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Una urbanización católica

En la urbanización donde vivo, un grupo de vecinos ha propuesto colocar en un patio comunitario, junto a la zona deportiva, una imagen de la virgen de las Angustias, que es la patrona de la urbanización. Quieren pagarla mediante aportaciones voluntarias, pero el Presidente de la comunidad ha dicho que con el presupuesto común también podría financiarse parte del costo.

    Yo les he argumentado que no parece bien. Gran revuelo. Me contestan que “por qué me quejo”, que “si no soy católico, a ti que te importa”,  que “cómo no van a poder poner una imagen de la patrona de la urbanización”, que “una amplísima mayoría está de acuerdo”, que “es una imagen preciosa que está haciendo un vecino de la propia urbanización, que es un artista”, que “esta urbanización ha sido de toda la vida católica y lo sigue siendo”, que “de toda la vida hay imágenes católicas en la urbanización”. El Presidente razona: “a mí me han elegido los vecinos, católicos en su mayoría, y yo no voy a oponerme, y es que además estoy de acuerdo”. Inevitablemente acabamos discutiendo de religión y los ánimos se exaltan: el vecino del B2 me dice que “lo que pasa es que eres un radical,  intransigente y amargado”, que  “si no sabes respetar las costumbres de una urbanización católica, pues múdate a una urbanización musulmana, judía, budista, o lo que yo concho sea, si es que yo soy algo”. Finalmente, la señora del C8 concluye: “mira, la imagen de nuestra patrona se va a colocar, y si te molesta puedes irte cuando quieras que este es un país libre”.

            Yo lo que les decía es que no podemos poner cada uno símbolos de nuestras creencias o convicciones particulares en el patio, que las zonas comunitarias son para compartir, para intercambiar vivencias que nos unan a los vecinos no que nos separen, que en cuestiones religiosas lo que para uno es sublime para otro puede ser ofensivo, que no se puede utilizar el espacio que tenemos en común para promocionar las creencias de algunos, aunque sean mayoría, que estas cosas producen en los vecinos con creencias o convicciones minoritarias la sensación de no pertenecer plenamente a la comunidad, de ser vecinos de segunda a los que se les imponen símbolos que no les pertenecen, que el respeto a la libertad de conciencia y religiosa pasa precisamente por no imponer a los demás la presencia de símbolos de nuestras creencias o convicciones particulares, que eso de que la virgen de las Angustias es la patrona de la urbanización se decidió en tiempos en los que las leyes eran otras pero que hoy, en un Estado aconfesional, no es admisible que se siga manteniendo eso en el reglamento de la comunidad, que yo respeto que ellos sean devotos de su virgen, pero que su devoción no deben imponerla en espacios que no son suyos sino de todos, porque ese respeto no significa en absoluto que yo considere que todas sus creencias son positivas para la urbanización, que hay muchas que no me lo parecen, por si acaso habían creído lo contrario, pero que yo respeto sus creencias no por imperativo legal o coyuntural, como a veces parece que hacen ellos, sino por que aprecio como raíz y basamento de mis propias convicciones su libertad para que tengan las que ellos quieran.

            Yo ahora me doy cuenta de que tengo parte de la culpa en este estado de cosas, por haberme callado durante tanto tiempo: no dije nada cuando pusieron una cruz junto a la verja de entrada; tampoco cuando se colocó en la terraza la estatua de un beato granadino del que es muy devota la del C7; tampoco por lo de ocupar el patio, sin solicitar permiso a la comunidad, con remedos de pasos procesionales durante toda la semana santa; tampoco con lo de la misa a la que cada año asiste el Presidente, en representación de la urbanización, con motivo del fin de las vacaciones de verano; tampoco cuando mis niños tuvieron que dejar de ir al local de la comunidad los viernes por la tarde porque se decidió que se utilizaría para catequesis de los que iban a hacer la primera comunión; los sábados por la tarde tampoco se puede ir por los ensayos de la banda de semana santa que han formado algunos vecinos; tampoco dije nada cuando se decidió dar el 0.7% del presupuesto de la urbanización al párroco de la iglesia cercana, “para los pobres” según se dijo en la reunión, etc, etc.

            La cosa es que todo esto está creando un ambiente conflictivo en la urbanización, pero yo ya no puedo callarme pues me he pasado demasiado tiempo sin quejarme y el resultado de mi prudencia ha sido que muchos de mis vecinos católicos están convencidos de que el respeto lo han de practicar sólo las minorías con las creencias mayoritarias, que piensan realmente que viven en una “urbanización católica”, como si las urbanizaciones tuvieran creencias o convicciones, que confunden lo que es mayoritario con lo que es común, lo que es popular con lo que es institucional, la democracia con los derechos, que se han olvidado de lo que dicen la ley de la Propiedad Horizontal, las leyes generales a todos aplicables, empezando por la Constitución, y el sentido común que ha de tener quien conozca la amarga historia de odios que ha marcado, y aun marca en numerosas urbanizaciones por todo el mundo, las relaciones entre personas de diferentes creencias o convicciones cuando éstas intentan imponerse.

            Mi urbanización, por si alguien necesita la aclaración, es una metáfora, en realidad se llama Zaidín, se llama también Granada, y abarca en definitiva a toda España.

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