Escribo para contestar al artículo aparecido en Diario de Sevilla (20 de mayo de 2019) Laicidad y laicismo en la Universidad de Sevilla del profesor Eduardo Ferrer Albelda de la Universidad de Sevilla. No es representativo de la pluralidad de opiniones que existen en mi casa de estudios y tampoco en la sociedad actual. El artículo hace referencia a la noticia aparecida en Diario de Sevilla sobre la denuncia a la Universidad de Sevilla por parte de UNI Laica por acoger misas, pregones y procesiones religiosas.
En lo que a mí concierne, como profesor de la Universidad de Sevilla, me llama la atención la misa realizada al inicio de curso (29 de septiembre y 3 de octubre de 2018) en la Facultad de Geografía e Historia por parte de las autoridades universitarias y el capellán-director del Servicio de Asistencia Religiosa.
De entrada, en una universidad todo puede ser materia de debate. El objetivo es confrontar las ideas y debatir de manera civilizada. Y qué bueno que el debate sobre la laicidad vuelve al espacio público. En lugar de hablar de una misa deberíamos estar hablando de lo interesante de una conferencia realizada en la Facultad sobre el catolicismo hoy, la religión, un seminario de historia de las religiones como dice que ha organizado el profesor Ferrer Albelda –señalando que ‘nunca se han censurado las intervenciones’ (¡faltaría más!)– o una conferencia sobre ateísmo. Incluso hasta es aceptable la conferencia inaugural del curso 2018-2019 por parte del decano de la Facultad de Geografía e Historia que tuvo lugar en la Casa de Hermandad sobre El viaje de Don Fadrique Enríquez de Ribera. Quinientos años de la génesis del Vía Crucis en Sevilla. El problema es que esta ultima conferencia iba acompañada de una eucaristía. Porque una misa ya es otra cosa. En lugar de hablar de ciencia se habla de fe. Y esto es delicado. Una misa no es un debate, es una práctica religiosa.
Las autoridades universitarias pueden vivir su fe como quieran en el marco de su vida privada, son libres para ello. Pero en nombre de la libertad de todos, incluido los no católicos, ateos o agnósticos, este tipo de actos no deben tener lugar en una universidad pública. Un rector o un funcionario con responsabilidades en la universidad debe hacer promoción de la ciencia, no de sus creencias. No vale el argumento: “Es que es sólo una misa”, porque ello pondría en cuestión el carácter laico de la universidad y del Estado español, constitucionalmente aconfesional. Estos eventos institucionales, con misa incluida, son vistos como un servicio religioso y como actos de proselitismo, no como un acto académico en nombre de la ciencia. Y es obvio que son un reflejo de la realidad de este país, en el cual la Iglesia Católica sigue siendo un poder fáctico.
David Lagunas. Dpto. de Antropología Social/Instituto de Estudios sobre América Latina. Universidad de Sevilla.