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En el número 24 de la calle de Miguel Íscar se inauguró la escuela laica el 25 de marzo de 1886. / ARCHIVO MUNICIPAL

La primera escuela laica de Valladolid

Siete obreros de la sociedad librepensadora ‘La Luz de Castilla’ impulsaron en 1886, en la calle Miguel Íscar, el primer centro de instrucción que desafiaba al catolicismo

La inauguración traspasó las fronteras provinciales porque muchos pensaban que republicanos y librepensadores no tenían nada que hacer en tierras castellanas. Era el 25 de marzo de 1886 cuando la prensa más progresista de España, liderada por ‘Las Dominicales del Libre Pensamiento’, se hacía eco de «la importancia que las doctrinas librepensadoras han adquirido de algún tiempo a esta parte en la capital de la vieja Castilla».

Sembrada la semilla durante la Gloriosa Revolución de 1868, fue sin embargo en la primera década de la Restauración de la Monarquía borbónica cuando republicanos, ácratas y obreros de inclinación socialista consiguieron afianzar en Valladolid fórmulas de enseñanza radicalmente laica para, desafiando la preeminencia de la Iglesia católica, avanzar hacia lo que consideraban la meta emancipadora del ser humano.

Las tendencias obreristas, imbricadas en el republicanismo y el anarquismo, desarrollaron una intensa actividad intelectual mediante casinos y ateneos, promovieron la prensa librepensadora y centraron gran parte de sus esfuerzos en la educación laica como medio de emancipación y difusión de su proyecto socio-político. El objetivo principal era, además de combatir el analfabetismo, educar desde el laicismo y el racionalismo plantando cara a una Iglesia católica acostumbrada a monopolizar la enseñanza, especialmente la primaria.

Los primeros pasos los dieron el médico republicano Lucas Guerra, «decano de la democracia castellana», el periódico ‘El 11 de febrero’ y una representación de los obreros más comprometidos. Fueron precisamente «siete modestísimos trabajadores», reunidos a principios de 1886, quienes constituyeron la Junta Directiva. Enseguida recibieron el aliento del famoso pedagogo laicista, librepensador y ex escolapio Bartolomé Gabarró, que el 25 de marzo de 1886 vino a Valladolid desde Cataluña para inaugurar la primera escuela laica de la ciudad, promovida por la sociedad ‘La Luz de Castilla’.

Asistieron aquel día 300 socios y 70 niños de ambos sexos. El local, ubicado en el número 24 de la calle de Miguel Íscar, era «espacioso y bien acondicionado». Sucesivas reuniones entre finales de marzo y principios de abril de 1886, en las que participaron «varios ilustrados obreros» y personalidades tan conocidas dentro del republicanismo local como el citado Lucas Guerra, Manuel García Molina-Martell y Cordón, terminaron por conformar el cuadro de profesores. Entre estos últimos figuraban, como miembros más representativos, Narciso Durán, Eugenia Marqués y Nicolás Astudillo, que enseguida sería nombrado director del centro.

Pocos días después ya figuraban 225 alumnos en las aulas, que serían 300 en mayo. Especialistas como Luis P. Martín han documentado la participación de la masonería en esta primera escuela laica vallisoletana, que no tardaría en recibir los ataques de la jerarquía y la prensa católicas. A modo de ejemplo, pocos días después de la inauguración, un periódico integrista tildaba de «infernal aprendizaje» el dispensado a los niños por ‘La Luz de Castilla’, pues no sólo les hurtaba la enseñanza de la religión católica, sino que «se les inocula el virus de la impiedad, imbuyéndolos en la más deletéreas máximas y hasta haciendo pedazos en su presencia el Santo Catecismo».

Furibundos ataques a los que ‘La Luz de Castilla’ no tardaría en responder: además de desmentir tamañas acusaciones, recordaría que los religiosos «trabajan sin descanso por infiltrar en la juventud doctrinas contrarias a la libertad de pensar y raciocinar (sic), como lo hacen también desde el púlpito los que se llaman representantes del Dios de la paz y que incesantemente predican la guerra». La polémica llegó también al Ayuntamiento de Valladolid, al hacerse pública, en 1909, una subvención concedida a la escuela laica. Los concejales católicos no dudaron en reprobar al equipo de gobierno, que se defendió señalando que la enseñanza dispensada en aquel centro no era, ni mucho menos, inmoral.

La respuesta de los librepensadores fue tajante: «No terminaremos esta ligera reseña sin ocuparnos de la guerra sin cuartel y de la más o menos encubierta oposición que se hace al nuevo centro. Del pulpito y el confesonario se ha abusado en estos días a la perfección en contra nuestra; la nota de inmorales es acaso la más suave de las que nos han propinado los que, por ser parte interesada, no tienen ciertamente gran autoridad para erigirse en jueces de nuestra conducta; orador de los que llaman sagrados ha habido que ha calificado de granujas a los libre-pensadores, a falta sin duda de otras razones que oponer a sus argumentos. La injuria y la calumnia se explotan en todas las formas posibles, atribuyendo a la Escuela laica el uso de catecismos que nadie más que los impostores conocen, censurando la música y la letra de las canciones que los niños entonan, sin tomarse por cierto los calumniadores la molestia de visitar el Centro y convencerse de lo muy diferente que es la enseñanza que los alumnos reciben de la que los modernos fariseos les dicen».

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