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Las Iglesias reformadas vivieron un período de revitalización en el siglo XIX gracias al auge de la burguesía en los países donde había triunfado la Reforma en su día. Tenemos que tener en cuenta que el protestantismo defendía que los bienes terrenales habían sido concedidos por Dios y su abundancia era testimonio de la bendición divina. Los fieles protestantes se debían dedicar a no despilfarrar esos bienes concedidos por Dios y a abstenerse de cultivar los placeres terrenales porque apartaban al hombre de su destino eterno. Eso era el puritanismo. Esos valores del ahorro y de la continencia coincidían, en gran medida, con los de la burguesía.
En Inglaterra, fue muy activo el metodismo, un movimiento surgido en el siglo XVIII, dedicado a la evangelización de las clases populares.
En el seno del protestantismo surgieron, además, especialmente en Estados Unidos, grupos disidentes: cuáqueros, testigos de Jehová, mormones, etc.. Todos estos grupos se caracterizaron desde sus comienzos por la fuerte unión de sus miembros y por su especial dedicación a obras benéficas y asistenciales.
La Iglesia ortodoxa más importante era la rusa porque había heredado el papel rector los ortodoxos desde el final del Imperio Bizantino, aunque los patriarcas de Jerusalén, Antioquía, Alejandría y Moscú fueran considerados iguales. Pero todos menos el ruso estaban en territorios musulmanes, por lo que el de Moscú era considerado la máxima autoridad.
La Iglesia ortodoxa rusa fue convertida en una institución del Estado por Pedro I el Grande en el siglo anterior, pero durante el siglo XIX apareció en Rusia una minoría intelectual, destacando el escritor Tolstói, que pretendió la emancipación religiosa del poder absoluto del zar, negando la necesidad de los sacerdotes y de los sacramentos, insistiendo en una vía más espiritual y privada de la religión.