Que el Estado aporte siempre dinero extra de todos los ciudadanos –este año unos 14 millones de euros, además de los 130 que se recaudarán con el 0,52%– envenena la relacion Iglesia-Estado. La propina molesta a los laicos y humilla a los obispos, que se sienten atacados y sujetos a presiones.
El pacto es razonable. El Estado entregará a la Iglesia no el voluntario 0,52% del IRPF, sino el 0,7%, un aumento generoso, de casi el 50%. A cambio, el Estado no hará ningún pago extra, sin contar evidentemente las subvenciones a los colegios religiosos concertados, las organizaciones benéficas como Cáritas, el sueldo de los profesores de religión… La Iglesia verá, pues, aumentar sensiblemente sus ingresos siempre que no caiga el número de españoles que marcan la casilla. En 11 años, de 1993 al 2004, el porcentaje de estos ciudadanos ha bajado del 43% al 33%. Ello deberá inclinar a los obispos a la prudencia, ya que es sabido que maximalismos y plataformas como la Cope irritan a muchos católicos.
¿Por qué Aznar, en ocho largos años, no arregló el problema? ¿Para tener un instrumento de presión? ¿Por qué lo ha hecho Rodríguez Zapatero, que ha tenido graves enfrentamientos con la Iglesia? ¿Por convicción de que en un Estado aconfesional los pagos discrecionales no tienen sentido? En parte. Pero también por cálculo. Desde que ganó las elecciones, Zapatero –para que no le pasara lo que a González, que gobernó en el centro, se separó de parte de su base social y quedó debilitado ante los obuses de la derecha– ha exhibido sus señas de identidad de izquierdas: Irak, matrimonio homosexual, negociación con ETA… La consecuencia es que arrasa en el electorado progresista mientras que Rajoy –tributario de la extrema derecha del PP– pierde puntos en el moderado.
Pero la radicalidad de Zapatero –jaleada por el conglomerado mediático de la derecha– le cierra el avance en el electorado de derechas e incluso de centro. Y la distancia actual del PSOE sobre el PP, con la economía viento en popa a toda vela, es casi idéntica a la de las elecciones del 2004. Zapatero debe aumentar su ventaja si quiere estar al abrigo de sorpresas. El acercamiento al electorado católico tradicional demostrando que, diferencias aparte, actúa con más buena fe que Aznar es una apuesta. El riesgo es que, al contentar a los obispos, discrimine a otras confesiones.