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Una fiesta mayor casi laica

El actual equipo de gobierno revisó el protocolo de la ceremonia para rebajar su contenido simbólico La Mercè celebra hoy el único acto religioso del programa, una misa no siempre ajena a la polémica

Tras un paréntesis de un día medio, la Mercè 2014 retomó anoche el pulso con un potentísimo cartel de conciertos simultáneos (cinco en cinco escenarios distintos entre la plaza de Espanya y el Fòrum) y encara hoy la recta final con lo que ya es un clásico, el piromusical. La fiesta mayor de Barcelona puede decirse ya que ha exhibido un año más unos abdominales perfectamente musculados. Así que, por qué no volver un momento la vista a uno de sus actos más disonantes, la misa que hoy oficiará, ante los miembros del consistorio que se prestan voluntariamente o no a ello, el arzobispo de Barcelona, Lluís Martínez Sistach. Es el único y último punto de apoyo que le queda a la religión católica en la fiesta mayor de una ciudad que ya tuvo a bien desacralizar la capilla del Ayuntamiento de Barcelona y después retirar el crucifijo del salón de plenos.

Dicen que a Voltaire, en el lecho de muerte, le invitaron a renegar del diablo, pero que prefirió no hacerlo, que en su agonía final creyó oportuno no enemistarse con nadie más, ni con Satanás. Varios concejales, algunos ya exediles, aceptaron ayer dar su opinión sobre esa misa de la Mercè, pero con la condición del anonimato, muy a lo Voltaire, sin ganas de polemizar más de lo indispensable. De entrada, gracias a todos ellos.

En el programa oficial de las fiestas, la misa formalmente no aparece. Solo lo hace el paseíllo que los miembros del consistorio realizan desde la plaza de Sant Jaume hasta la basílica de la Mercè. «Aquello ya es como una penitencia. Siempre hay algún grupo de vecinos enojados por algo, así que mientras vas escoltado por una comparsa de gigantes y cabezudos, te insultan». Berlanga, en realidad, tomaba apuntes del natural. Esto lo cuenta un exteniente de alcalde al que, no obstante, lo que siempre le sorprendía más no era lo que sucedía en la calle, sino intramuros. Los concejales tenían unas sillas rojas reservadas en el altar, no para lucir, sino para recibir. «Sí, nos han reñido varias veces. A menudo, por no atender a la pobreza como es debido. Entonces, entre mercedarios vestidos ad hoc y el capitán general en primera fila, te acuerdas de que la iglesia católica no paga el Impuesto de Bienes Inmuebles, ni por la catedral, lo cual tiene un pase, ni por sus plazas de aparcamiento, lo cual ya es una vergüenza». Por cierto, ese acto de exhibición del consistorio como un grupo de pecadores en el altar fue discreta y sabiamente modificado por el actual equipo de gobierno nada más tomar posesión del cargo. Ahora se sientan entre los feligreses. Algo es algo. Es un avance. Pero el sermón persiste.

Lo común es que la diatriba pase desapercibida. Son días de fiesta. Pero a veces, no es así. En la homilía de 1999, por ejemplo, el cardenal Carles criticó abiertamente el cartel de la fiesta, una deliciosa reinterpretación arabizante del skyline de la ciudad a cargo de un gran ilustrador, Nazario. Aquello fue un rifirrafe realmente estimulante. El artista no se mordió la lengua y tachó al cardenal de «Jomeini del catolicismo». La cosa, sin embargo, no fue a más. Y es, tal vez, una lástima. En el Reino Unido, este tipo de discusiones entre la fe y la razón son a veces apasionantes debates intelectuales con luz y focos. Qué envidia, por citar un caso, el cara a cara que en el 2010 mantuvieron el converso Tony Blair y el antiteísta Christopher Hitchens.

Represión y perversión

En Barcelona este tipo de cosas suceden a oscuras. «Supongo que el eco de lo que sucedió con el cartel de Nazario, y años antes con otro de Robert Llimós, en el que el público de una verbena bailaba desnudo, tal vez tuvo algo que ver con la discreta censura que sufrió uno de los últimos carteles de la etapa de Jordi Hereu como alcalde», sostiene un concejal que hoy irá a la misa y, por dar más pistas, no comulgará. Aquel cartel que terminó en el cajón era un primer plano de un higo. Es obvio que no era solo una invitación a la vida sana. Era algo más, una creación artística, en este caso, que le fue hurtada a los ciudadanos parece que por no ofender a determinados estamentos. Como dijo Hitchens en una ocasión, «represión y perversión van de la mano».

Sería interesante un pleno monográfico sobre qué papel debe tener la iglesia en la vida pública barcelonesa. No llegará ese día, eso ya se ve venir, así que de momento hay que conformarse con analizar la distinta postura que cada grupo municipal adopta ante la misa de la Mercè. «Nosotros, y es una decisión del grupo, no vamos porque nos parece un anacronismo», explica Ricard Gomà, dirigente de ICV.

Los socialistas acuden si la agenda se lo permite. Cuando gobernaban, eso sí, les pesaba la cortesía y, en algunos casos, la llamada de alguien del partido para que, por favor, fueran a ese acto oficial. «Sí, iba porque consideraba que formaba parte de mis obligaciones, pero desde luego me abstenía de colgarme medallones religiosos como los de algún concejal del PP».

De los regidores de Unió se espera que vayan y comulguen. Convergència es menos exigente con sus ediles. Según uno de estos últimos, la misa de la Mercè no debería extrañar. «En toda fiesta mayor de cualquier pueblo la hay y no pasa nada». A lo mejor hoy le riñen.

arzobispo saluda a Mas fiestas Mercé 2013

El arzobispo saluda a Mas en la misa de las fiestas de la  Mercé en 2013

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