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Beirut, víctima del sectarismo y la injerencia extranjera

Manifestaciones en Beirut pidiendo la remoción del gobierno y el cambio del sistema de poder. EFE-EPA-Nabil Mounzer

Uno de los principales desaciertos del acuerdo fue el reparto del poder en virtud de las pertenencias religiosas y confesionales que a lo largo de tres décadas ha sido una de las causas importantes de la corrupción política y económica del país.

La única tabla de salvación del Líbano sería un gobierno civil y laico alejado del sectarismo religioso que está detrás de la destrucción del país.

La explosión del Puerto de Beirut el 4 de agosto de 2020 no es sino un episodio más de una serie de acontecimientos sanguinarios que suceden en el país de los cedros desde hace décadas. El reparto del poder en virtud de las pertenencias religiosas y confesionales ha tenido un efecto dramático para el país y ha fomentado la corrupción y el clientelismo en la clase política libanesa. Añadiendo a todo esto, la injerencia de países como Siria e Irán y otras potencias extranjeras en los asuntos propios del país y los crímenes sistemáticos que comete Israel en el territorio del Líbano, han llevado al país árabe al borde de la extinción.

Durante décadas la prensa árabe catalogaba a Beirut como la París del Levante  y al Líbano como la Suiza de Oriente. Beirut hasta la Guerra civil (1975-1990) era el símbolo de la libertad, modernidad, belleza y referencia de la cultura y del arte. Los libros que se publicaban en esta ciudad inundaban los países árabes del Golfo al Océano y gracias a las editoriales beirutíes millones de árabes han podido leer a autores emblemáticos como Mahfuz, Qabbani, al-Bayati o a Nazik al-Malaika. También a autores universales traducidos al árabe como Gorky, Hemingway o García Márquez. Muchos árabes aún repiten el famoso dicho: “El Cairo redacta, Beirut publica y Bagdad lee”. La capital libanesa fue también el refugio de muchos artistas árabes que sufrían en sus países presión política o social: las galerías de arte de la ciudad estaban abiertas para sus pinturas y exposiciones. Lo mismo se puede decir de la música: las canciones de Fayruz y de Wadi’ al-Safi, se oían en las emisoras y canales televisivos árabes cada día y el teatro lírico de la familia Rahbani era el entretenimiento por excelencia para millones de telespectadores.

Combatientes de la Falange libanesa Kata’ib en los primeros momentos de la guerra civil de 1975-1989 (foto: Éditions Trebia)

La contienda que empezó en abril de 1975 enfrentó a los libaneses en una guerra político-religiosa en la que participaron los grupos y partidos de carácter confesional con la intervención de fuerzas regionales e internacionales. Intervinieron en el conflicto grupos y partidos locales, además de la Organización de Liberación Palestina, Siria, Irán, Israel y EEUU. Los asesinatos, secuestros y matanzas formaron parte del escenario de la guerra durante quince años, provocando la muerte de alrededor de 150 mil personas, 17 mil desaparecidos y casi un millón de desplazados. Como consecuencia, el Líbano fue arrasado, aumentó la influencia de Siria en el país con la entrada de su ejército en el territorio libanés y apareció Hezbullah. Los contrincantes convirtieron el Líbano en escenario de lucha y ajuste de cuentas. Los asesinatos políticos se sucedieron avivando los enfrentamientos. Pareciera que el destino de este país va unido a este tipo de acciones criminales. Ya en el mes de julio de 1951 el presidente del Gobierno Riyad al-Sulh fue asesinado en Jordania. Durante los años del conflicto, el presidente del partido Progresista y Socialista Kamal Yumblat fue víctima de un atentado en marzo de 1977. Sus seguidores acusaron a Siria de estar detrás de este hecho. En junio de 1978 el ministro Tony Frangia y varios miembros de su familia murieron como consecuencia de un ataque perpetrado por el partido cristiano Kata’ib. En septiembre de 1982 el presidente electo del Líbano Bashir al-Yumayil fue víctima de una explosión cometida supuestamente por milicias cercanas a Siria. En junio de 1987 una bomba colocada en el helicóptero del presidente del Gobierno Rashid Karami acabó con su vida, del cual fue acusado Samir Ya’ya’, líder de las Fuerzas Libanesas que fue condenado a muerte y después la pena fue rebajada a cadena perpetua y trabajos forzados. En mayo de 1989 el muftí de la República, el jeque Hasan Khalid perdió la vida, consecuencia de un artefacto que estalló al paso de su vehículo. En noviembre de 1989 el presidente electo Reneh Muawwad encontró la muerte poco después de ocupar su cargo al estallar un artefacto al paso de su comitiva a su regreso al palacio presidencial de una celebración por la independencia del país.

En plena guerra civil, Israel invadió el Líbano (junio 1982) en una operación denominada “Paz para Galilea”. Líbano por completo se convirtió en frente de guerra entre fuerzas libanesas, la Organización para la Liberación de Palestina, Siria e Israel. El ejército israelí con la colaboración de milicianos cristianos libaneses (Kata’ib) cometió algunas de las matanzas más terroríficas de la historia como las de Sabrá y Chatila donde fueron masacrados a sangre fría más de 3000 civiles entre ellos muchas mujeres y niños. Después de más de dos meses de asedio de Beirut por el ejército israelí, la Organización para la Liberación de Palestina fue forzada a abandonar el Líbano con destino a Túnez en agosto de 1982.

18 de septiembre de 1982: familiares de las víctimas de la matanza de los campos de Sabra y Chatila reconocen los cadáveres (foto: Marc Simon)

El acuerdo de Taif (octubre 1989) puso fin a la Guerra Civil libanesa. Estableció la paridad de representación entre musulmanes y cristianos en la Cámara de Diputados y otorgó nuevas atribuciones al primer ministro convirtiendo el país en una república parlamentaria. Uno de los principales desaciertos del acuerdo fue el reparto del poder en virtud de las pertenencias religiosas y confesionales que a lo largo de tres décadas ha sido una de las causas importantes de la corrupción política y económica del país. El acuerdo consolidó el carácter sectario del gobierno libanés: el presidente de la república debería ser cristiano maronita; el primer ministro musulmán suní y el jefe del parlamento musulmán chií.

Acabado el conflicto, y a pesar de la inestabilidad política y social los libaneses comenzaron a construir su país que con el esfuerzo de los ciudadanos intentó volver a ser lo que era décadas atrás. Pero la corrupción administrativa y económica causada por el sectarismo religioso y confesional y la influencia de Siria cuyo ejército no salió hasta el año 2005, hicieron que las condiciones de vida del ciudadano libanés fueran cada vez peor por la falta de los servicios básicos, el deterioro de la economía y el enfrentamiento político entre los diferentes grupos y partidos.

El 14 de febrero de 2005 Líbano vivió un auténtico terremoto político: el primer ministro Rafik Hariri fue asesinado por un coche bomba junto a 21 personas más entre, políticos, guardaespaldas y fuerzas del orden. El dedo acusador se dirigió de inmediato a Hezbollah y a Siria. Un suicida había detonado su furgoneta con 2000 kilos de explosivos justo al pasar el coche de Hariri que regresaba del Congreso de los Diputados. La justicia libanesa acusó a cuatros miembros de Hezbollah de estar detrás del atentado, pero el partido rechazó las acusaciones y se opuso a la entrega de los acusados a la justicia. Fue un choque tremendo que crispó aún más la situación política y provocó mayor deterioro en las relaciones entre los partidos políticos. Hariri, a pesar de tener algunos adversarios como Hezbollah y el gobierno de Siria, fue reconocido por sus grandes esfuerzos para la reconstrucción del Líbano. Una de las posibles causas de su asesinato era que él estaba preparando formar parte de una alianza contraria a Damasco para las elecciones parlamentaria que iban a celebrarse poco después. Muchos intuían que algo grave iba a ocurrir: a comienzos del mes de febrero, Hariri había recibido una advertencia de su amigo Jacques Chirac, presidente de la República francesa que le aconsejaba que tuviera cuidado en sus movimientos. Incluso el enviado de la ONU para el Líbano Teri Roed-Larsen le había comunicado a Hariri la misma preocupación. Además, en octubre de 2004 el exministro Marwan Hamada, amigo personal de Hariri había sido objeto de un atentado que muchos observadores consideraron como un aviso al primer ministro.

El atentado que causó la muerte del primer ministro Rafik Hariri el 14 de febrero de 2005 (foto: AP)

El Consejo de Seguridad de la ONU creó en 2007 el Tribunal Especial para el Líbano con sede en la Haya a petición de las autoridades libanesas para investigar el asesinato del ex primer ministro Hariri. En su veredicto del 18 de agosto de 2020, dicho tribunal encontró culpable a uno de los cuatro miembros de Hezbollah implicados en el asesinato del político.

Se sucedieron las manifestaciones en las ciudades libanesas por el asesinato de Hariri que causaron la caída del Gobierno de Omar Karami cercano a Damasco. El lugar del atentado se convirtió en una pequeña plaza donde colocaron una antorcha metálica y una estatua de Hariri.

El 14 de marzo de 2005 cientos de miles de libaneses salieron a la calle pidiendo la marcha de las tropas sirias del país que un mes más tarde tuvieron que abandonar el Líbano. Hezbollah, aliado de Siria había convocado el 8 de marzo una manifestación bajo el eslogan “Día de lealtad a Siria” en la que participaron también cientos de miles de manifestantes. Desde entonces la sociedad libanesa se ha dividido de nuevo entre los partidarios de las “fuerzas del 14 de marzo” contraria a Siria y las “fuerzas del 8 de marzo” favorables al gobierno de Damasco.

El deterioro de los servicios básicos ha sido cada vez más evidente hasta nuestros días. La crisis de la basura que empezó en 2006 con miles de toneladas de deshechos en las calles de las principales ciudades libanesas particularmente la capital, hizo que cientos de miles de ciudadanos salieran a las calles en protesta contra la clase política que se mostraba incapaz de resolver este problema sanitario. El efecto de esta crisis se manifestó claramente en el aumento del número de enfermos por problemas respiratorios que colapsaron los hospitales. Quince años después el problema de la basura sigue sin tener una solución satisfactoria.

Policía lanzando granadas de gas lacrimógeno contra manifestantes en Beirut durante las protestas iniciadas en octubre de 2019 ( foto: Nabil-20 Minutos)

Desde hace años Líbano sufre también del precario servicio de electricidad que se interrumpe varias horas al día. Los responsables atribuyen el problema a la falta de divisas y la caída de la lira libanesa que ha perdido hasta ahora el 80% de su valor frente al dólar. Pero los ciudadanos achacan el problema a los intereses económicos de los encargados acusados de buscar beneficios propios por medio de la privatización de los servicios públicos. Se añaden a esto otros problemas que afectan a la vida diaria de los libaneses como las dificultades que sufre el suministro del pan y los medicamentos. En los últimos años los libaneses vienen quejándose de la ausencia de medicinas fabricadas por laboratorios conocidos internacionalmente y sustituidas por otras procedentes de Irán que carecen de fiabilidad.

El último y demoledor episodio del Líbano ha sido la explosión del Puerto de Beirut. El 4 de agosto de 2020 una gigantesca explosión sacudió la ciudad de Beirut causada por 2750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas en los hangares del puerto de la capital. La explosión provocó cerca de 200 muertos, 6500 heridos y decenas de desparecidos. De forma espontánea decenas de miles de ciudadanos salieron a las calles de las principales ciudades pidiendo responsabilidad al gobierno de Hassan Diab. Varios ministros (de Información y de Medio Ambiente) dimitieron y al final lo hizo también el jefe del gobierno Diab, alegando que “los sistemas de corrupción en el Líbano son más grandes que el Estado”.

El puerto de Beirut antes y des pues de la explosión del 4 de agosto de 2020

Desde el mes de octubre de 2019, los libaneses han salido a diario a las calles y plazas en protesta contra la corrupción y la falta de servicios básicos, la pobreza y el paro. Existe medio millón de desempleados, el 37% de ellos son egresados universitarios. En más de una ocasión estas manifestaciones fueron reprimidas por las fuerzas del orden y por miembros de Hezbollah utilizando palos y armas blancas en la persecución de los manifestantes.

Líbano es un Estado fallido por culpa de Hezbollah. Es una frase repetida por muchos observadores. Este partido con su brazo armado forma una especie de Estado dentro de otro Estado. Es más, Hezbollah, financiado por Irán, supera en su poder militar y su estructura la capacidad de la propia nomenclatura de la administración oficial. Sus tentáculos han penetrado en cada una de las células del cuerpo del Estado libanés.

Antes de la Revolución Islámica (1979), las relaciones entre Irán y el Líbano eran insignificantes. Jomeini, artífice del cambio, habló con claridad de la exportación de la revolución a los países vecinos con población chií. Líbano en aquellos años estaba sumergido en la guerra civil y la influencia iraní no le llegó hasta el año 1982 cuando se creó Hezbollah por un grupo de clérigos chiíes apoyados por los ayatolas iraníes. Su creación fue una respuesta a la invasión israelí del Líbano. La presentación oficial del partido se hizo en 1985 con sus líderes que se declararon fieles al régimen de Teherán basado en el sistema de Wilayat Faqih (Gobierno del jurisconsulto). En 1992 Abbas al-Musawi, secretario general del partido fue asesinado por Israel y le sucedió Hasan Nasrallah. En 1988 Hezbollah entró en enfrentamiento con el grupo chií Amal apoyado por Damasco y se erigió como el verdadero representante de la población chií del Líbano. Durante años las actividades de Hezbollah se limitaron a los asuntos cotidianos de sus seguidores de la confesión chií, pero a raíz del Acuerdo de Taif de 1990 el partido empezó a participar activamente en la política. Con la llegada de Nasrallah a la secretaría general del partido en 1992, se potenció la influencia iraní en el partido, pero también consiguió el apoyo del gobierno sirio. Su poder se incrementó notablemente sobre todo por su lucha contra la presencia de las tropas israelíes en el territorio libanés que tuvieron que abandonar el Líbano en el año 2000. En julio de 2006 agentes del partido secuestraron a soldados israelíes, operación que fue la causa de nuevos enfrentamientos entre Hezbollah y el ejército de Israel. El conflicto provocó cientos de muertos, cientos de miles de desplazados y la destrucción de la infraestructura de muchas ciudades del sur y del este del Líbano. Las estimaciones más optimistas hablan de 1200 muertos y 4400 heridos de la parte libanesa y 180 muertos israelíes.

19 de agosto de 2006: el suburbio de Haret Hreik en Beirut, bombardeado por la aviación de Israel (foto: Marco Di Lauro/Getty Images)

En 2013 Hezbollah reconoció oficialmente su apoyo al régimen sirio de al-Asad y en febrero de 2015 Arabia Saudí decidió interrumpir la ayuda económica al Líbano como castigo por la política de Hezbollah que favorece al régimen de Irán y daña los intereses del Líbano y su entorno árabe.

Nasrallah, líder del partido, nunca ocultó su fuerte relación con los ayatolas de Irán. Es más, en diferentes ocasiones reconoció desde la pantalla de al-Manar, canal televisivo del partido, que los sueldos de los miembros de Hezbollah y sus armas se financian desde Teherán. Sus vínculos con la Guardia Revolucionaria iraní son de sobra conocidos. Qasem Soleimani, líder de las Fuerzas de al-Quds, asesinado en enero de 2020 en Bagdad por EEUU, regresaba de uno de sus numerosos viajes del Líbano, donde sus agentes apoyan, financian e instruyen a miembros de Hezbollah. Este partido instaló una estatua en memoria del general iraní en Maroun El Ras en el sur del Líbano y ha sido llorado públicamente por el mismo Nasrallah.

Desfile de Hizbula en Beirut, 12 de octubre de 2006 (foto: Anwar Amro/AFP)

Desde que Hezbollah se puso al lado del régimen sirio e iraní, los episodios de asesinatos no cesaron en el Líbano y en casi todos, la sospecha recae sobre este partido y sus líderes. En junio de 2005 el periodista Samir Qasir fue asesinado por ser un firme crítico del gobierno sirio. Días después el exsecretario general del Partido Comunista Libanés George Hawi fue asesinado por mostrarse cercano a las Fuerzas del 14 de marzo contrarias a las interferencias de Siria en el Líbano. En septiembre del mismo año, la periodista May Chidiac sufrió un atentado que le causó la perdida de una pierna y un brazo. La lista se alarga con periodistas, ministros, parlamentarios y altos funcionarios de los servicios de inteligencia.

Los actos terroristas del partido no se han limitado al país de origen sino han alcanzado a otros países vecinos como Iraq y Yemen. Sus turbios negocios (drogas, armas y emigración ilegal) han alcanzado a otros países fuera del mundo árabe por lo que ha sido calificado como una organización terrorista. Es considerado así por EEUU, Canadá, Reino Unido, Holanda, Israel, Kosovo, Argentina, Colombia, Honduras, Guatemala, además, del Consejo de Cooperación del Golfo y la Liga de los Estados Árabes.

Por otro lado, se puede apreciar un gran paralelismo entre Líbano e Iraq. Ambos viven el peligro de los explosivos y las armas almacenados por las milicias en las ciudades en medio de su población. Las milicias proiraníes en Iraq y al-Hashd al-Sha’bi (Fuerzas de Movilización Popular) están a la espera de la reacción de Hezbollah para actuar a continuación. Líbano, al igual que Iraq, ha sido saqueado por la clase política corrupta y ha caído en manos de la Guardia Revolucionaria iraní que ha avivado los enfrentamientos sectarios entre suníes y chiíes.

Pancartas con la imagen de Nabih Berri (líder de Amal) y Sayyed Hassan Nasrallah (líder de Hezbolá) en Beirut, 4 de mayo de 2018 (imagen: blogs.lse.ac.uk/mec)

Hezbollah se ha apoderado del Líbano con la excusa de ser la fuerza de la resistencia contra Israel, pero la realidad ha demostrado que solo le ha traído ruina y destrucción a su país. Las pretensiones iraníes de defender la causa palestina no es más que un falso argumento, porque el objetivo real de sus líderes es servir a su proyecto sectario chií que pretende expandir su dominio en la región.

Libaneses e iraquíes viven hoy día el mismo drama de la pérdida de su patria, víctima de la corrupción y el saqueo económico. Ambos experimentan una revolución popular que reclama cambios estructurales profundos en la política, una nueva ley electoral alejada de las cuotas sectarias y confesionales y exigen acabar con la clase política actual. Los libaneses llevan años reclamando el desarme de Hezbollah, la única milicia armada en el Líbano sin conseguirlo. Piden que se convierta en un partido político como los demás y que el ejército nacional sea el único depositario de armas. Lo mismo solicitan los iraquíes a las milicias, pero sin éxito.

Macron, el presidente de Francia, en su visita al Líbano tres días después de la explosión del puerto de Beirut propuso a los libaneses formar un nuevo gobierno de unidad y de reforma. Pero no se sabe si ha sugerido el desarme de Hezbollah que es el problema nuclear del país. El presidente francés sabe bien que la única tabla de salvación del Líbano sería un gobierno civil y laico alejado del sectarismo religioso que está detrás de la destrucción del país.

Emmanuel Macron durante su visita a Beirut el 6 de agosto de 2020, tras la explosión del puerto (foto: Thibault Camus / POOL / AFP)

Cabe destacar por otro lado, que el Líbano a pesar de ser un pequeño país se ha conocido en la historia moderna por sus grandes oleadas de emigración. A finales del siglo XIX y comienzos del XX, decenas de miles de libaneses fueron a las dos américas provistos de documentos otomanos. Aún se les conoce como “turcos” y así aparecen en numerosas obras literarias como las novelas de García Márquez. En la actualidad forman importantes colectividades en países como Argentina, México, Brasil o Venezuela. Varios de ellos han llegado a ocupar cargos políticos importantes como Miche Temer, expresidente de Brasil, o han prosperado en el mundo de la economía como Carlos Slim y también en el ámbito de la cultura y el arte como Yibrán Jalil Yibrán, Mijail Nuaima, Salma Hayek y Shakira. En la actualidad, en total, casi 10 millones de libaneses contribuyen con sus conocimientos económicos, científicos, comerciales, culturales y artísticos al desarrollo de los países latinoamericanos desde hace más de 130 años.

Waleed Saleh.      Profesor titular de Estudios árabes e islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid,   traductor jurado y autor, entre otras obras, de «El ala radical del Islam. El islam político, realidad y ficción» (Siglo XXI, 2007, 2ª ed.).

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