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Yihadismo individual, un conflicto sin salida

El brote de yihadismo individual apunta por fin a una contienda interminable, en el curso de la cual conviene evitar, tanto la confusión entre yihadismo e islam, como el olvido de que el yihadismo se nutre de las fuentes islámicas

En un ensayo publicado por el Instituto Elcano en 2005, a raíz del atentado de Londres, planteé de modo provocativo que nos encontrábamos ante una guerra mundial de nuevo tipo, declarada por el terrorismo de Al Qaeda. A diferencia de los conflictos anteriores, se trataba de una contienda sin frentes, armas convencionales ni batallas en campo abierto. Ni siquiera las acciones bélicas se desarrollaban con una cierta continuidad. Sin embargo, era una guerra en la medida que uno de los contendientes estaba dispuesto a mantener la lucha armada hasta la victoria total sobre el adversario, por encima de cuantas derrotas parciales pudiera sufrir. Su fuerza no residía en la acumulación de medios ni en la presencia de importantes intereses económicos, sino en la fe inquebrantable en una doctrina religiosa que, según los promotores del yihadismo, marcaba para los creyentes el deber de incorporarse a la lucha “en la vía de Alá”. Ciertamente muchos no seguirían esa senda, pero con más de 1.000 millones de musulmanes dispersos por el mundo y gracias a la globalización de las comunicaciones, estaba garantizada la posibilidad de contar con buen número de potenciales combatientes.

Faltaba la estrategia, una vez experimentadas la transitoria derrota de Afganistán y la eficacia de los nuevos controles de seguridad internacionales para prevenir los atentados del tipo 11-S, 11-M y 7-J. Estaba también cercana la comprobación de que la “guerra contra el terrorismo” puesta en marcha por Bush suponía incurrir en tremendos, criminales errores (Irak) y en vulneración sistemática de los derechos humanos (Guantánamo), con costes de legitimidad e imagen ante el mundo musulmán muy superiores a las discutibles ganancias obtenidas. Era, pues, cuestión de proceder a un exhaustivo balance de las experiencias recientes y determinar a partir de ahí el complejo de formas de acción susceptibles de golpear con eficacia creciente al enemigo de Alá, Occidente. Siempre desde una rigurosa atención a los fundamentos religiosos de las tácticas a adoptar. Es lo que vino a aportar el Llamamiento a la resistencia islámica global del sirio Mustafá Setmarián, de actualidad por la forma de los recientes atentados de Boston, Londres y París, que parecen augurar una nueva etapa de yihadismo. De encontrarse libre Setmarian, responderían a la aplicación estricta de sus prescripciones.

En 2006 asumí la tarea de realizar una traducción española del Llamamiento, complementando la labor técnica una experta profesora hispano-egipcia. La barrera de las 1.600 páginas fue suficiente para hacernos desistir pronto de la empresa, pero la simple lectura de lo traducido permitía apreciar la conjunción de una firmeza en los principios y la designación de los fines, con una sistematicidad casi agobiante al desglosar las perspectivas de la acción.

El mejor especialista en Setmarian, Brynjar Lia, acertó así a calificarle de “arquitecto de la yihad global”, lo mismo que al recordar los dos versículos coránicos que sirven de pilares a su propuesta: el 8-60, único en el cual aparece explícitamente nombrado el terror, sirviéndose de las armas “para aterrorizar a los enemigos de Alá y tuyos”; y el 9-46, una amonestación a no dejar de lado los preparativos para hacer aquello que es necesario. La autoeducación es así un deber del nuevo yihadista, sin entrenamiento en campos militares. Además, la biografía del enviado cuenta con reiterados episodios donde destaca la práctica individual de la yihad, con fines que hoy calificaríamos de terroristas.

El marco es tradicional: yihad globalizada y agresividad máxima frente al enemigo para “aterrorizar” a ese Occidente caracterizado por sus crímenes y prepotencia. La revisión concierne al desplazamiento desde la organización al sistema, donde la actuación terrorista, por ejemplo de pequeñas células o de individuos, surge de compartir el impulso hacia la acción y la determinación a la hora de ponerla en práctica. Asumir, decidir, actuar. Cualquier creyente, o grupo de creyentes, puede convertirse en yihadista, sin que ello suponga que es un marginado o un perverso. De ahí la estupidez de los reportajes en que amigos de un terrorista destacan sus bondades personales. El nuevo mártir es además un desconocido, lo cual dificulta enormemente la prevención del atentado, e incrementa luego su impacto en la opinión.

La primavera árabe no eliminó a Al Qaeda, como algunos pensaron, sobre todo al verse destruidas las primeras expectativas, dramáticamente en Libia y Siria, amen de la eclosión del salafismo, próximo en sentimientos e ideas al yihadismo. En Túnez, el equilibrio inestable entre islamistas moderados y salafíes violentos, tolerados hasta ayer, ha dejado ya un balance de múltiples agresiones. El empeoramiento de la situación económica favorece la política salafí de palo y caridad. Otras esperanzas, poco sensatas, sobre un tránsito a la democracia en Irán, empujado por la revolución verde de 2009, se vieron desmentidas. El jomeinismo sigue encapsulado e interviene mediante Hezbolá en Siria.

El brote de yihadismo individual apunta por fin a una contienda interminable, en el curso de la cual conviene evitar, tanto la confusión entre yihadismo e islam, como el olvido de que el yihadismo se nutre de las fuentes islámicas. Frente a la autoeducación de Setmarian, la formación de los jóvenes musulmanes en Occidente debe evitar la formación de guetos radicales.

Antonio Elorza es catedrático de Ciencias Políticas.

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