Una buena persona, un buen hombre en este caso, ¿qué es? Sigo pidiendo poca cosa, seguramente muchos lectores exigirían más: entiendo que un buen hombre no es alguien que ama al prójimo como a sí mismo, que se sacrifica por los demás… simplemente, es alguien que respeta a sus semejantes. Que los respeta quiere decir que los reconoce como semejantes, con todos sus atributos humanos. Digamos que reconoce los derechos humanos de todas las personas.
¿Ven qué poco pido, qué fácil? Un hombre bueno, no digo un buen Papa sino sólo un Papa bueno, respetará los derechos de todos. Pongamos unos ejemplos. Un Papa bueno reconocerá los derechos de las mujeres; para empezar, no privará a las católicas de la posibilidad de acceder a los cargos eclesiásticos en igualdad con los hombres, pero esto es lo de menos: allá ellas y ellos. Sobre todo, no intentará privar a todas las mujeres del derecho a su cuerpo. Tampoco regateará este derecho a los hombres. Admitirá que hombres y mujeres, homo o heterosexuales… tienen derecho, mientras no dañen a otros, a disfrutar del sexo como les plazca y a convivir como quieran, aunque al Papa no le guste que lo hagan. Un Papa bueno de ninguna manera entorpecerá la lucha contra el SIDA, no se opondrá a que se usen condones para prevenir en lo posible su transmisión, no desaprobará que se use masivamente este arma para atenuar una masacre tan espantosa… aunque él recomiende a sus seguidores la fidelidad y la abstinencia. Un Papa bueno, conocedor de los estragos de la sobrepoblación, no arremeterá contra políticas de control de natalidad en las que se empleen métodos anticonceptivos… aunque intente convencer a los suyos de que no los usen. Un Papa bueno no tomará medidas contra sus propios seguidores cuando trabajen en favor de los derechos de los oprimidos. Un Papa bueno no tratará de imponer sus creencias o su moral a todos, en especial –pues es cuando pueden hacerlo- donde haya una mayoría de católicos. Respetará en este sentido sobre todo a los niños. Si se reconoce que los padres tienen todo el derecho a decidir la educación de los hijos en lo relativo a creencias, un Papa bueno reconocerá ese derecho a todos y cada uno de los padres, con todas sus creencias e increencias, y concederá que eso sólo es posible en el ámbito privado, donde tiene todo el terreno para intentar convencer. Un Papa bueno no pedirá privilegios estatales para su Iglesia ni para las asociaciones religiosas en general, pues reconocerá como un derecho humano fundamental la libertad de conciencia, que va mucho más allá del ámbito religioso. Las actuaciones de un Papa bueno harían que su sorprendente Estado, la Santa Sede, se aproxime a un Estado de derecho y pueda al fin suscribir tantos convenios de Naciones Unidas en defensa y promoción de los derechos humanos como tiene pendientes –casi el 90%.
Un Papa bueno haría todo eso y algunas cosas más. No sería bueno, en mi opinión, si falla en algo de lo señalado; de hecho, podríamos decir que sería francamente malo, un mal hombre. Piensen en el asunto del SIDA: ¿no sería un hombre muy muy malo, carente de compasión, si condena los condones? Pero pongámonos en lo mejor, ya que el nuevo Papa ha elegido el bendito nombre de Benedicto: un Papa más que bueno –que no sólo no sea malo- no se limitaría a admitir todos los derechos señalados, lucharía activamente por ellos. Y, puestos a pedir, tendría –ya que ha sido elegido este año- algo de Quijote y haría lo posible, de veras, por conseguir un mundo más igualitario y sostenible: denunciaría explícitamente, con nombres y apellidos, los abusos de los poderes económicos y políticos, la violencia criminal de los sistemas que generan hambrunas y guerras y nos llevan al desastre ecológico… Entonces hablaríamos sin ambages no sólo de un Papa bueno, sino de un buen Papa para el mundo.
Juan Antonio Aguilera Mochón. Profesor de Bioquímica y Biología molecular de la Universidad de Granada.
Publicado también en el diario La Opinión de Granada