Juan Antonio Martínez Camino, portavoz de la Conferencia Episcopal, acaba de amenazar a sus propios fieles a ser considerados herejes en caso de que no desaprueben el aborto. Hay que mencionarle al señor Martínez Camino que actualmente el aborto legal existe en España, y que por tanto, debería aclarar los términos de su chantaje, porque si la amenaza es contra el apoyo a cualquier forma de aborto, este avispado monseñor ha puesto a su propia organización en riesgo de perder millares de sus socios y de abandonar el privilegio de ser la primera organización religiosa en nuestro país.
Un gran error y problema al mismo tiempo de la Iglesia Católica es la percepción distorsionada que tiene de sí misma. Es un trastorno psicopático creerse que uno puede realmente volar o que tiene fuerza suficiente para atravesar el acero u otros superpoderes de los que no se disponen. Esto mismo, pero en otros términos, es lo que le ocurre a la Conferencia Episcopal, que estima el poder de influencia católico en España muchísimo, pero muchísimo mayor de lo que realmente es, por más que gran parte de la sociedad española se declare católica.
Pero ojo, la gran mayoría de las personas que se declaran católicas apostillan que no son practicantes. Y me pregunto: ¿un Católico que no práctica los ritos católicos no es en realidad un protestante? Porque claro, no es lo mismo ser católico que ser cristiano, y no es lo mismo ser católico por devoción que serlo por folklore. Esta mezcla del sentimiento folklórico con el religioso en España respecto al imaginario católico, lo aprovecha la Iglesia para creerse más influyente de lo que es. En este sentido, quieren obligar, en un país aconfesional, a que los crucifijos presidan edificios públicos cuando el Estado no les obliga a tener, por ejemplo, un ejemplar de la Constitución en los Sagrarios. Alegan que el crucifijo es un símbolo no ya religioso, sino de la civilización. Eso lo dicen ellos porque demuestran de una vez tanto un error brutal de autoconcepto como un desconocimiento profundo y sesgado de la historia, ya que Aristóteles, Platón, Kant, Descartes, Smith o Marx (entre otros muchos) sí que son referentes culturales comunes en toda la denominada civilización occidental, creencias religiosas y fronteras nacionales aparte.
Para más señas del poder real de estos señores, los templos católicos están cada vez más vacíos, y los jóvenes cada vez pasan más de la Iglesia Católica. Un ejemplo de esta pérdida de penetración social se ve muy claramente en el número decreciente de seminaristas y monjas españoles y en el crecimiento demográfico de municipios que han sido víctimas de la especulación urbanística, como por ejemplo Marbella. En esta localidad costasoleña, existen las mismas parroquias que en los años 70, habiéndose multiplicado su población por 6, y encima estas mismas parroquias no llegan ni a la mitad de su aforo. La muestra habla por sí misma.
Esta amenaza de los obispos católicos se puede explicar de varias formas: la primera es una explicación inocente, interpretando que se han vuelto ortodoxos, y que en un acto de coherencia ideológica, quieren que sus fieles sean consecuentes con su Comunión y se ciñan a la doctrina católica, como debería ser. Otra explicación, y reconozco que es un poquitín más remota, es que Martínez Camino es en realidad un infiltrado satánico cuya intención es menguar el poder social de la Iglesia y por tanto se decide a poner de patitas en la calle a no sé cuantos miles de sus socios y simpatizantes. La tercera explicación es una mezcla de las dos anteriores: se trataría de unos señores que cegados por su propia manera de pensar van a ser capaces de mermar su propio poder para que su Confesión sea más pura. La pérdida de poder es en realidad, si lo analizamos con perspectiva histórica, un acto completamente anticatólico.
En cualquiera de los tres casos, sería conveniente que esta amenaza se llevara a cabo, y que expulsasen a todos los católicos que no son católicos de verdad, es decir, a aquellos que no desaprueban el aborto, a aquellos que no se meten en la vida privada y de cama de los demás, a aquellos que no van a misa todos los domingos, y de paso a aquellos que votan izquierdas. De este modo la Iglesia Católica tendría a católicos de verdad como fieles, y por tanto, no podría presumir demagógicamente de contar con el 80% de la población española bautizada, y facilitaría, de este modo, el juego político de interpretar los contrapesos de fuerzas sociales a la hora de llevar a cabo reformas de cualquier tipo. Si la Iglesia no cumple su amenaza, estaría mintiendo y faltando a la verdad. Les recuerdo que no engañar es el octavo mandamiento.
Alfonso Cortés González es profesor de Comunicación Política y Publicidad en la Universidad de Málaga