Hay temas que forman parte de las rutinas colectivas: periódicamente los destaca la actualidad, dividen a la opinión pú- blica y entre los ciudadanos unos están dispuestos a volver a la guerra civil, mientras que otros, partidarios siempre de la tolerancia, confiesan lo que piensan. Sin alterarse, declaran: "Gracias a Dios, en casa somos todos ateos". Llegados a este punto, optan todos por el silencio y pueden pasar 30 años sin que la intolerancia reaparezca… Pero el embrollo volverá y se perderá la oportunidad de consolidar una convivencia de respeto al pensamiento ajeno. Sería muy hermosa la hermandad del que cree en Dios con el que se aconseja con Satán.
Ahora se vive una de esas discrepancias. En este extraño 2008 tenía que ser. Un juez de Valladolid ha hecho pública una sentencia del juzgado contencioso administrativo que manda retirar el crucifijo de un colegio público. La noticia ha recorrido la península en unas horas y ha sido acogida con división de opiniones. Primero se han escuchado exclamaciones escandalizadas de que "Dios no lo quiere" y "para eso no hicieron la guerra nuestros abuelos", y a continuación han reiterado su postura los partidarios de que al crucifijo se le dediquen las iglesias enteras, pues la escuela es de todos y no cabe dividirla en porciones. Y alguno de los discrepantes de la uniformidad ha añadido que "gracias a Dios, la sociedad lo entenderá así algún día". Pero este día puede tardar años en llegar. La justicia es lenta, y en recursos y contrarrecursos puede transcurrir una eternidad. El tema está crispado por una de las partes, pues la decisión judicial ha sido calificada de "indecencia".
Sería bueno ganar tiempo, y para ello lo mejor sería que el cardenal Rouco no interviniera.