En trascendidos nacionales aún llegan los ecos del VI Encuentro Mundial de las Familias celebrado en la capital de nuestro país hace dos semanas y lo que más pega es la intervención del presidente panista Felipe Calderón, quien no solamente se olvidó de la historia de México ¿la conoce?, de su juramento, de la Constitución y de su investidura, cuando con el fervor religioso palpitándole en las sienes presumió su formación académica dada por los hermanos maristas, los misioneros del Espíritu Santo y las hermanas del Verbo Encarnado, como egresado de la confesional Escuela Libre de Derecho, institución de influencia monacal. Además agradeció a las Carmelitas que forman a sus hijas. Un exceso político innecesario, absurdo, ofensivo y por demás oportunista.
Lo anterior, en boca del titular del ejecutivo federal de un estado laico, como es la República Mexicana, es grave, muy grave. Se le olvidó al panista que es un representante popular, que es el presidente de todos los mexicanos, incluyendo a los que no votaron por él, a los que no son católicos y a los que no comulgan con sus ideas. Se le olvidó que en esa suprema condición él, más que ningún otro mexicano, desde que protestó, se obligó a despojarse de actitudes personales, por lo menos hasta el último día de su mando, hasta que deje de ser el presidente de los Estados Unidos Mexicanos. El presidente Felipe Calderón violó flagrantemente nuestra Carta Magna a la que juró cumplir y hacer cumplir y en la que claramente se postula a una nación sin credos desde el poder, que defiende a la educación laica y la laicidad de sus instituciones creadas en ese espíritu, entendiendo que laicidad, no es antireligiosidad. Laicidad es simple y llanamente el respeto a todas las creencias, es la separación Iglesia y Estado.
La mayoría de los mexicanos tenemos presente, desde por lo menos la primaria, que no vivimos en un estado religioso, ni tenemos una religión oficial; está claro que mucha sangre ha costado llegar a esa condición ciudadana, de derechos civiles, de tolerancia a lo diferente, de respeto a los demás en su condición humana; opuesto a lo que sí sucede en otras latitudes como en Inglaterra, cuyo dogma es anglicano o en oriente donde son islámicos, musulmanes y antisemitas; fanatismos que si se nos olvida han provocado las tantas guerras “santas” o como en los Estados Unidos donde el rito tradicional es de que los presidentes juramenten con la Biblia bajo su mano, de profundo significado, es una razón moral, es hablar con la verdad, ése es el principio de toda religión sin ser un pueblo mayoritariamente católico, pero son respetuosos de sus tradiciones y aunque la mayoría de los presidentes de Estados Unidos no han sido católicos, incluyendo a Obama que es Cristiano. Lo cual también es muy respetable.
La religión de los mandatarios es muy respetable y están en libertad y derecho de ejercerla, sí, pero en lo privado, en lo personal y no con la investidura, ni usar el atril propiedad de la nación, y el lábaro patrio para que lo usen los jerarcas de alguna iglesia, pues fue diseñado con el escudo nacional y es usado -legalmente – para que desde ahí hablen sólo los titulares de los Poderes de la Unión. Hemos tenido presidentes católicos de toda su vida como Benito Juárez, pero que desde la presidencia no tuvo empacho en acotar el exagerado poder de la iglesia católica, ni en quitarle las atribuciones en lo que consideró que era en bien de la República, aunque lo consideraran ateo; incluso Díaz escondió su religiosidad; o en casos contrarios, como el del vergonzante papel que jugaron los conservadores mexicanos apoyando a Maximiliano, provocando una dolorosa guerra fratricida; y el de Victoriano Huerta, que se ufanaba de su alianza con la iglesia y ésta con él, metiendo al país en una de sus más severas crisis que devino en la bancarrota nacional y en la masacre de más de un millón de mexicanos.
También los ha habido reconocidos ateos, como Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Pascual Ortiz Rubio, Lázaro Cárdenas, Adolfo López Mateos y Luis Echeverría Álvarez, y otros que se declararon católicos no practicantes, más los que no quisieron asumirse en ninguna religión, manteniéndolo como parte de su privacidad, contrario a los que exhibieron su catolicismo, como Manuel Ávila Camacho, José López Portillo, Miguel de la Madrid, Vicente Fox y este último, Felipe de Jesús Calderón Hinojosa. En política nada es casual, presencia y alusiones presidenciales en el citado evento llevaron la intención de legitimarse y de paso, con elecciones en puerta, congratularse electoralmente con los mexicanos, en su mayoría católicos. Populismo derechista. Dicho evento, no fue iniciativa de la arquidiócesis de México aunque sí patrocinado por la presidencia, el sexto de esa naturaleza y con este tema, promovido por el Vaticano y repetido cada tres años en diferentes sedes y continentes, acto clerical que de fondo busca volver a la época más lesiva y oscura de la humanidad: El medioevo.
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