezaba a escribir Jornalero de las cartas desde la salida del sol y hasta las diez. Luego, paseaba por las calles, atendía la vida bulliciosa de la ciudad y oía las conversaciones de la gente, obteniendo detalles para sus novelas. Leía a clásicos ingleses, españoles y rusos. Se acostaba pronto y se ganó el jornal publicando un centenar de novelas y 30 dramas.
El conservadurismo le achacaba no creer, aunque tenía fe en la democracia, la justicia, las verdades eternas y el ser humano (Hayward Keniston). No bastaba esto para el tradicionalismo católico. Era anticlerical.
Los poderes eclesiásticos utilizaban al ejército y a los caciques para mantener privilegios. Al cura Nazarín le considerarían un estrafalario loco. La misericordiosa Benina limosneaba para ayudar a su señora caída en desgracia. En Misericordia crea un lenguaje insuperable, con jugosos diálogos y Electra excitó los ánimos de los obispos: ver la obra era pecado mortal.
Sus ideas políticas (liberales, laicistas, republicanas) enervaron al tradicionalismo. «La educación es lo primero, y sin educación, ¿cómo quieren que haya caridad?», dice el ciego Pulido a don Carlos. Construye mujeres que apoyan la emancipación femenina.
Su vida sentimental tampoco convencía. No se casó, pero disfrutó del amor. Trató el adulterio en Realidad, contó la historia de una prostituta en La desheredada con gran naturalismo, dedicándosela «a los maestros de escuela».
Las capas influyentes rechazaron Episodios nacionales, crónica ingente, orgullo colectivo nacional. Impidieron concederle el Premio Nobel por política y envidia. Amó a España contra el oscurantismo: «¡Aún hace brotar lágrimas de mis ojos el amor sacro de la patria!