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Las dos monjas abusadas por Rupnik, Gloria Branciani y Mirjam Kovac, este miércoles en Roma.GUGLIELMO MANGIAPANE (REUTERS)

Una de las monjas víctimas del jesuita Rupnik: “Invocaba la Santísima Trinidad para hacer tríos”

El sacerdote esloveno, un reputado artista religioso protegido durante años por el Vaticano, abusó repetidamente de monjas en su comunidad que ahora aportan su testimonio público

El horror acostumbra a tener un rostro familiar. Y en el caso de las monjas abusadas de la comunidad de Loyola en Eslovenia durante los años 90, además, era siempre el mismo. El nivel de atrocidad, en cambio, fue en aumento a medida que pasaban los años. Marko Rupnik fue durante décadas un sacerdote y líder reputado de una comunidad espiritual conocido en todo el mundo. Un gurú. No había espacio religioso que se preciase, incluida la catedral de la Almudena en Madrid, que no contase con uno de sus famosos mosaicos. Por eso, en parte, fue siempre el niño bonito en los círculos de poder de la Iglesia católica. Y por eso, todo apunta ahora, logró durante tanto tiempo sortear los controles y la justicia, pese a las flagrantes evidencias de que abusaba psicológica y sexualmente de una decena de monjas de su comunidad. Su caso es también un completo manual de dudosa gestión de los abusos por parte del Vaticano.

El miércoles por la mañana, justo cuando se cumplían cinco años de la cumbre que el Papa celebró en el Vaticano para debatir y cambiar la dinámica de prevención y castigo de los abusos sexuales en la Iglesia, dos de las monjas abusadas por Rupnik dieron una rueda de prensa. Las acompañaba su abogada, Laura Sgrò, y Anne Barrett Doyle, codirectora de la asociación estadounidense Bishop Accountability. Las ex religiosas explicaron que estiman que otras 20 mujeres de esa comunidad fueron abusadas por el jesuita y que alrededor del caso se construyó “un muro de silencio” que esperan que ahora se pueda romper. Era la primera vez que daban la cara. Y su relato fue mucho más allá de la petición de “justicia y verdad”.

Gloria Branciani, nacida en Roma en 1964, relató con todo detalle, e interrumpiendo su alocución a cada rato por la emoción, como fue manipulada por Rupnik cuando todavía era estudiante de Medicina. El sacerdote, explicó, logró hacer con ella lo que quiso “para que creciese su espiritualidad”. La mujer contó los abusos sexuales cometidos en el estudio de mosaicos donde trabajaba en Roma. También las veces que Rupnik la llevó a un cine porno. “Para él era una forma de arte. Era el camino para llegar a la orgía colectiva. Había que superar cada sentimiento. Me decía que era demasiado dulce, tierna, insegura… y eso me iba a hacer bien. Me llevó dos veces a salas X de Roma. Y se veía que él era un habitual ahí”, relató. Pero también cuando la paseaba y forzaba en el coche donde la llevaba por Eslovenia “para que conociese la cultura”.

Lo más grave desde el punto de vista teológico fue cuando Rupnik la obligó a mantener relaciones con otra mujer y él ―otra religiosa también captada por el jesuita― “invocando la Santísima Trinidad” y asegurando que esa era “su máxima representación”. “Cuando me resistí al principio, me dijo que yo no quería porque era envidiosa y no lograba vivir espiritualmente la sexualidad. Era agresivo sexualmente, pero él decía que era una sana agresividad. Lo grave es que entre nosotras no logramos hablarlo por miedo”.

En este caso, y esa una de las partes clave del caso, Rupnik habría incurrido en un delito canónico de Falso misticismo. Es decir, hacer pasar por una experiencia religiosa una práctica sexual pura y dura. Este tipo de delitos no prescriben y ese fue, precisamente, el tipo penal que se negó a reconocer la Doctrina de la Fe en su momento.

El padre Rupnik, un sacerdote jesuita esloveno de 70 años, era una estrella. Un exitoso y carismático artista religioso que logró estampar su firma en importantes obras en el Palacio Apostólico del Vaticano (con unos mosaicos en la capilla Redemptoris Mater). Pero el pasado diciembre de 2022, la Compañía de Jesús reveló que Rupnik había sido denunciado por varias monjas de la Comunidad de Loyola en Liubliana, de la que había sido padre espiritual. Las víctimas habían acudido al dicasterio de la Doctrina de la Fe para denunciar unos casos que se remontaban a los años noventa, pero el órgano vaticano que se encarga de analizar y juzgar estos casos dictaminó que habían prescrito.

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