Desde que en 1.978 la ciencia consiguió engendrar un “bebe-probeta”, también abrió una puerta más a la cosificación de la mujer, poniendo su cuerpo en alquiler.
En la mayoría de los países de Oriente Próximo, las clínicas de fertilidad hacen su agosto. El capitalismo más patriarcal y desigualitario, con su institución familiar que gira alrededor de los deseos reproductivos del hombre pone al servicio de las parejas pudientes con problemas de fertilidad a “Mujeres a la carta”, pero sin recursos y desesperadas, dispuestas a arriesgar su vida y su salud física y mental, para sobrevivir, gestando el hijo de otros.
Cuando en 1980 la Universidad Al-Azhar de Egipto–la máxima autoridad religiosa del sunnismo del Islam-, legitimaba la fecundación en vitro (aunque siempre dentro de los “límites conyugales”), prohibió todas las formas de donación de terceros, tanto de esperma y óvulos como de úteros o embriones, considerándolas adulterio, pues el Corán dice que los creyentes“custodien sus partes pudendas” (24:30). Por lo que en los países de mayoría sunnita, en teoría, no existen vientres de alquiler.
Sin embargo, el chiismo iraní (que no el árabe) ofrece ésta y otras formas de inseminación artificial, recurriendo a la poliginia legitimada por el Libro Sagrado: el hombre que desea tener hijos, puede contratar a una mujer bajo la figura del matrimonio “Motaa” (de Placer), pagándole una cantidad determinada para una relación durante un tiempo acordado, tener hijos con ella y tras repudiarla, llevarse los hijos. Otra fórmula legalizada es que un esposo cuya mujer no puede quedarse embarazada, se case con otra mujer con la fórmula Motaa, para que ella haga de incubadora del óvulo fertilizado de la esposa principal, con el esperma del marido en común. Las mujeres viudas o divorciadas sin recursos son las que están siendo explotadas en este negocio que mueve al año millones de euros. Los intermediarios son muy convincentes: ¿Qué es mejor: vender un riñón para vivir de su renta unos meses, o alquilar y realquilar tu vientre y ganarte un dinerito? En este maldito mercado libre, donde la pobreza tiene nombre de mujer, la competencia ha bajado el precio de llevar durante nueve eternos meses un feto que una vez niño deberás entregar a unos desconocidos, sin ni siquiera poder abrazarlo una vez.
La figura del “útero en alquiler” forma parte de las políticas pronatalistas del gobierno, en un Irán donde la población tiene un crecimiento negativo. Las autoridades chiitas de Irán también han escandalizado a los países “musulmanes-sunnitas” por legalizar otras formulas extracorpóreas de inseminación artificial: es el único que autoriza la inseminación de la esposa con el esperma de un donante (que suelen ser los hermanos del esposo): esta “fecundación heteróloga”, no es “zena” (adulterio), ya que no hay contacto físico entre el donante y la receptora. Los eruditos sunnitas acusan a sus homólogos chiitas de adulterar el Islam con sus sentencias inmorales, debido a que no saben árabe y no pueden acceder a los textos sagrados. Bueno, la institución clerical del chiismo no sólo se ha otorgado la facultad de “innovar” en el Islam sino también puede “congelar” un edicto coránico, si es “conveniente”.
Así es cómo el “turismo de fertilidad” ha ido en auge en un país como el Líbano, país de mayoría árabe y sunnita, donde los médicos chiitas ofrecen estos servicios a las parejas de todos los credos en Oriente Próximo.
¡Creced y multiplicaos!, pero…
En el estado semi teocrático de Israel, donde Dios manda y mucho, la orden de “Creced y Multiplicaos”, no se debe cumplir de cualquier manera.
Los rabinos que aplican la ley halájica, han legalizado la maternidad subrogada, pero sólo si la madre sustituta no tiene ninguna relación genética con el feto; han prohibido el uso del semen de un donante, pero no el óvulo de una donante para ser fertilizado por él.
El mito de las “vírgenes embarazadas” de sus textos sagrados, ha sido utilizado por las autoridades religiosas para legitimar la posibilidad de concebir hijos sin un “contacto directo” entre los implicados: se trata del cuento de aquellas doncellas que podían ser fecundadas de forma accidental “al bañarse en aguas previamente fertilizadas por un hombre”, por ejemplo. Una “fertilización asistida” imposible pero que en tiempos viejos podría servir para encubrir la “deshonra” de las niñas violadas.
En Israel, como al resto de los países de la región, cerca del 25% de las parejas no puede tener hijos. La ley autoriza la maternidad subrogada sólo a las parejas heterosexuales, infértiles, y menores de 50 años. La madre sustituta debe ser soltera, sin hijos, y de la misma religión que la pareja. Obviamente, si ella no es judía, él bebe tampoco lo será.
Así es como las parejas mayores, las interreligiosas, los discapacitados, los solteros y las parejas del mismo sexo buscan en extranjero un vientre que alquiler e inseminar.
India y sus granjas de madres suplentes
El tráfico de niños a la carta va en aumento. En India, este país de capitalismo más brutal, construido sobre la supremacía de sexo, raza y clase, pone en oferta el cuerpo de sus mujeres más desesperadas. Ellas, afinadas en verdaderas granjas adosadas a las clínicas de fertilidad, son ofrecidas a los hombres y mujeres ricos de todo el mundo para ser inseminadas. Sólo del Reino Unido acuden a la India con éste propósito unos 12.000 individuos al año, a veces en sólo dos viajes. El negocio de la mercantilización del cuerpo de la mujer, dejó (en 2014) en la India unos 690 millones de dólares.
Abundan casos de niños devueltos a las clínicas, o de niños maltratados por sus “papás y mamás legales”. En 2012, salió el caso de una pareja australiana que devolvió a una de las gemelas que había recogida, alegando problemas económicos. ¿Dónde irá a parar esta niña? ¿Continuará su terrible viaje en la ruta de tráfico de niños?
Las leyes de dichos países han regulado las cuestiones como la de herencia de los niños, hasta la religión que deben profesar, pero no sus derechos humanos fundamentales como seres humanos vulnerables.
Las mujeres, la mayoría de las castas bajas, no son conscientes de los riesgos de este “trabajo”, y suelen prestarse a ello por la coacción de los proxenetas y maridos vagos (¡que tras firmar el contrato dejan de trabajar!). Ellas sufren irreversibles daños físicos y emocionales, sobre todo cuando su embarazo se complica. Estarán forzadas a abortar los fetos no deseados en un embarazo múltiple, y por otro lado, si sufren abortos involuntarios, no recibirán el dinero.
En algunos casos, las madres subrogadas indias seguirán viviendo en sus propios hogares y en otros, son arrancadas de sus casas para ser encerradas durante nueve meses en centro vigiladas por los mercaderes de bebes. A nadie le importará su sufrimiento al entregar un niño que llevaba en sus entrañas, ni en la depresión postparto, ni en su sentimiento de culpa, ni a cómo se enfrentará al rechazo de los vecinos y familiares.
Las madres suplentes no están utilizando su libertad para hacer con su cuerpo lo que quieran, como afirman algunas supuestas feministas. Es exactamente como la venta de un órgano: sólo lo hacen los pobres, aquellos que la única libertad que se les ha dado el capitalismo ha sido vender su fuerza de trabajo y su cuerpo.
La campaña internacional de “Stop Surrogacy Now” denuncia que el cuerpo y la vida de un grupo de mujeres pobres estén al servicio de una industria que no es menos criminal que la de tráfico de órganos y la de niños.
Y encima, hay cerca de 170 millones de niños huérfanos en el mundo.