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El arzobispo de Santiago contra la masonería en 1901

José María Martín de Herrera (1835-1922), arzobispo de Santiago, publicó en 1901, la Carta Pastoral sobre el protestantismo, liberalismo y masonismo. Los tres eran considerados como las plagas, “a manera de langosta”, que devastaban “la viña del Señor” e infectaban el “campo católico”. Mientras el protestantismo se oponía al magisterio de la Iglesia, el segundo cuestionaba su autoridad, el tercero, es decir, el masonismo se oponía las instituciones. Los tres supuestos enemigos de la Iglesia se entrelazaban y los tres reconocían un mismo origen, aunque, en su opinión, convenía tratarlos de forma separada.

Martín de Herrera destacó en el Arzobispado porque fue el inspirador del periódico Diario de Galicia, muy conservador e integrista.

En relación con la masonería, o el masonismo, el prelado consideraba que era el sistema doctrinal escogido para realizar los fines que perseguían los protestantes y liberales. Así pues, estaríamos hablando de una especie de coalición de poderes infernales contra las instituciones de la Iglesia, contra el culto y los sacramentos, contra la jerarquía de derecho divino y eclesiástico, el papado en su doble soberanía, es decir, la espiritual y la temporal, el celibato, las órdenes religiosas, la educación de la juventud, las obras de caridad, en fin, contra todo el catolicismo.

Los masones jurarían al ingresar en la “secta”, ya que para la Iglesia la masonería se consideraba como tal, que combatirían la superstición y el fanatismo, que nuestro autor asimilaba al catolicismo y sus instituciones. De ese modo, se consagrarían a intentar anular por todos los medios la labor de la Iglesia en todas las clases sociales y en todos los órdenes de la vida. Para ello, citaba al papa León XIII en su encíclica del 15 de octubre de 1890, donde especificaba que los masones, imbuidos del espíritu de Satanás, del que eran su instrumento, ardían en odio contra Jesucristo. Debemos recordar que esta encíclica estaba dirigida al clero y el pueblo de Italia, donde, siempre según el pontífice, la guerra entra la masonería y la religión se venía desarrollando con más fuerza, precisamente, porque Roma era el centro del catolicismo. La encíclica explicaba las distintas fases de ese combate: fin del poder civil de los papas, supresión de las órdenes religiosas, el intento de que los clérigos prestasen el servicio militar, confiscación del patrimonio eclesiástico, el establecimiento del laicismo por parte del Estado al borrar el carácter religioso y cristiano de la nación, la proclamación del matrimonio civil, y el laicismo en la enseñanza, todo con el fin de debilitar por todos los medios el catolicismo.

Esa encíclica, para el arzobispo de Santiago, contenía importantes enseñanzas y parecía oportuno recordarlas en la carta pastroal en un momento, según su opinión, de ataques a la Iglesia.

Las “sectas masónicas” se coaligaban en Francia, Portugal y España contra la libertad cristiana. Todo se entendía perfectamente si sabían las artes que empleaban dichas sectas para hacer la guerra a la Iglesia. Se hacía infiltrando el virus de la impiedad en los que tenían responsabilidades en la dirección de las cuestiones públicas, en los que tenían en sus manos los tres poderes del Estado, procurando apoderarse de las instituciones sociales, monopolizando la educación, la prensa y la administración pública.

Para el arzobispo Martín de Herrera en España no había predominio del clero en la cosa pública, pero es que tampoco habría “fanatismo de la derecha o de la izquierda”. Lo que había era el fanatismo sectario de las logias masónicas, maniobras masónicas, maquinaciones masónicas y manifestaciones masónicas con el fin de cumplir también órdenes masónicas que, además, eran recibidas desde el extranjero.

En el argumento antimasónico del arzobispo también tenían cabida los judíos, con lo que estaríamos en una versión del siempre citado “contubernio”, ya que explicaba que los “judíos y judaizantes, los nuevos escribas y fariseos” se reunían en las logias y las “traslogias” (un concepto muy querido e inventado por el integrismo) con el fin de decretar la desaparición de la religión, denunciando sus instituciones ante los poderes públicos como opuestas al progreso y la civilización. La masonería presentaba a las instituciones religiosas como invasoras de los derechos del Estado, usurpadoras de los bienes de la nación, y enemigas de lo público.

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