La familia italiana que consiguió ayer por parte de la Corte de Estrasburgo una sentencia a favor de retirar los crucifijos de las aulas públicas, no duda en hablar con los periodistas, aunque prefieren no ser fotografiados o grabados, «para evitar a los talibanes católicos». Massimo Albertin, es el padre de familia y el encargado de explicar el por qué de esta batalla legal contra el símbolo del catolicismo.
«Dicen que soy un fanático, pero es sólo una manera de dar la vuelta a la verdad», comentó a los medios Albertin, que de profesión es técnico de un laboratorio hospitalario. Sus hijos, por los que emprendió la batalla legal, ya son mayores de edad, tienen 19 y 21 años, y apoyan completamente la decisión de sus padres de llegar hasta el Tribunal de Derechos del Hombre, para defender «una elección de vida».
«Si yo en casa enseño a mis hijos que el hombre es hijo de la evolución, y después en el colegio un profesor dice que todos somos hijos de Dios, ese crucifijo que está en la pared le da más autoridad a él. Para mi es una injusticia», señaló Albertin, autor de la primera denuncia en 1992 contra los crucifijos. «Mi mujer firmó la última petición en Estrasburgo por recomendación de nuestro abogado, y ahora es ella la que se lleva los insultos en internet», comentó desolado.
La noticia de la decisión de Estrasburgo dio ayer la vuelta al mundo, por lo que en algunos foros de internet se abrieron páginas comentando el tema, llegando a aparecer calificativos despectivos hacia la mujer de Massimo por sus orígenes finlandeses. «No me importa, estoy contenta porque se trata de una sentencia jurídica y no filosófica que demuestra cómo el Estado italiano es todo, menos laico», comentó Soile Lautsi.
Esta familia lleva en la sangre el rechazo del catolicismo. El propio Massimo se volvió agnóstico en octubre, y forma parte de la Unión de Ateos y Agnósticos racionalistas. «Estamos convencidos de nuestra elección», concluyó mientras su hijo recordaba un episodio del colegio: «cuando llegaron las primeras denuncias, los chicos del colegio nos llamaban ateos de m…. por lo que acabamos siempre peleándonos».