«Los obispos españoles no se sienten suficientemente cómodos en democracia». Juan José Tamayo no esquiva las afirmaciones contundentes. El teólogo publica La internacional del odio (Icaria), un libro en el que analiza los «cristoneofascismos», un término que utiliza para explicar «la alianza entre la extrema derecha política y los movimientos integristas cristianos, fundamentalistas, ultraconservadores, en alianza con el modelo liberal, con el apoyo de importantes sectores de la Iglesia católica y protestantes en América Latina». Y que han saltado el charco y se visibilizan en Europa con personajes como Matteo Salvini o los presidentes de Hungría y Polonia y, en España, con instituciones como HazteOír y partidos como VOX. Que, afirma Tamayo, cuentan con el respaldo silencioso de muchos obispos españoles.
¿De dónde viene ‘Cristoneofascista’?
El término viene de la teóloga Dorothee Sölle, que utiliza la expresión cristofascismo para hablar de las relaciones entre Hitler y las iglesias católicas y protestantes, que apoyaron de manera antievangélica al Fürher. Esa palabra fue la base para crear la expresión cristoneofascista para referirme a aquellas instituciones, fundamentalmente en Estados Unidos y América Latina, que apoyan a dirigentes políticos con actitudes claramente fascistas. El prefijo neo lo utilicé porque todos los neo y todos los post son peores que el original.
En el libro habla de Trump, Bolsonaro, Salvini, en España de Vox… ¿Estamos asistiendo a una nueva ola de políticos populistas de ultraderecha que están potenciándose sobre un factor religioso?
El fenómeno de Salvini es especialmente peculiar: ni siquiera está bautizado, pero en sus mítines lleva el crucifijo y el rosario, y con esos símbolos quiere legitimar cristianamente sus políticas antieconómicas, antimusulmanas, antiinmigrantes… Cada vez que intervenía, la Iglesia italiana le respondía, cosa que no observo de manera explícita en España. No veo a obispos que se desvinculen abiertamente de estos grupos de extrema derecha: Vox, Abogados Cristianos, Yunque…
¿Se ha asumido por parte del episcopado que los únicos católicos en política son ellos, y no quieren ‘ofenderlos’?
Dentro del episcopado hay tres grupos.. Uno, claramente anti-Francisco, que se identifica del todo con los planteamientos de Vox y de estas organizaciones. Son unos 12 ó 15 obispos, y algunos de ellos, los más osados, se atreven a expresar su apoyo sin reparo, como el obispo de Córdoba, el arzobispo de Oviedo o el cardenal Cañizares. El segundo grupo, el de los moderados, respeta los planteamientos del Papa pero no los aplica. Y hay un tercer grupo, más abierto, con tendencia dialogante. Pero ninguno de los tres ha hecho públicamente una descalificación de estos movimientos, que apelan a valores cristianos que no son los del Evangelio. Es necesaria una descalificación por la manipulación que se está haciendo de los valores cristianos.
¿Por qué la jerarquía española no da ese paso? ¿Es por miedo, conveniencia…?
No se sienten suficientemente cómodos en la democracia, y en la separación de religión y política. Hay una incomodidad en el modelo democrático, porque ha colocado el fenómeno de la religión en su sitio, pero ellos no lo aceptan, y se agarran al 16.3 de la Constitución.
¿España sigue siendo católica? Y si no, ¿por qué sigue siendo tan relevante? ¿Por qué los gobiernos no se atreven a tocar los Acuerdos Iglesia-Estado?
Hay una dualidad: de una parte está la sociedad, que yo creo que es la más secularizada de Europa. España es el quinto país del mundo con más ateos. La sociedad ya no se rige por los criterios morales de la Iglesia católica, y sin embargo nos encontramos con que la jerarquía católica se arroga la representación del catolicismo. Pero ojo: todos los partidos que han gobernado en democracia siguen manteniendo el reconocimiento de la legitimidad de la jerarquía católica, como la máxima representante de los cristianos.
De hecho, ni siquiera este Gobierno plantea la denuncia de los Acuerdos Iglesia-Estado…
Incluso este Gobierno de coalición, que se puede decir claramente que es de izquierda. Los Acuerdos de 1979 con la Santa Sede son el gran tapón, el pecado original de que hay que bautizar para construir un Estado laico. Y una prueba clarísima de que son un tapón es la ley Celaá, que sigue manteniendo la oferta obligatoria de la Religión en todas las escuelas y grados. Ese es el límite que hay que salvar: los acuerdos con la Iglesia católica, y los otros acuerdos con protestantes, judíos e Islam, que tienen una estructura similar. Los acuerdos de 1992, lejos de renunciar los privilegios que no tenían ninguno, querían exigir lo que tenía la Iglesia católica.
La ley Celaá ha provocado que algunos sectores católicos hayan vuelto a salir a la calle. Hemos visto, además, grupos negacionistas, antivacunas… También en en Italia y EEUU hay discursos parecidos. ¿Qué peligro tiene que estos movimientos se unan y que haya una ‘internacional cristoneofascista‘?
Es un enorme peligro, porque todas las propuestas que tienden a la igualdad en las relaciones de familia, a la superación de la situación dramática del cambio climático podrían sufrir un retroceso extraordinario. Lo estamos viendo en América Latina. En 15 años se ha pasado de gobiernos progresistas a grupos integristas que contribuyen a derrocar dirigentes políticos, como Dilma Rousseff o Evo Morales. Y, como sucede en Brasil, en la medida en que estos grupos cristianos apoyan a la extrema derecha, van a bloquear cualquier tipo de avance legal.
¿Cómo se puede hacer frente a esta ‘internacional del odio’, que ha conseguido que el mundo les considere ‘la voz’ de los cristianos en sus sociedades?
Hay que actuar. Los cristianos y las cristianas, las personas religiosas, tenemos que impedir que las religiones se utilicen como vehículos del odio que generan estos movimientos. No podemos permitir que abanderen la bandera de la vida (ellos defienden la vida antes del nacimiento y después de la muerte. Pero, ¿qué hacen para defender la vida de los sectores más amenazados?. Y lo mismo en otros terrenos: ese odio que se tiene a las personas migrantes, refugiados, a los desplazados… es un odio irracional.