Los millones de personas anónimas, todas las instituciones, todos los jefes de Estado y de gobierno, todas las personalidades políticas, intelectuales y mediáticas, todos los dignatarios religiosos que, esta semana, han proclamado “Yo soy Charlie” deben saber que eso también quiere decir: “Yo soy la laicidad[1]” (Editorial de Charlie Hebdo después del atentado: nº 1178, 14 de enero de 2014).
En 1997 ETA secuestró y asesinó al concejal del PP Miguel Ángel Blanco. Las manifestaciones pidiendo su liberación y posteriormente condenando su asesinato fueron de las más masivas que ha habido en nuestra historia reciente. Veinte años antes, en 1977, la gente también se echó a la calle de forma masiva, entonces fue en repulsa por la masacre de Atocha y de solidaridad con las víctimas: unos abogados laboralistas y comunistas asesinados por la extrema-derecha. Dos crímenes de signo totalmente distinto que movieron a gran parte de este país a salir a las calles a identificarse con las víctimas y condenar a sus verdugos.
El caso similar más reciente es el de “Je suis Charlie”, eslogan con el que personas de todo el mundo se identifican con las víctimas del atentado de París en el que unos yihadistas han asesinado cobardemente al director y los trabajadores del semanario satírico francés de izquierdas Charlie Hebdo. ¿Significa esto que todos los que son Charlie son de izquierdas? ¿Que a todos ellos les gusta ese semanario y su línea editorial? ¿Que les parecen graciosas sus caricaturas? ¿Todos los que protestaban en 1977 eran comunistas? ¿Todos ellos querían ver al PCE gobernando España? Los de 1997: ¿eran todos del PP? ¿Estaban de acuerdo con el gobierno de Aznar de entonces? La respuesta en todos los casos es: no. ¿Cómo es posible? Si uno no es comunista: ¿qué hace protestando contra los atentados de Atocha? Si no es del PP, ¿qué hace condenando el atentado en Ermua? Si no le gustan las caricaturas de Charlie Hebdo: ¿por qué dice que es Charlie?
De hecho, varios autores de extrema-izquierda[2] han intentado justificar que ellos no son Charlie con textos llamados así precisamente. Algunos son los de José Antonio Gutiérrez, Gilbert Rémond y Carlo Frabetti. Voy a intentar responder a los tres y, por extensión, en general, explicar por qué sí soy Charlie. En parte es una continuación o complemento a lo que ya escribí en “Charlie Hedbo, laicismo y el tercer mandamiento”.
El gran reto de la modernidad, y la gran aportación ilustrada (y en gran parte históricamente francesa) es el laicismo como forma de convivencia en la diversidad, de lograr al mismo tiempo la cohesión y el pluralismo interno, rechazando la mitología de la pertenencia y la exclusión. El laicismo se fundamenta en la libertad de conciencia. En tanto que libertad de conciencia, el laicismo parte del pluralismo: de la pluralidad de conciencias individuales y distintas, inevitablemente heterogéneas. Pero ¿cómo pueden convivir conciencias tan dispares y distintas, algunas diametralmente contrapuestas, como los creyentes y los ateos, por ejemplo? El laicismo encuentra la clave en la propia libertad de conciencia. La expresión “libertad de conciencia” tiene dos términos unidos por la preposición “de”. Conciencia remite a los contenidos de cada conciencia individual: a sus ideas, pensamientos, opiniones, creencias…, que irremediablemente son distintos de unas personas a otras. En ese sentido apunta al pluralismo, a la diversidad, a la diferencia. Libertad indica las condiciones de posibilidad para que esos contenidos de la conciencia sean libres, qué es lo que permite que cada cual pueda pensar, opinar, creer lo que quiera o lo que mejor le parezca. Y, en ese sentido, señala a la unidad, a la cohesión, porque indica las condiciones para que toda conciencia, cualquier conciencia, la de cada uno, pueda ser libre independientemente de sus contenidos particulares. Eso es lo que une y cohesiona a todos: que las condiciones que permiten mi libertad de conciencia son las mismas que las que permiten la libertad de conciencia de los demás. Que esas condiciones no son ateas, agnósticas, cristianas, budistas, comunistas, anarquistas, liberales, étnicas…, pero sí que permiten al mismo tiempo y de igual forma la libertad de conciencia para los ateos, agnósticos, cristianos, budistas, comunistas, etc. Son las normas jurídicas y políticas que permiten la libertad de conciencia de todos, de cualquiera: no de la mayoría, no de una parte, no de un grupo, sino de todos y cada uno; ni siquiera de todos los presentes, sino de todos, incluso los potenciales (de las generaciones futuras, de quienes pudieran pensar otra cosa aunque ahora mismo no haya ninguno). De esta forma, cualquiera puede identificarse con otro a pesar de ser distintos, incluso radicalmente distintos (ateos-creyentes, liberales-comunistas…), en tanto que comparten las mismas condiciones de posibilidad de su libertad de conciencia. Si, por el contrario, esas condiciones fueran mejores para unos que para otros, la identificación y el reconocimiento recíproco no serían posibles, y eso sí fragmentaría y rompería la unidad. Si algún grupo pretendiera unir a la sociedad en base a sus propios contenidos de conciencia (en base a una religión o una característica étnica que considere fundamental, p. e.), o darles privilegios, inevitablemente estaría rompiendo los lazos que pudieran unirle con los demás, en tanto que los estaría excluyendo o discriminando.
Para poder establecer esas condiciones de posibilidad de la libertad de conciencia que garanticen la libertad de conciencia (las condiciones comunes de libertad para todas las conciencias diferentes) es necesaria la perspectiva universal, transcendental, lo que nos remite a la filosofía y a ir más allá de lo dado, de lo empírico, de lo fáctico o de hecho. La laicidad no piensa cómo garantizar la libertad de los cristianos, de los musulmanes, de los ateos, de las mujeres o de los indígenas, sino de todos ellos y de todos los que pudieran venir. No se trata de renunciar a la propia pertenencia (a la comunidad de origen o electiva a la que quiera pertenecer cada uno: étnica, política, religiosa…) sino a ser capaz de transcenderla a la hora de establecer un orden en común que permita la convivencia de todos los individuos que las componen. Se trata –como recuerda muchas veces Peña-Ruíz- de establecer la igualdad y el derecho a la diferencia, pero no la diferencia de derechos. Y para eso el laicismo establece la distinción entre el ámbito público de la política en el que producen las leyes que permiten precisamente esa libertad de conciencia, y cuya perspectiva es universal, y por otro lado el ámbito privado de la libertad de conciencia, estableciendo así ese derecho como un derecho individual, fundamental e inalienable, que debe ser protegido de toda injerencia, manipulación o vulneración por parte de Estados, religiones, grupos de presión, étnicos o particulares.
Nótese que todo lo anterior se mueve en el plano de la teoría. En su realización práctica las cosas no son tan sencillas. La teoría laicista también se ha utilizado de excusa para falsos universalismos, para discriminar en nombre de la “verdadera” humanidad, de la “razón” o del “progreso”, para colonizar, explotar y oprimir a pueblos e individuos. Todo eso es cierto, y tanto José Antonio Gutiérrez como Gilbert Rémond y Carlo Frabetti lo señalan en sus textos. Pero una cosa es señalar las perversiones de una buena idea, y otra calificar de perversa a la propia idea. Esas críticas sirven para depurar y mejorar la construcción del laicismo[3], pero no para abandonarlo como proyecto. Puede que el laicismo no sea la solución definitiva de todos los males, de hecho tampoco lo pretende. Seguramente se quede corto a la hora de combatir las injusticias y haga falta ser algo más que laicista para eso. Pero lo que está claro es que no podemos ser menos que laicistas[4]. De ahí que no me parezca justificada la caracterización que Gutiérrez hace del laicismo francés como “bobo-secularismo afrancesado, que erige a la sagrada “République” en una diosa”. Incurre en la misma falacia del hombre de paja de quienes hablan de la anarquía como mero caos o del comunismo como si no fuera más que gulag.
Las distinciones realizadas más arriba permiten entender entonces lo que significa Je suis Charlie. Al identificarme con las víctimas de un ataque a los derechos garantizados por la laicidad de las instituciones, no me identifico con su conciencia particular sino con su libertad de conciencia en tanto que también es la mía. Pues, al atacarle, han hecho un ataque a la víctima de una forma particular, pero también universal, pues han atacado a las condiciones de posibilidad de su libertad que son también las mías y las de todos. Por eso me identifico con esa víctima. La clave está en la perspectiva: cuando me identifico con Charlie Hebdo no me identifico necesariamente con sus viñetas ni con su línea editorial, puede incluso que ni me guste esa revista ni lo que dice ni cómo lo dice. Es más, me podría resultar hasta repugnante. Pero aún así me identifico con Charlie Hebdo en su ejercicio de la libertad de expresión (de su conciencia: de las de sus dibujantes) porque transciendo el contenido concreto de esa conciencia hasta la libertad que la posibilita. Y que es lo universal con lo que me identifico a través de ese ejemplo particular. No es la injusticia hacia Charlie Hebdo en concreto lo que me indigna exactamente (que también, pero podría no serlo) sino el ataque a la laicidad, la libertad de conciencia y de expresión que representa esa injusticia. Exactamente por la misma razón por la que me indigna el muro de la vergüenza en Palestina, el racismo policial en EEUU o la homofobia en Irán: no hace falta que sea palestino ni negro ni homosexual para identificarme con esas víctimas. Igual que no es necesario ser del PP o comunista para identificarse con Miguel Ángel Blanco o las víctimas de Atocha.
La identificación con la víctima concreta es una forma de decir que te indigna tanto lo que le han hecho a la víctima, que te parece tan grave la injusticia sufrida, que puedes casi “sentirlo” como si tú fueras la víctima y por eso dices “yo soy (la víctima)” aunque de hecho ni lo eres ni puedes serlo literalmente, pero por un momento te unes tanto al dolor de la víctima que es como si fueras ella, por lo menos metafóricamente. Quien solo se fija en los contenidos de la conciencia pero no en la libertad que los posibilita es corto de miras y yerra totalmente al interpretar lo que significa Je suis Charlie. Remarcar la diferencia (lo que les impide esa identificación ni tan siquiera momentánea, metafórica) es una forma de replegarse tanto en la propia identidad o ideas que les impide llegar a “sentir” el dolor (la injusticia) del otro en su propia “piel”. Por el contrario, el “yo soy…” expresa esa apertura al otro, ese ponerse en su lugar, sentir lo que él, y eso exige un momento de distanciamiento de uno mismo, de mis propias ideas, de lo que me distingue, para suavizarlo, relajarlo y ser crítico con mí mismo, lo que sirve de ejercicio antidogmático: estoy en contra de esas viñetas pero no tanto como para no “co-sentir” (com-pasión) la injusticia de las víctimas y sentirme por un momento como ellas. Según eso, solo sería legítimo, o por lo menos no sería hipócrita, quien solamente se identificara con las víctimas con quienes comparte los mismos contenidos de conciencia. ¿Implica eso que hay que identificarse con todo el mundo? No, por supuesto. En EEUU me identifico con las víctimas del racismo policial, no con los policías racistas. Con quién no me identifico es con el verdugo, con el censor, con quien ataca la libertad que permite que las conciencias sean libres, que son los únicos que no caben en una República laica.
Pensemos otros ejemplos. Salvador Puig Antich, el joven anarquista condenado a muerte en el garrote vil en 1974. ¿Hay que ser anarquista para reprobar su juicio, condena y asesinato? ¿Hace falta estar de acuerdo con los robos que hacía? No, basta con estar del lado del derecho a un juicio justo, que fue lo que no tuvo Puig Antich[5]. Otro ejemplo: las condenas a muerte en EEUU. Muchos de los reos son auténticos criminales, verdaderos monstruos morales cuyos crímenes son horrendos. Aún así, siempre hay manifestantes el día de sus ejecuciones protestando contra su pena de muerte. ¿Esos manifestantes quieren excusar a los criminales?, ¿están de acuerdo con lo que han hecho?, ¿no les parece suficientemente grave?, ¿acaso no piensan en sus víctimas? Nada de eso: rechazan sus actos, abominan de lo que han hecho, pero defienden el derecho a la vida y contra la pena de muerte. Hay más ejemplos: el cierre de Egin; tampoco hace falta ser vasco, ni independentista ni estar a favor de ETA para oponerse. Que es, formalmente, el mismo argumento de Gutiérrez, Rémond o Frabetti pero empleado por el PP para criminalizar a quienes se oponen a la represión en el País Vasco: considerar que quien se identifica con Egin para defender la prensa libre es de ETA o independentista necesariamente. ¿Acaso el millón de personas que se han manifestado en París estaban a favor del colonialismo, el racismo y todas las maldades de las que Gutiérrez, Rémond o Frabetti[6] acusan a Charlie Hebdo?
Último ejemplo: Noam Chomsky. Su trayectoria anarquista es de sobra conocida. Sin embargo, por lo menos en dos ocasiones ha defendido el derecho de los negacionistas del holocausto judío a expresar sus ideas, a pesar de su posición total y radicalmente contraria al negacionismo. Un caso fue el del Ernst Zundel, el otro el de Robert Faurisson. Curiosamente, Chomsky criticaba a quienes se rasgaban las vestiduras ante el caso Rushdie pero no ante el caso Zundel, diciendo al respecto:
“Aquí todo el mundo puso el grito en el cielo cuando el caso Rushdie, pero nadie levantó un dedo cuando realmente unos años antes se aplicó esa misma ley para enviar a prisión a una persona durante quince meses. (…) una especie de neonazi que escribió un panfleto de distribución privada en el que afirmaba que no hubo cámaras de gas, ni Holocausto y demás. Y fue incriminado en virtud de la misma ley que impedía la entrada del libro de Rushdie. Su nombre es Ernst Zundel (…). No se dio el caso de que Susan Sontag [escritora norteamericana] se levantase en público diciendo: “Yo soy Ernst Zundel”, y cosas así. La cuestión es que uno defiende la libertad de expresión cuando esa expresión le gusta a uno (…) pero cuando se trata de un caso en el que a nadie le gusta lo que se dice, la defensa de la libertad de expresión desaparece”[7].
José Antonio Gutiérrez, Gilbert Rémond y Carlo Frabetti explican los motivos por los que no les gusta Charlie Hebdo. Critican las condiciones reales en las que se realiza la libertad de expresión, cómo los más poderosos son quienes, de hecho, gozan de esa libertad mucho más que los demás, cómo bajo su excusa lo que difunden es ideología, según ellos colonialista y racista, y cómo la revista sería cómplice de todo eso. Critican la hipocresía de quienes venden armas y promueven conflictos al tiempo que dicen Je suis Charlie. Puede que hasta lleven razón, por lo menos en parte, aunque no lo comparto por muchos otros motivos. Pero aún cuando llevaran razón, todo eso serían motivos para no comprar esa revista, para no leerla, y hasta para criticarla con toda la dureza dialéctica que hiciera falta. Pero nada de eso es motivo para no identificarse con las víctimas de los yihadistas por ejercer su libertad de expresión, y contra la violencia religiosa como forma de venganza contra la blasfemia. ¿Acaso no es mucho mayor la distancia que separa al anarquista Chomsky de los negacionistas neo-nazis que la que pueda separar a Gutiérrez, Rémond y Frabetti de Charlie Hebdo, y aún así Chomsky está dispuesto a defender la libertad de expresión de esos neo-nazis? Yo mismo no defendería a unos negacionistas[8], pero entiendo la postura de Chomsky, y más siendo un anarquista que tiene la libertad como valor fundamental. Pero aunque no estoy de acuerdo con las opiniones de Gutiérrez, Gilbert o Frabetti, si censuraran sus opiniones o unos yihadistas (o fascistas, que viene a ser lo mismo) les atacaran, yo sí diría que soy José Antonio y que soy Gilbert y que soy Carlo. Porque quiero que puedan expresar sus opiniones aún sin compartirlas, porque puedo reconocer y reconocerme en una víctima aunque no tengamos la misma conciencia. Por eso yo sí voy a gritar muy fuerte: Je suis Charlie!
Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
Andrés Carmona Campo. Licenciado en Filosofía y Antropología Social y Cultural. Profesor de Filosofía en un Instituto de Enseñanza Secundaria.
[1] Les millions de personnes anonymes, toutes les institutions, tous les chefs d’Etat et de gouvenement, toutes les personnalités politiques, intellectuelles et médiatiques, tous les dignitaires religieux qui, cette semaine, ont proclamé “Je suis Charlie” doivent savoir que ça veut aussie dire: “Je suis la laïcité”.
Y más arriba aclaraba el propio editorial: “No la laicidad positiva, no la laicidad inclusiva, no la laicidad-no-sé-qué, la laicidad sin más”. (Pas la laïcité positive, pas la laïcité inclusive, pas la laïcité-je-ne-sais-quoi, la laïcité point final).
[2] Me refiero a ellos como de extrema-izquierda para distinguirlos de las principales organizaciones de izquierda que sí se han identificado con Charlie Hebdo y han manifestado su solidaridad con las víctimas, la condena sin ambages de los atentados y su defensa de la libertad de expresión. En Francia el Partido Comunista Francés ha utilizado el lema Je suis Charlie y ha participado activamente en las movilizaciones populares; también la CNT francesa. En España, Izquierda Unida participó en la manifestación de París, y tanto el Partido Comunista de España como los sindicatos anarquistas CNT y CGT se han expresado en la misma línea. En Europa, el Partido de la Izquierda Europea ha mantenido también la misma posición.
[3] En este sentido son muy oportunas, por ejemplo, las críticas feministas que han señalado los sesgos androcéntricos del laicismo en su construcción histórica, y que sirven para depurarlo de ellas e incluir a las mujeres como sujetos de pleno derecho en el orden laico, pero que no suponen una renuncia al proyecto laicista sino que lo enriquecen. Distinto es cierto autodenominado “feminismo” de salón posmoderno, de corte comunitarista, anti-ilustrado y relativista, cuyo valor para la emancipación de las mujeres es más que dudoso (por decirlo suavemente).
[4] Es interesante en este punto releer La cuestión judía de Karl Marx, en tanto que podría considerarse una crítica desde un punto de vista de clase al laicismo. Marx viene a responder a Bauer que la emancipación política (más o menos, el laicismo) no es suficiente para la liberación humana plena, la cual solo será posible superando el capitalismo por el socialismo. Que no sea suficiente, no quiere decir que no sea necesaria. Marx piensa más allá del laicismo, pero en ningún caso pretende algo menos que el laicismo. De hecho, las constituciones soviéticas incluyeron artículos laicistas sobre la libertad de conciencia, la separación de Estado y religión, y la laicidad de las escuelas. Por ejemplo, el art. 13 de la Constitución de 1918 y el 124 de la de 1936 establecen: “A fin de garantizar a los ciudadanos la libertad de conciencia, la Iglesia en la URSS está separada del Estado, y la escuela, de la Iglesia. Se reconoce a todos los ciudadanos la libertad de culto y la libertad de propaganda antirreligiosa”. La Constitución de 1977 viene a decir lo mismo en el art. 52: “Citizens of the USSR are guaranteed freedom of conscience, that is, the right to profess or not to profess any religion, and to conduct religious worship or atheistic propaganda. Incitement of hostility or hatred on religious grounds is prohibited. In the USSR, the church is separated from the state, and the school from the church”. Otra cosa sería el debate sobre si la propia URSS respetó ese laicismo de sus textos constitucionales, pero estar estaba.
[5] Sobre el caso Puig Antich es sumamente recomendable el reciente libro de Gutmaro Gómez: Puig Antich: La transición inacabada (Taurus, 2014). También es interesante por cuanto, pese a la injusticia de su caso, la reacción en contra no fue suficientemente fuerte, o por lo menos fue bastante menor que la que se dio ante el “proceso 1001” un año antes. En cualquier caso, lo importante es que entonces no hacía falta simpatizar ni con el anarquismo de Puig Antich ni con el sindicalismo de CCOO para identificarse con todos ellos, igual que no hace falta estar de acuerdo con Charlie Hebdo para identificarse con la revista en la defensa de la libertad de expresión.
[6] ¿Merecen, acaso, el insulto de Frabetti cuando se refiere a ellos como “estúpidos” al decir: ““yo no soy Charlie, como rezan las estúpidas pancartas esgrimidas por los estúpidos manifestantes franceses”?
[7] Chomsky, Noam (2002). Noam Chomsky: Obra esencial. Barcelona: Crítica, pág. 325. Chomsky está hablando de Canadá, que en virtud de una misma ley contra el odio prohibió el libro de Zundel y meses después el de Rushdie. Chomsky también dice que cuando el Boston Globe protestó por la censura contra Rushdie, él les remitió un editorial del mismo periódico en el que elogiaban la condena de Zundel, y cómo el periódico no le contestó ante esa muestra de doble rasero ante la libertad de expresión.
[8] Realmente sí que defendería a un negacionista si su negacionismo fuera puramente intelectual, es decir, si su negacionismo realmente fuera una hipótesis que según él explicara los hechos relativos a lo que llamamos el Holocausto mejor que otras hipótesis y se sometiera honradamente al método científico para comprobarlo. Pero exactamente igual que defendería a un creacionista que sinceramente pensara que su creacionismo explica mejor que el evolucionismo los hechos biológicos. Sin embargo, tampoco soy estúpido, y no puedo hacerme el tonto ante otro hecho: que tanto el negacionismo como el creacionismo son pseudociencias construidas conscientemente para falsear los hechos, evitar el método científico y justificar políticas nazis y fundamentalismos religiosos. Por eso no los defendería, porque me sentiría utilizado para una causa perversa con la excusa de la libertad de expresión. En el caso de Charlie Hebdo es que no creo que realmente las víctimas de los yihadistas fueran racistas y colonialistas que quisieran difundir ese racismo y colonialismo a través de sus viñetas, es que realmente pienso que eran trabajadores que hacían uso de su libertad de expresión, me guste más o menos lo que expresaban o cómo lo hacían.