Ha alarmado a la Conferencia Episcopal Española la sentencia del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo, según la cual la exhibición de crucifijos en las escuelas atenta a la libertad de conciencia de los alumnos y sus padres. Es absurdo que se inquieten los obispos españoles, porque es seguro que el Gobierno presuntamente socialista de su majestad católica no se va a dar por enterado de esa sentencia. Lleva años sin enterarse de que está incumpliendo la normativa comunitaria al financiar a la Iglesia catolicorromana, a pesar de las advertencias recibidas desde el Parlamento Europeo.
Lo que asombra e indigna por igual es conocer los argumentos facilitados por Juan Antonio Martínez Camino, portavoz de la Conferencia, para recomendar al Gobierno supuestamente socialista del reino de España que no se le ocurra mandar quitar los crucifijos de las escuelas. Afirmó con absoluto descaro que “el cristianismo es el que ha hecho posible la unidad de Europa”. Una vez más miente el portavoz episcopal.
La unidad europea fue conseguida por Roma en el año 31 antes de Cristo, de modo que el entonces inexistente cristianismo no pudo colaborar en su logro. Lo que sí ha hecho la Iglesia catolicorromana ha sido desunir a Europa, con sus inicuas guerras religiosas, durante la Edad Media en lucha con el Imperio germánico para imponer la autoridad papal, y desde el siglo XVI contra los países partidarios de la reforma eclesiástica.
También ha tenido la osadía el portavoz de asegurar que “el crucifijo representa el respeto a la dignidad de la persona humana”. Dejando aparte la estupidez ignorante de referirse a “la persona humana”, como si hubiera personas animales o vegetales o minerales, hay que recordar a este lenguaraz portavoz inculto que el crucifijo blandido por los inquisidores catolicorromanos ha sido símbolo del desprecio total por la dignidad de las personas, a las que se torturaba y quemaba frente a él. Pueblos enteros, como los valdenses y los albigenses, fueron exterminados bajo el crucifijo, mientras que judíos y mahometanos eran obligados a venerarlo si querían conservar la vida. Los predicadores subían a los púlpitos blandiendo crucifijos, para incitar a los feligreses a asesinar a quienes no compartían sus inhumanas ideas religiosas, y después el papa los convertía en santos por su criminal celo fanático.
El crucifijo es el símbolo del genocidio contra los que discrepan de las creencias ordenadas por la Iglesia romana, y produce un terror instintivo en quienes conocen su historia de crímenes contra la humanidad.
Coincidieron las declaraciones del obispo Martínez con la recepción que el ministro de Asuntos Exteriores del reino de España, el compañero Moratinos, dispensaba a Renzo Fratini, nuevo nuncio del Vaticano. Tiene fama de intransigente, y al parecer viene con instrucciones de recomendar al Gobierno llamado socialista del reino de España que olvide sus veleidades librepensadoras. Es que la Conferencia Episcopal Española quiere mantener sus privilegios nacionalcatólicos. Para eso tenemos un rey que ostenta el apelativo de católico, por herencia de Isabel y Fernando, los primeros merecedores de tal distinción papal. Y los súbditos, a pagar el óbolo de san Pedro al Vaticano, con cargo a nuestros impuestos estatales.
Arturo del Villar. Presidente del Colectivo Republicano III Milenio